Angelopoulos, Guerra y Harvey Keitel rozan la perfecci¨®n en "La mirada de Ulises"
Jornada de lujo con dos filmes que podr¨ªan optar a la categor¨ªa de obras maestras
ENVIADO ESPECIALTres famosos cineastas -el actor neoyorquino Harvey Keitel, el guionista italiano Tonino Guerra y el director griego Theo Angelopoulos- de enorme estatura art¨ªstica han trenzado sus oficios y sus talentos para elevar La mirada de Ulises al borde de la perfecci¨®n. En cambio, Shanghai triad, ¨²ltima colaboraci¨®n -pues cuentan que el matrimonio se ha roto -del c¨¦lebre d¨²o chino Zhang Yimou-Gong Li, pese a tener una media hora final digna de sus mejores obras, llegan a ella despu¨¦s de una hora y cuarto de altibajos.
Fuera de concurso se exhibieron dos thrillers estadounidenses. Uno es El beso de la muerte, recreaci¨®n de Barbet Schroeder y el actor neoyorquino Nicolas Cage de una de las m¨¢s c¨¦lebres obras de la edad dorada del g¨¦nero negro de Hollywood. El otro se titula Desperado, que protagoniza Antonio Banderas y que supone la entrada en la gran producci¨®n del cineasta chicano Robert Rodr¨ªguez, que se gan¨® a pulso un lugar en este escaparate tras El mariachi.Dentro del concurso, ayer casi conseguimos asistir de una tacada al nacimiento de dos obras maestras. Lo es La mirada de Ulises; pero, aunque por poco, no llega a serlo Shanghai triad. Zhang Yimou acept¨® con demasiada ligereza rodar un gui¨®n s¨®lo hilvanado y la armaz¨®n de la pel¨ªcula resultante se resiente de esta suicida prisa del cincasta chino, que necesitaba rodar con urgencia pues encuentra dificultades para franquear las barreras burocr¨¢ticas de la censura de su pa¨ªs.
La pel¨ªcula arranca bien. Engancha, trepida, embauca, pero no tarda en embarullarse, en jugar de manera f¨¢cil al enigma y a mezclar sin precisi¨®n diferentes ritmos y claves gen¨¦ricas, sin decantarse por ninguna hasta la zona de desenlace, en la que ocurren dos cosas que benefician al espectador: Gong Li comienza a creerse un personaje que hasta entonces ha interpretado sin convicci¨®n; y Zhang Yimou deja de dirigir la pel¨ªcula a la manera de otros e inclina la secuencia hacia esa asombrosa y personal¨ªsima cadencia que le ha convertido en uno de los m¨¢s j¨®venes, y renombrados cineastas contempor¨¢neos. Pero ya es tarde.
En cambio, en el gui¨®n de La mirada de Ulises el nombre de Theo Angelopoulos, que escribe dramas argumentales y di¨¢logos algo farragosos, espesos y herm¨¦ticos, est¨¢ acompa?ado por el de Tonino Guerra y esto se percibe en la pantalla. Para entender de que va la cosa, basta una pista: de Tonino Guerra es la riguros¨ªsima escritura que sostiene los grandes filmes de Antonioni; y tambi¨¦n el verdadero creador, y no Federico Fellini, de la explosi¨®n de inventiva de Amarcord. La escritura de Guerra da a la matem¨¢tica, volc¨¢nica, pero a veces embarullada mirada de Angelopoulos, el cauce de agilidad, de claridad formal y de grandeza verbal que el cineasta griego necesitaba para encontrar la plenitud, que aqu¨ª alcanza.
La mirada de Ulises es un relato de incomparable intensidad y hermosura, mucho mejor graduado y por tanto superior a Viaje a Citera, D¨ªas del 36, El viaje de los comediantes y Paisaje en la niebla, los filmes m¨¢s redondos de Angelopoulos.
Es impensable por ello que la m¨¢gica escritura de Guerra no est¨¦ detr¨¢s de la apasionante combinaci¨®n entre el rigor de la construcci¨®n y la grandeza y la libertad de la palabra de La mirada de Ulises; en la transparente y audaz incorporaci¨®n de la forma tr¨¢gica antigua a la secuencia de un relato itinerante moderno; en el perfecto acoplamiento entre el golpe de un trallazo ¨¦pico y la caricia de una pincelada de miniaturista, que son los rasgos m¨¢s distintivos de la escritura cinematogr¨¢fica de Guerra, probablemente el m¨¢s completo guionista en activo del mundo.
Si a esto a?adirnos que Harvey Keitel se escapa de sus malas calles neoyorquinas, desembarca en Grecia, atraviesa los Balcanes y remonta el Danubio y un afluente, desde Constanza a Sarajevo con el mismo dominio y la misma compostura con que calla la boca a un chulo de acera en Brooklyn, queda casi todo dicho: tres horas de cine perfecto.
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