Un inmigrante muere abrasado bajo el puente de M¨¦ndez Alvaro
La muerte le alcanz¨® con los ojos cerrados. Suppiah Selvarajah, de 31 a?os, inmigrante de Sri Lanka y vendedor de la revista La Farola, muri¨® en la madrugada de ayer abrasado cuando dorm¨ªa en su tienda de campa?a, una de las veinte ocupadas por inmigrantes, prostitutas y yonquis bajo el puente de M¨¦ndez ?lvaro (Arganzuela). El fuego, presumiblemente causado por una colilla mal apagada, prendi¨® entre la basura y los escombros que forman el suelo del s¨®rdido asentamiento.
La miseria ha abierto sucursal bajo el puente de M¨¦ndez ?lvaro. La ¨²ltima morada de Selvarajah, aplastada bajo el hormig¨®n armado del puente, descalabra toda comparaci¨®n con los enclaves chabolistas de La Celsa, Los Focos o Pe?a Grande. En M¨¦ndez ?lvaro, donde el fuego de la basura abrasa a quienes duermen, las horas se deslizan por una pendiente ajena a los planes de erradicaci¨®n.Unos 50 yonquis, prostitutas e inmigrantes africanos -en su mayor¨ªa expulsados en 1993 de las naves del cerro de la Plata- se hacinan en menos de 100 metros cuadrados. No hay agua, ni electricidad. Ni sol, ni vegetaci¨®n. S¨®lo venas endurecidas por las que transitan pocas expectativas de futuro. La comida se guarda en maletas -por las ratas- y los peri¨®dicos sirven de colch¨®n. Una noria subterr¨¢nea que emerge a la superficie cuando truena la sangre. Como ayer.
La columna de humo fue avistada a las 6.20 por un vigilante de Renfe, propietaria de los terrenos circundantes. Al llegar los bomberos, descubrieron al asi¨¢tico ya cad¨¢ver. El fuego hab¨ªa herido tambi¨¦n a un saharaui de 32 a?os, que ingres¨® en el Gregorio Mara?¨®n.
Aunque la polic¨ªa desconoc¨ªa ayer la causa del incendio, en el asentamiento se aseguraba que fue accidental. "Una colilla mal apagada, nada de ataques ni rapados", afirmaba sentado sobre unas maderas un nigeriano con gorra multicolor. Su mirada afeitaba la cara del reci¨¦n llegado. "Aqu¨ª s¨®lo nos visitan por los muertos, pero a nadie le importa c¨®mo vivimos", a?adi¨®. A su espalda bat¨ªan el aire unas toses tuberculosas, y un yonqui blanco se afanaba por robar una calada a un chino [cigarrillo de hero¨ªna] de otro negro. Ninguno se acercaba al lugar donde falleci¨® el asi¨¢tico, un espacio situado en el conf¨ªn del asentamiento, donde a dos metros del suelo se toca el cielo gris del puente. All¨ª se espes¨® el humo que, posiblemente, se introdujo dentro de la tienda del asi¨¢tico y le borr¨® el camino de retorno a la conciencia. El resto fue trabajo de las llamas.
Selvarajah era conocido en La Farola -revista que venden los indigentes- por su simpat¨ªa. Tras un enganche a la coca¨ªna, en noviembre empez¨® a repartir el peri¨®dico y a vivir con otros compa?eros en la pensi¨®n La Paz, de la calle de San Andr¨¦s (Centro). En marzo dej¨® el trabajo. La polic¨ªa dice que ingres¨® en prisi¨®n. Hace dos semanas regres¨® a la Redacci¨®n. Por poco tiempo.
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