Nick Nolte consigue dar vida a un Jefferson asesinado por James Ivory
Hoy entra en competici¨®n "Historias del Kronen"
?NGEL FERN?NDEZ-SANTOS ENVIADO ESPECIAL De las petulantes y soporiferas dos horas y media filme Jefferson en Par¨ªs, s¨®lo la media hora final salva del magnicidio que, con coartada est¨¦tica, perpetra el cineasta estadounidense James Ivory contra uno de los padre de su patria. Y se salva porque el gran Nick Nolte, perdido hasta entonces el desastre del gui¨®n y en el vac¨ªo de la direcci¨®n, logra por su cuenta, en las escenas de desenlace de a pel¨ªcula, dar vida a un aut¨¦nt¨ªco cad¨¢ver cinematogr¨¢fico.
Fuera del alcance de esta cr¨®nica, y tras una sosa inexpresiva comedia pol¨ªtica rumana titulada Los caracoles del senador, hoy se presenta en la competici¨®n de La Croisette , la pel¨ªcula espa?ola Historias del Kronen, cuyo extraordinario ¨¦xito en Espa?a no ha pasado desapercibido aqu¨ª. La celebridad de James Ivory se ha multiplicado hasta la exageraci¨®n tras el ¨¦xito mundial de Lo que queda del d¨ªa. Su fama de esteta sutil y exquisito sigue creciendo y los festivales se disputan sus pel¨ªculas, pero lo cierto es que su proverbial refinamiento se va quedando poco a poco en lo meramente ornamental y en su innegable astucia para elegir actores, mientras que la osamenta, la zona medular de sus ficciones, se hace cada vez m¨¢s endeble, superficial y amanerada.
Cuando no tienen detr¨¢s una novela formalmente solvente, sus filmes se resquebrajan, del mismo modo que sus im¨¢genes encogen hasta la peque?ez cuando no contienen int¨¦rpretes capaces de ensancharlas por s¨ª solos, como Anthony Hopkins, Paul Newman, Emma Thompson o James Fox. Sin estos rostros Ivory ser¨ªa hoy much¨ªsimo menos de lo que aparenta. En rigor, se limita a ser un experto catalizador de talentos ajenos, estafa frecuente en los tinglados del cine, y m¨¢s si es de alto presupuesto.
En Jefferson en Par¨ªs no hay novela que exprimir y la ficci¨®n se le convierte a Ivory en un puro fingimiento. Cuenta, de manera minuciosa y . parece que bien documentada, los a?os que Thomas Jefferson -tercer presidente de los Estados Unidos y uno de los ide¨®logos fundamentales de su Constituci¨®n-, vivi¨® como embajador de su pa¨ªs en el Par¨ªs prerrevolucionario, entre 1784 y 1789. Pero la forma en que Ivory relata y organiza en la pantalla las im¨¢genes de esta aventura hist¨®rica, es algo que entra en. la m¨¢s exigente antolog¨ªa del desastre.
Nada a que agarrarse
El gui¨®n no es malo, sino p¨¦simo. Y la interrelaci¨®n de actores -ya que el reparto es muy irregular- no es mala, sino peor: inexistente. El talento de Nick Nolte no tiene nada a que agarrarse y el s¨®lido y sobrio actor se ahoga, emparedado entre el desconcierto de la guionista Ruth Prawer y la incapacidad de Ivory para llenar las oquedades de la escritura con la oquedad de su propia mirada.
Nolte parece darse cuenta en las escenas finales del humillante pantano donde Ivory le ha tenido sumergido de forma -con palabras suaves- est¨²pida e irritante. Y en la pantalla ocurre entonces -por supuesto, cuando ya nada tiene remedio- un giro sorprendente. El en¨¦rgico actor cambia por completo e inesperadamente de registro e interpreta -con toda evidencia, pues hace lo contrario de lo que llevaba haciendo durante dos horas- a su manera estas escenas, en uno de esos raros, singulares y bellos momentos de desquite y de rebeli¨®n de un rostro contra la falta de criterios del encargado de orientar, dosificar y dirigir sus palabras, sus tonos, sus miradas y sus gestos. Entonces el cad¨¢ver cinematogr¨¢fico de Jefferson, asesinado por la mortal mediocridad de Ivory, cobra un aliento final de vida gracias al br¨ªo de Nolte, un enrabietado c¨®mico de raza que de pronto se desmelena, harto de sentirse amordazado por un mudo.
Babelia
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