Los pasaron por las armas
Aguirre / Fundi, Valderrama, LiriaToros de Dolores Aguirre, de gran trap¨ªo y casta. 4? premiado con vuelta al ruedo.
Fundi: pinchazo hondo (oreja protestad¨ªsima); pinchazo y estocada (divisi¨®n y saluda). Domingo Valderrama: dos pinchazos, otro hondo y dos descabellos (aplausos y salida al tercio); cinco pinchazos y otro hondo (silencio). Pep¨ªn Liria: dos pinchazos y estocada delantera (silencio); pinchazo perdiendo la muleta, media atravesada y descabello (silencio).
Enfermer¨ªa: el picador Jos¨¦ Bernal fue asistido de traumatismo en pie, pron¨®stico reservado.
Plaza de Las Ventas, 8 de junio. 27? corrida de feria. Lleno.JOAQU?N VIDAL
Un corrid¨®n de toros trajo a Las Ventas la ganadera Dolores Aguirre y se lo pasaron por las armas. All¨ª estaba la acorazada de picar en expedici¨®n de castigo, procurando que ninguno llegara vivo a la muleta. Y los diestros, de cuyo valor y honradez profesional han hecho bandera, consintiendo o con toda probabilidad ordenando que se perpetrara la tropel¨ªa.
Diestros de valor y honradez, es cierto: de ello han dado muchas pruebas tardes atr¨¢s. Pero nadie lo dir¨ªa viendo su cortedad y su aflicci¨®n frente a los torazos de Dolores Aguirre; su falta de torer¨ªa impidiendo que pudieran exhibir el honor de la bravura; su incompetencia para corregir los defectos que ellos mismos les hab¨ªan creado mediante unas lidias desastrosas; su desahogo al emplear ventajas y trucos pegapasistas, despreciando las posibilidades de explayar el toreo puro que les ofreci¨® la encastada boyant¨ªa de varios toros.
Al cuarto le dieron la vuelta al ruedo en medio de un clamor y aunque, efectivamente, manifest¨® su casta y su nobleza en el ¨²ltimo tercio, no se podr¨ªa asegurar que fuera un toro cabalmente bravo. El matarife de castore?o no dio opci¨®n a saberlo, con aquellos varazos traseros que le apalanc¨® por el espinazo mientras hac¨ªa la carioca.
El quinto a¨²n pareci¨® m¨¢s bravo: pronto en la arrancada, hundi¨® la cabeza en el peto con total fijeza, adem¨¢s recargaba recrecido, y nadie se preocup¨® de sacarlo de all¨ª para que pudiera mostrar en nuevos encuentros el verdadero alcance de su bravura. Antes al contrario, lo dejaron a merced de la brutalidad: seis cariocas, seis, le propin¨® su verdugo encerr¨¢ndolo en tablas, que con las tres del siguiente puyazo ya eran nueve. Lo banderillearon despu¨¦s de cualquier manera y al empezar la faena de muleta, result¨® que se defend¨ªa.
?Alguien habr¨ªa podido esperar otra cosa? Un toro bravo zurrado hasta dejarlo moribundo, lidiado sin orden ni concierto, ense?ado a embestir a ritmo de capea, lo menos que podr¨ªa hacer es defenderse. Y Domingo Valderrama a¨²n lo empeor¨®, pues lejos de reposarlo, darle distancia e irlo templando en la medida de lo posible, le pegaba pases r¨¢pidos, le atosigaba, le tocaba los costados.
La mayor¨ªa de los toros que acabaron broncos hab¨ªan pasado antes por esa escuela propia de las plazas de talanqueras. As¨ª el sexto, de dura bronquedad, que puso en serios aprietos a Pep¨ªn Liria incluso cuando s¨®lo pretend¨ªa machetearlo de pit¨®n a pit¨®n y a la defensiva. Hubo otros, sin embargo, bravos y nobles; especialmente los dos de Fundi, quien tras banderillear con eficacia, les aplic¨® un toreo distanciado, farragoso y tremendista.
Se produjo en el primero la regla que tantas veces dictaron los maestros en tauromaquia: a un toro de casta o se le, gana terreno o puede mandar al torero a la enfermer¨ªa. Fundi estuvo a punto de sufrir esta segunda opci¨®n. Toreaba acelerado, fuera de cacho, con el pico, perdiendo terreno al rematar los pases, como si su prop¨®sito fuera estar el menos tiempo posible delante del toro; que no le viera el toro. Pero le vio. En uno de esos muletazos vertiginosos el animal perdi¨® la gu¨ªa del enga?o, enganch¨® al torero y le peg¨® una impresionante voltereta. Rehecho del trastazo, volvi¨® muy decidido Fundi al toro, dio un molinete de rodillas, sigui¨® pegando pases a toda velocidad con el p¨²blico ya enardecido, mat¨® de pinchazo hondo y le fue concedida una oreja que protest¨® ruidosamente buena parte de la plaza.
La faena de Fundi al cuarto result¨® de similar corte, mas la mayor¨ªa del p¨²blico no la acept¨® y hasta le indign¨®: pegar pases a un toro de clamorosa nobleza, medio tumbado, con el pico, vaciando hacia afuera y entre enganchones -uno de los derrotes le rasg¨® la tela de lado a lado-, no es torear; es casi una ofensa personal.
Valderraina y Liria no mejoraron las formas del compa?ero con sus primeros toros, a pesar de que desarrollaban nobleza: iguales ventajas, el mismo pico, escaso ajuste, menos temple. Menudo fracaso, con ese encastado corrid¨®n de toros. La terna decepcion¨® profundamente a los aficionados madrile?os. La terna no tuvo torer¨ªa alguna, parece mentira. La terna se limit¨® a dirigir un pelot¨®n de ejecuci¨®n, y all¨¢ me las den todas.
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