Vicent
Vale la pena esperar un a?o para leer la columna de Vicent contra los, toros. En realidad, vale la pena casi que los toros sigan existiendo para poder leer la columna que Vicent les dedica cada a?o puntualmente. Sin la columna antitaurina de Vicent, las fiestas de San Isidro quedar¨ªan deslucidas y este peri¨®dico hu¨¦rfano.Las columnas de Vicent son, salvo casos aislados, peque?as obras maestras, breves muestras de un talento singular (en el pa¨ªs y en el g¨¦nero), pero en ninguna se esmera tanto el escritor valenciano como en la que cada San Isidro escribe para lanzar a la cara de los taurinos el guante de su desprecio, aunque sepa de otros a?os que su gesto le reportar¨¢ un cent¨®n de insultos en la secci¨®n de Cartas al Director y en las tertulias taurinas durante los d¨ªas siguientes. Los aficionados a los toros, sobre todo, los conversos, suelen admitir muy mal las cr¨ªticas (seguramente porque en el fondo, y aunque nunca lo reconocer¨¢n, tienen mala conciencia) y enseguida cogen la puya para clav¨¢rsela en el morrillo al disidente.
Vicent lleva ya tantas puyas en el suyo que parece inmunizado contra ellas. Al rev¨¦s: como los toros bravos, se crece con el castigo. Desde sus primeros, suaves art¨ªculos, muchos de ellos casi l¨ªricos aun cuando llevaran vinagre dentro, su rabia se ha ido cuajando y, desde hace ya varios a?os, ni siquiera se preocupa de adornar sus embestidas con met¨¢foras ni con argumentos ¨¦ticos. ?Para qu¨¦ argumentar nada, y menos con im¨¢genes, cuando ya est¨¢ todo dicho desde hace tanto tiempo?
Y, sin, embargo, ¨¦l sigue insistiendo. Como un tenaz don Tancredo se lanza cada a?o en mitad del ruedo y all¨ª permanece inm¨®vil, mirando con desprecio a los tendidos mientras los aficionados a los toros le tiran piedras y le abuchean. En el fondo es lo que ¨¦l quiere. Ya que no puede con sus palabras acabar de una vez por todas con ese circo sangriento, por lo menos se divierte amarg¨¢ndoles la fiesta. Aunque hay alguno que a¨²n no se ha enterado, Vicent sabe, por supuesto, que, como dijo el fil¨®sofo, lo ¨²nico imposible de demostrar es lo evidente.
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