La voz de las urnas
La democracia es un sistema pol¨ªtico desde el que resulta imposible, por ahora", conjeturar ning¨²n otro. En el Antiguo R¨¦gimen exist¨ªa el "pueblo", que, identificado con la "naci¨®n", ech¨® sobre sus hombros la tarea de fundar el reino de la libertad; en los reg¨ªmenes liberales predemocr¨¢ticos, al lado del pueblo, surgi¨® la clase obrera, a la que una vanguardia revolucionaria guiar¨ªa en la construcci¨®n del reino de la igualdad y la fraternidad universales que la Revoluci¨®n Francesa hab¨ªa dejado pendiente. Pero, cuando la democracia se instaura, los sujetos metahist¨®ricos se disuelven y no queda m¨¢s que individuos ante las urnas; la voz de la calle se reduce a la prosaica contabilidad de papeletas electorales. En una democracia, quien pretenda hablar en nombre del pueblo, de la naci¨®n o de la clase obrera es un impostor.Quiz¨¢ radique en esa imposibilidad de reconstruir un nuevo sujeto colectivo dotado de una trascendente misi¨®n hist¨®rica la persistente actitud derogatoria y desde?osa de las urnas tan visible en un sector de la opini¨®n p¨²blica espa?ola, populista y de la izquierda tradicional, que tuvo hace 20 a?os a la democracia como una v¨ªa para la conquista de metas superiores y que la tiene hoy, en el mejor de los casos, como un fraude al pueblo enga?ado y, en el peor, como una continuaci¨®n de la dictadura por otros medios. Los que creen haber visto el lado oculto de la luna y regresan a la tierra para sacudir nuestra ignorancia, imaginan que revelan un gran misterio cuando dicen que las urnas no nos salvar¨¢n de la perdici¨®n; que s¨®lo una reacci¨®n social, manifest¨¢ndose en la calle como voz del pueblo todo entero, podr¨ªa lograr el objetivo de una aut¨¦ntica regeneraci¨®n.
Toda esa cr¨ªtica ret¨®rica olvida que la fortaleza de la democracia consiste en su impermeabilidad a las cirug¨ªas de hierro, a los arbitrismos y a los planes de regeneraci¨®n nacional. Es, sin duda, cierto que la democracia tiende a la oligarquizaci¨®n de los partidos, al enquistamiento de la clase pol¨ªtica y a una dosis variable de corrupci¨®n y demagogia. Pero, frente a cualquier otro sistema pol¨ªtico conocido -y, tal vez, por conocer-, las condiciones que hacen posible la competencia por el poder y la apertura de las urnas son las ¨²nicas que permiten a una sociedad segregar los mecanismos para buscar remedio a esas patolog¨ªas sin pretender por eso arrancar de cuajo sus causas, no sea que con el agua sucia se nos vaya la criatura por el desag¨¹e. La democracia es m¨¢s bien esc¨¦ptica y algo ir¨®nica, poco dada a los entusiasmos regeneracionistas; propone reformas m¨¢s que soluciones radicales; avanza paso a paso y desconf¨ªa de quienes predican nuevos comienzos o de los que venden m¨¢gicas recetas como panacea universal de todos los males.Por eso, el voto en una democracia consolidada tiende a ser m¨¢s instrumental que expresivo: se utiliza para obtener resultados inmediatos, todo lo m¨¢s para los pr¨®ximos cuatro a?os, no para cambiar la historia ni como manifestaci¨®n de fidelidad a unas personas o, de adhesi¨®n incondicional a unas ideas. Importa votar o, m¨¢s exactamente, importa poder votar, pero votar izquierda o derecha, tal candidato o tal otro, carece de trascendencia hist¨®rica: ninguno de ellos va a inaugurar un tiempo nuevo, ninguno va a salvarnos, ninguno es depositario de un mandato para instaurar un nuevo r¨¦gimen, ninguno va a conducirnos a la utop¨ªa.
Ah¨ª radica la insustituible calidad de las urnas: que la voz que de ellas sale no es como un vendaval que cambia el curso de la historia, sino como un viento que desplaza a unos y coloca a otros en el Gobierno para los pr¨®ximos cuatro a?os. No tomar esa voz en serio y pretender compartimentar sus ecos cuando resuenan claramente adversos equivale a despreciar la fuente ¨²nica de legitimidad del poder, pero confundirla con un clamor que alguien deber¨ªa recoger para cerrar una p¨¢gina de la historia y comenzar otra desde cero no es m¨¢s que a?oranza de totalitarismo.
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