Del ocio del comercio
Desde su modesto pedestal, Jos¨¦ Fern¨¢ndez Rodr¨ªguez, Pep¨ªn, comerciante, nacido en Grado, Asturias, como reza la inscripci¨®n, da la espalda a la plaza del Carmen, quiz¨¢s molesto por la desidia y la degradaci¨®n que se han adue?ado del lugar, un lugar enclavado en el coraz¨®n de un barrio que Pep¨ªn Fern¨¢ndez dinamiz¨® con sus iniciativas comerciales cuando regres¨® de la emigraci¨®n cubana convertido en un indiano rico, un aut¨¦ntico hombre hecho a s¨ª mismo, un self made man a la americana, que culmin¨® su carrera empresarial exportando de La Habana a Madrid un nuevo concepto de grandes almacenes, generosamente surtidos como bazares orientales y enclaustrados en edificios herm¨¦ticos, sin vistas a la calle, para que la clientela, enajenada del tiempo y del entorno, pudiera entregarse, libre de trabas, al consumo, seg¨²n el patr¨®n yanqui. El Encanto de La Habaha se transform¨® en Madrid en Seder¨ªas Carretas y luego en Galer¨ªas Preciados.El busto de Pop¨ªn, que m¨¢s parece caricatura negra y desproporcionada que monumento de homenaje, se protege tras unas gruesas gafas oscuras para no ver la ruina de la plaza ni el expolio de su antigua empresa.
Pep¨ªn Fern¨¢ndez. no est¨¢ de humor para endilgarles sermones a los desocupados que van, ocupando los bancos de la plaza a la ca¨ªda de la tarde, gente poco emprendedora a la que le fall¨® la voluntad tanto como la suerte. Bajo las ramas de los pl¨¢tanos que cobijan el centro de la plaza se guarece una tribu marginal y marginada, miembros de un clan que se desperdiga por los aliviaderos de la Gran V¨ªa buscando el abrigo de las sombras. La plaza del Carmen y sus aleda?os, como otros reductos de su g¨¦nero en la misma zona, han sido y son tradicional acampamiento de los ind¨®mitos s¨²bditos de la corte de los milagros. La misma plaza que, hasta bien entrado este siglo, fue plaza de mercado se revel¨®, tras la desaparici¨®n del mismo, como excelente refugio para los desheredados de la fortuna, un refugio a¨²n m¨¢s discreto en la primavera y el verano, cuando las hojas de los ¨¢rboles forman una c¨²pula aislante, una sombrilla natural que protege de miradas indiscretas e inc¨®modas vigilancias a los huidizos cofrades de la antigua hermandad del Patio, de Monipodio.
El mercado se instal¨® aqu¨ª en 1830, cuando se suprimieron los cajones y puestos ambulantes de la Red de San Luis y de la calle de la Montera. Con los reclamos del mercado y de un front¨®n que, seg¨²n el cronista Pedro de R¨¦pide, era el ¨²nico donde se conservaba en Madrid la afici¨®n al juego de pelota, la plaza del Carmen debi¨® ser uno de los lugares m¨¢s animados y transitados del casco urbano. E-1 front¨®n hab¨ªa sido levantado sobre el campo santo y la zona conventual del Carmen calzado, que da nombre a la plaza desde 1968. La iglesia superviviente
abre su fachada a la calle hom¨®nima: de la plaza y ha quedado adosada al edificio del front¨®n, que pronto pas¨® a ser sal¨®n de espect¨¢culos de variedades y que hoy agrupa varios minicines. Casi junto a los Minicines resiste el teatro Mu?oz Seca, un caso excepcional y a contracorriente, pues no hace mucho que pas¨® del cine al teatro, recuperando su primera dedicaci¨®n por un camino inverso al habitual. Una comedia fr¨ªvola del prol¨ªfico Alonso Mill¨¢n y el reclamo de Victoria Vera como protagonista del cartel compiten con las ¨²ltimas pel¨ªculas en la oferta de espect¨¢culos de este antiguo y caracter¨ªstico emporio de la mala y de la buena vida madrile?a, hoy degradado y abandonado a su suerte.
En una de las medianer¨ªas de la plaza, un desva¨ªdo arco iris enmarca una sentencia, algo perogrullesca, rubricada por la firma del viejo profesor y emblem¨¢tico edil capitalino, Enrique Tierno Galv¨¢n, que dice as¨ª: "La paz no se consigue sin esfuerzo; si quieres la paz, trabaja por la paz". Una afirmaci¨®n m¨¢s de esas buenas -intenciones con las que est¨¢n empedradas las calles del infierno madrile?o. En esta pac¨ªfica plaza hace no mucho tiempo, una Yonqui desesperada, casi una ni?a, traspas¨¦ a punta de navaja el coraz¨®n de un artista que aguardaba el amanecer sentado en uno de los -bancos y acab¨® -como v¨ªctima propiciatoria y accidental de otra v¨ªctima, homicida inconsciente, acuciada por el s¨ªndrome de abstinencia, desma?ada y torpe en el manejo de las armas blancas.
A las cinco de la tarde, en. las puertas de Estylo, sal¨®n de baile, se forma una cola muy peculiar en la que predominan damas sexagenarias y proyectos galanes, ellas y ellos muy atildados y repeinados, listos para rememorar los cl¨¢sicos rituales del cortejo, dispuestos a probar una vez m¨¢s, sin desmayos y sin complejos, los pasos de la eterna danza prenupcial en la ef¨ªmera promiscuidad que propician las luces indirectas, los tragos desinhibidores y la enlatada m¨²sica sentimental y evocadora.
En la plaza del Carmen confluyen algunas bocacalles tan famosas como estrechas, vestigios de un Madrid que cambi¨® su traza, aunque no su idiosincrasia, cuando se proyect¨® la Gran V¨ªa. La calle de la Salud, sombr¨ªa y abandonada, menos salubre hoy que cuando sirvi¨® de resguardo frente a la peste para un grupo de colonos que all¨ª acamparon en tiempos de los Reyes Cat¨®licos. La de Tres Cruces, de triste memoria, pues sirvi¨® de calvario, volvemos a R¨¦pide, para tres herejes, "dos mujercillas y un rufi¨¢n" que fueron all¨ª ajusticiados por haber profanado una imagen de la Virgen. Pero quiz¨¢s sea la calle de la Abada la que mejor nos hable del pasado de esta plaza encajonada entre la Puerta del Sol y la Gran V¨ªa. Abada es lo mismo que rinoceronte, nos dice el diccionario, -y abada llamaban los -madrile?os del siglo XVI a la ex¨®tica fiera de esta especie que se exhib¨ªa en cautividad en estos solares, de anta?o destinados al s¨®laz y al ocio ciudadanos.
Cuenta la cr¨®nica que tan pecaminosos andurriales fueron santificados por un fraile que confundi¨® un mu?eco articulado que serv¨ªa como reclamo de una manceb¨ªa con una representaci¨®n de la Virgen. Tal fue el empe?o del alucinado hermano, apoyado por cristian¨ªsimos nobles, que el mu?eco acab¨® convirti¨¦ndose en la venerada imagen de Nuestra Se?ora de Madrid, tras ser incautado a sus leg¨ªtimas propietarias, que pagaron en la hoguera su osada forma de- hacerse publicidad. As¨ª lo cuenta al menos Pedro de R¨¦pide, gu¨ªa indisipensable y, mentor habitual de estas cr¨®nicas que tanto le deben.
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