Europa en una encrucijada
Concidiendo con la puesta en pr¨¢ctica del Convenio de Schengen hemos asistido a un despliegue de informaci¨®n relativa a las ventajas derivadas del mismo. Se nos ha explicado c¨®mo podemos llegar de Valencia a Berl¨ªn, de Madrid a Par¨ªs sin atravesar aduana alguna, circulando al fin como ciudadanos de un ¨²nico territorio. Se han modificado aeropuertos y estaciones mar¨ªtimas, y todo es mucho m¨¢s c¨®modo para los poseedores del pasaporte granate de la Uni¨®n Europea (UE). Efectivamente, la libertad de circulaci¨®n, la supresi¨®n de las fronteras, no puede ser vista sino como un ¨¦xito en el dif¨ªcil camino de la UE. Se trata de un hito, un progreso que anuncia el camino a seguir. Sin embargo, al mismo tiempo aparecen sus sombras como una manifestaci¨®n m¨¢s de ese toma y daca que parece el destino mismo del proceso de construcci¨®n de Europa. En realidad, se trata de advertir que, todo y con ser positivo, ¨¦se no es el ¨²nico ni el m¨¢s positivo de los caminos a recorrer por el proyecto europeo. No podemos contentarnos con la autosatisfacci¨®n que producen logros incontestables, sino que debemos preguntarnos por su significado en relaci¨®n con el objetivo de construcci¨®n de Europa.En ese sentido, la l¨®gica de Schengen es una l¨®gica anterior a la Europa de la Uni¨®n, a la Europa de Maastricht. ?sa deber¨ªa ser s¨®lo una estaci¨®n de paso, y no el destino. Porque puede aprovecharse el ¨¦xito de Schengen para reforzar la idea (que conviene sobre todo a intereses no europeos: desde el otro lado del Atl¨¢ntico y m¨¢s all¨¢) de que Europa debe ser, sobre todo, una creaci¨®n cerrada sobre s¨ª misma, satisfecha en su propio bienestar y en su riqueza, recreada en la contemplaci¨®n de su magn¨ªfica historia y de su seguridad presente. En esa Europa, Espa?a -la Europa del Sur- tiene un papel ambiguo de guardi¨¢n de seguridad, de albergue del ocio y el descanso de los europeos (m¨¢s) ricos.
Dorada 'v¨ªa muerta'
Si nos instalamos en esa v¨ªa de la l¨®gica de Schengen, pese a las innegables ventajas se?aladas, nos arriesgamos a una dorada v¨ªa muerta, un refugio para nuestra decadencia, una renuncia a contribuir a guiar posibles progresos en la historia de la humanidad. Frente a ello, es necesario subrayar la oportunidad que se vislumbra, aunque sea muy t¨ªmidamente, de' proyectar otra Europa, otra Uni¨®n, m¨¢s acorde con la concepci¨®n universalista, abierta al mundo, de los padres fundadores de todo el proceso. Una Europa que, consciente de la globalizaci¨®n, de la mundializaci¨®n, encuentre su papel en el desarrollo de lo que ha sido su gran aportaci¨®n en los dos ¨²ltimos siglos: los ideales que dan pie a la lucha por el reconocimiento de los derechos para todos los seres humanos, por su igualdad, por su emancipaci¨®n. Son los ideales que cristalizaron en una noci¨®n de ciudadan¨ªa que, sin embargo, hoy es ya insuficiente. Europa debe ser digna del desaf¨ªo hist¨®rico que puede emprender: arriesgarse a superar lo que es una herencia gloriosa, pero que no puede constituir s¨®lo un espejo para la a?oranza de momentos en que tuvimos energ¨ªa creadora. Se trata de crear un proyecto para el pr¨®ximo siglo: una nueva noci¨®n de ciudadan¨ªa y de derechos que no gire ¨²nicamente sobre el eje del Estado nacional, que se abra realmente a todos, no s¨®lo para nosotros los europeos, pues en caso contrario fracasar¨¢, y nosotros seremos los primeros en perder. Un proyecto basado en el encuentro de pueblos -de gentes, culturas, potencialidades de riqueza social, econ¨®mica, demogr¨¢fica- como el que se intuye puede constituir el sentido de la apuesta que conduce ahora Espa?a en la actual presidencia de la UE: la apertura en serio a los pa¨ªses del Mediterr¨¢neo no europeo, un encuentro en el que, por cierto, Espa?a s¨ª puede desempe?ar un papel de motor, de dinamizador de propuestas concretas, de agente del cambio.Al principio dec¨ªamos que hemos pagado un precio por ese avance indiscutible. Y decimos bien: hemos pagado nosotros, y no s¨®lo los ciudadanos de pa¨ªses terceros. Con esto no s¨®lo arrojamos la carga sobre otros, sino que nos hemos marcado a nosotros mismos. Porque el precio es arriesgarnos a la p¨¦rdida de nuestra conciencia como civilizaci¨®n, de nuestras se?as de identidad: es el camino hacia la renuncia a la idea de cultura como encuentro, de las libertades como clave de la democracia, de la humanidad como universalidad de los derechos, de lo que. tenemos en com¨²n con los que no son tan afortunados como nosotros. Ya ni siquiera tenemos que responder como Ca¨ªn: ?acaso somos el guardi¨¢n de nuestro hermano? Hemos trazado una l¨ªnea divisoria que separa radicalmente a los europeos de los dem¨¢s, especialmente de aquellos que nos molestan en la pesada tarea de nuestro proyecto com¨²n, es decir, de los que buscan refugio, de quienes tratan de emigrar para mejorar su situaci¨®n econ¨®mica, pero tambi¨¦n de todos aquellos cuyo contacto nos enriquece.Al principio fue la coartada de la bar ca llena frente al fantasma de una invasi¨®n (las masas de refugiados y de emigrantes econ¨®micos) que se supon¨ªa iba a sepultarnos. Ahora, simplemente un pro fesor que quiera visitarnos para impartir unas clases, un profesional que trate de abrir nuevas relaciones, un empresario que intente encontrar otros mercados, ver¨¢n incrementarse las dificultades (a fortiori, obviamente, todo aquel que no sea mano de obra "necesaria"). ?Y a¨²n seguimos pregunt¨¢ndonos por las condiciones para el di¨¢logo intercultural? El modelo que hemos emprendido supone que hay, de un lado, personas que tienen mejor garantizado el libre tr¨¢nsito -un derecho fundamental- y, de otro, sospechosos que deben someterse a penalidades sin cuento para trasladarse a Europa, aunque sea con el prop¨®sito de beneficiarla. Quiz¨¢ es la hora de que renuncie mos a simulaciones y reconozcamos que hemos asumido que el fin justifica los me dios y que preferimos la comodidad de los europeos que el respeto a los derechos de quienes son ciudadanos de segunda: los extranjeros pobres, es decir, los extra comunitarios pobres.
Valdr¨ªa la pena tomar la medida exacta de este giro hist¨®rico. Se trata de una apertura exclusiva, por no decir simplemente la exclusi¨®n. No era ¨¦se precisa mente el mensaje de los fundadores de una Europa universalista. Se dir¨¢ que hay que proteger los mercados de trabajo de Europa como se deben proteger los flujos de capitales europeos frente a los del resto del mundo, pero esto es una utop¨ªa negativa, pues la econom¨ªa de Euro pa est¨¢ ya mundializada, como lo est¨¢n cada vez m¨¢s las poblaciones. Se habla ahora de la construcci¨®n en los pr¨®ximos anos de un espacio de libre cambio entre las dos orillas del Mediterr¨¢neo. Perfecto. Pero ?qu¨¦ pasar¨¢ con la gente? ?Se podr¨¢ invertir, sacar provecho y dejar fuera al mismo tiempo a los ciudadanos del Sur? ?Funesta ilusi¨®n! Los flujos migratorios seguir¨¢n desarroll¨¢ndose cualquiera que sea la pol¨ªtica de fronteras. Pero en lugar de que esos flujos constituyan una oportunidad para el codesarrollo, ser¨¢n ilegales, indocumentados, y provocar¨¢n, por supuesto, cada vez m¨¢s la xenofobia, el racismo, la etnicizaci¨®n de Europa. No decimos que se trate de abolir desde ya las fronteras externas, sino que se deben plantear concretamente pol¨ªticas comunes de gesti¨®n de los flujos migratorios. Entonces Schengen ser¨¢ un paso positivo para las libertades y los derechos humanos. En caso contrario, cualesquiera que sean los subterfugios utilizados, la pol¨ªtica de Schengen quedar¨¢ como un cierre basado en el temor, el recelo y la indiferencia hacia los mal nacidos del mundo.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.