La obscenidad del 'voyeur'
Sospecho que los esp¨ªas est¨¢n para espiar y, desde luego, no a maestros de escuela o a estudiantes de secundaria. Esp¨ªan a embajadores, pol¨ªticos, empresarios o periodistas, esp¨ªan a quien puede tener informaci¨®n peligrosa para el Estado, esp¨ªan para conseguir masas de datos dispersos que m¨¢s tarde analizan, coordinan y depuran, y esto se hace aqu¨ª, en Alemania, en Francia, en Estados Unidos y en el Reino Unido. Si no queremos esp¨ªas que esp¨ªen, habr¨¢ que decirlo claramente: que se desmonte el Cesid y los servicios de seguridad. Si pensamos que un Estado necesita servicios de seguridad -yo as¨ª lo creo-, es hip¨®crita desmelenarse porque hacen su deber. Y su deber es evitar que peligre la seguridad del Estado, evitar que un ministro, presidente o miembro de la Casa Real se equivoque y pueda ser objeto de chantaje o amenaza. Protegen al Estado contra sus ocupantes y a veces incluso a los ocupantes contra s¨ª mismos.Lo que no suele ocurrir en otros pa¨ªses es que los esp¨ªas vendan esa informaci¨®n al mejor postor para que ¨¦ste la utilice en una maniobra de chantaje pol¨ªtico, en una "batalla dentro de una guerra" (Perote dixit). Tampoco nos enga?emos: ese tipo de informaci¨®n se vendi¨® en Inglaterra y en Estados Unidos llev¨® a Nixon al impeachment (?o es que el famoso Garganta Profunda era un aficionado?), Pero, ciertamente, no ha ocurrido con las dimensiones del suceso que nos aturde y confunde.
Lo grave pol¨ªticamente no es el espionaje en s¨ª mismo (aunque lo sea, siempre y en todas partes), s¨ª bien todos podemos comprender que los espiados se irriten al sentirse reflejados en una mirada que los objetualiza y los expone de modo inevitablemente indecoroso, pues nadie se comporta igual en p¨²blico que en privado y el m¨¢s santo necesita su privacidad. Lo que un Estado no puede permitir es que se comercie con esa privacidad, y es tan peligroso, tan desestabilizador, ese comercio que justifica la reacci¨®n airada del p¨²blico: si no se puede controlar esa informaci¨®n, que no exista. Pero la realidad es testaruda, pues esa informaci¨®n existe para cualquiera que quiera comprar un esc¨¢ner (ETA, por ejemplo, o una embajada), de modo que, si cualquiera puede tenerla, mejor que la tenga antes el Estado.
Ahora bien, si hablamos de comercio de informaci¨®n privilegiada, de insider trading pol¨ªtico (y en eso estamos), no podemos dejar de recordar que fue el vicepresidente de un Gobierno socialista quien exhibi¨® en pleno Parlamento unas carpetas que supuestamente conten¨ªan dossieres con informaci¨®n privilegiada en una escena que jam¨¢s olvidar¨¦, que a muchos hel¨® la sangre en las venas y que fue la primera manifestaci¨®n de esta pr¨¢ctica perversa. De modo, que quien siembra vientos cosecha tempestades y no debe sorprender que quien amenaz¨® con dossieres sea objeto de dossieres.
Adem¨¢s, al ver la lista de espiados y vigilados, no se puede dejar de albergar la sospechado un uso partidista y, por tanto, un comercio ilegal, de informaci¨®n privilegiada, inf¨®rmaci¨®n que debe estar ¨²nica y exclusivamente al ser vicio de los m¨¢s altos intereses generales.
Pero, por mucho que repugne la exhibici¨®n p¨²blica de esos retazos de vida personal (y nadie medio honesto deja de asquearse ante ese obsceno- voyeurismo, como repugna la exhibici¨®n p¨²blica de secretos de confesionario), a eso se dedican los esp¨ªas, y lo perverso pol¨ªticamente es el comer cio con esa informaci¨®n que hoy, aqu¨ª y ahora ni es casual ni azaroso y responde a una conocida estrategia que necesitamos imperiosamente anular. Pues, m¨¢s all¨¢ de las responsabilidades a exigir al Gobierno (y por Dios que son ya demasiado fuertes), lo que est¨¢ en juego adem¨¢s es la posibilidad de que instituciones b¨¢sicas y centrales de la democracia espa?ola sean objeto de chantaje. Y esto tambi¨¦n est¨¢ ocurriendo, de modo que quiz¨¢ debi¨¦ramos dirigir al menos parte de nuestra irritaci¨®n contra el uso externo, y no s¨®lo el interno, de esa informaci¨®n.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.