El orejero
Torre¨®n / Elvira, Chicuelo, Encabo
Novillos de El Torre¨®n, discretos de presencia, muy pobres de cabeza, varios sospechosos de pitones, flojos, mansos, boyantes. Alberto Elvira: estocada baja, tres descabellos y dobla el novillo (palmas); bajonazo descarado (silencio). Chicuelo, nuevo en esta plaza: estocada traser¨ªsima, rueda de peones -aviso- y dobla el novillo (aplausos y tambi¨¦n pitos cuando sale al tercio); dos pinchazos, estocada honda atravesada, tres descabellos -aviso-, cuatro descabellos y se tumba el novillo (silencio). Luis Miguel Encabo: pinchazo, metisaca bajo y estocada corta trasera ca¨ªda (aplausos); estocada (oreja protestad¨ªsima). Enfermer¨ªa: Chicuelo fue asistido de puntazo en axila, leve.
Plaza de Las Ventas, 3 de junio. 22a corrida de feria. Cerca del lleno.
El palco de Las Ventas acoge a un presidente orejero que es el castigo de la fiesta. El presidente orejero se llama Marcelino Moronta y cada vez que comparece en el palco vente?o los aficionados se echan a temblar. Un festejo presidido por Marcelino Moronta tiene siempre azaroso desarrollo e imprevisibles consecuencias.
El resultado t¨¦cnico y art¨ªstico de una corrida en Las Ventas no vale decirlo si antes no se advierte qui¨¦n fue el funcionario que la presidi¨®. Porque las orejas concedidas por Marcelino Moronta o por cualquier otro miembro del equipo de presidentes de Las Ventas no poseen el mismo significado. Una oreja concedida por Marcelino Moronta bien puede ser un desprop¨®sito, un caso de incompetencia manifiesta, el tubo de la risa, o todo ello a la vez. Su ¨²ltimo disparate lo perpetr¨® ayer, regal¨¢ndole una oreja a Luis Miguel Encabo, que ni hab¨ªa merecido el novillero, ni pidi¨® la mayor¨ªa, ni el sentido com¨²n pod¨ªa aceptar.
Cierto que la pidieron muchos a grito pelado, seg¨²n es moda, sobre todo si han invadido la plaza los isidros, Pero cualquiera con mediano conocimiento de la plaza, y con o¨ªdo para escuchar las numerosas protestas que suscit¨® la faena, se habr¨ªa dado cuenta de que la mayor¨ªa, estaba en contra. Y as¨ª ocurri¨® que cuando Luis Miguel Encabo sali¨® a recibir el peludo despojo, los aplausos quedaron ahogados por un fenomenal broncazo.
Luis Miguel Encabo no es de los que se cortan, empero. Luis Miguel Encabo dio la vuelta al ruedo lentamente, devolviendo prendas, catando de las botas de vino, recogiendo los enormes ramos de flores envueltos en celofanes y llamativos papeles de brillante color que le lanzaban sus partidarios y partidarias desde los tendidos de sol. Y finalmente avanz¨® hasta la mism¨ªsima boca de riego para rubricar su pretendido triunfo, a despecho de la cerrada protesta que se cern¨ªa de nuevo contra la fementida oreja. Casta, se llama esa figura.
Claro que si tanta casta tiene Luis Miguel Encabo, resulta inexplicable que no la utilizara para torear como Dios manda. Es el caso de aquellos toreros que se quejan de las protestas del p¨²blico y reivindican un respeto: "Los que no estaban d¨¦ acuerdo con mi toreo", suelen decir, "debieron tener un respeto y callarse, porque me estaba jugando la vida". Y ser¨¢ verdad. Lo que no se entiende, sin embargo, es que si se estaban jugando la vida, no aprovecharan el esfuerzo para hacer el aut¨¦ntico toreo.
Luis Miguel Encabo, torero de casta, lance¨® sin estilo, banderille¨® sin acierto, mulete¨® sin hondura. Luis Miguel Encabo se tom¨® todas las ventajas conocidas para muletear unos novillitos pastue?os y buen n¨²mero de aficionados se lo hac¨ªan notar con minuciosa especificaci¨®n de sus yerros y de sus trucos: "No se cruza, el pico, rectifica, da el paso atr¨¢s, no liga...". Todo eso le dec¨ªan -y m¨¢s- y era rigurosamente cierto. Su faena al quinto de la tarde transcurri¨® con m¨¢s protestas que aplausos por las razones enumeradas, y cuando cobr¨® el estoconazo fulminante vino la petici¨®n de oreja, el griter¨ªo, el disloque y, en fin, el desprop¨®sito de Marcelino Moronta, cuya incontinencia orejil dej¨® convertida Las Ventas en una plaza de talanqueras.
Los otros dos espadas tampoco hicieron el toreo: pegaron pases. De donde cabe deducir que quieren ser pegapases, no toreros. Alberto Elvira met¨ªa el pico desde prudencial distancia, echaba el paso atr¨¢s al rematar los muletazos; Chicuelo procedi¨® de parecida manera y sin torear reunido casi nunca seg¨²n demandaba la boyant¨ªa de su primer novillo. El sexto acab¨® con media arrancada, adem¨¢s llevaba Chicuelo un puntazo en la axila que le infiri¨® la res anterior, y tuvo Mas justificaci¨®n su falta de acoplamiento.
Los novilleros merecen comprensi¨®n por su inexperiencia y es bueno infundirles ¨¢nimos cuando intentan hacer el toreo. Ahora bien, si vienen con trampas, lo que procede es pararles los pies; no darles orejas. Un presidente orejero que las regale por su cuenta poni¨¦ndose la plaza y la fiesta por montera, no sirve para el puesto y debe irse. Y si no se va, que lo quiten. Ya. Presto.
Babelia
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.