La mentira que Mitterrand no pudo ocultar
Diez a?os despu¨¦s, nadie ha sido procesado en Francia por el atentado que hundi¨® al 'Rainbow Warrio'
ENRIC GONZ?LEZ, Diez a?os despu¨¦s, las circunstancias se repiten. Aquel 10 de julio de 1985, el buque Rainbow Warrior, de la organizaci¨®n ecologista Greenpeace, estaba en los mares del Sur para oponerse a los ensayos nucleares franceses. Hoy es su sucesor, el Rainbow Warrior II, el que se aproxima al atol¨®n de Mururoa para oponerse a la reanudaci¨®n de los ensayos ordenada por Jacques Chirac. En 1985, todo acab¨® en tragedia. El tablero de ajedrez mar¨ªtimo sobre el que jugaban los militares franceses y los ecologistas internacionales fue brutalmente roto por los servicios secretos de Par¨ªs: dos bombas hundieron el Rainbow Warrior, mataron a una persona y avergonzaron a Francia, enfrentada a la evidencia del terrorismo de Estado practicado por sus dirigentes.Unos minutos antes de las dos de la madrugada, hora neozelandesa, Greenpeace envi¨® la noticia a todos los rincones del mundo. El texto, encabezado por la palabra Urgente repetida cinco veces, era conciso: "Rainbow Warrior hundido por dos explosiones en puerto de Auckland en Nueva Zelanda hace unas dos horas. Sospecha de sabotaje. Disponemos a¨²n poca informaci¨®n. Un tripulante desaparecido".
No tard¨® en saberse que los ecologistas hab¨ªan celebrado una fiesta esa noche a bordo del Rainbow Warrior por el cumplea?os del estadounidense Steve Sawyer, coordinador de la campa?a antinuclear. De los 12 tripulantes, 11 pudieron saltar a tierra antes de que el buque se hundiera. Uno, el fot¨®grafo portugu¨¦s Fernando Pereira, intent¨® salvar sus c¨¢maras y muri¨® ahogado.
El primer ministro franc¨¦s, el socialista Laurent Fabius, conden¨® inmediatamente el "criminal atentado" contra Greenpeace. Lo mismo hizo el presidente Fran?ois Mitterrand. Pero era inevitable la sospecha: ?no estaban siguiendo -como ahora mismo- los servicios secretos franceses al Rainbow Warrior? ?No era el Gobierno franc¨¦s el m¨¢s interesado en frenar la campa?a ecologista?
Algunos medios de comunicaci¨®n sugirieron la posible vinculaci¨®n de Francia, y desde los palacios del El¨ªseo y de Matignon se reaccion¨® h¨¢bilmente: fuentes supuestamente "solventes" (consejeros ministeriales y jefes de gabinete) comunicaron confidencialmente a la prensa sus sospechas de que el atentado pudiera ser obra de "ultraderechistas franceses aliados con independentistas de Nueva Caledonia" o de "agentes secretos que habr¨ªan obrado por su cuenta".
Se dio credibilidad a esas filtraciones. Nadie pod¨ªa pensar que los m¨¢ximos dirigentes franceses pudieran haber ordenado un acto criminal. La polic¨ªa neozelandesa hab¨ªa detenido, dos d¨ªas despu¨¦s del atentado, a dos agentes secretos, franceses, Alain Mafart y Dominique Prieur, que se hac¨ªan pasar por un matrimonio suizo. Otro d¨²o de agentes fue detenido m¨¢s tarde. Todos dispon¨ªan, sin embargo, de coartadas para el momento del atentado. Segu¨ªan, efectivamente, al Rainbow Warrior, pero eso ya se sab¨ªa y no era delito. Nada culpaba al Gobierno franc¨¦s y sus explicaciones sobre una presunta conspiraci¨®n ganaron cuerpo progresivamente.
Un periodista de Le Monde, Edwy Plenel, tuvo entonces una idea. "Comprendimos d¨®nde pod¨ªa estar oculta la carta que hab¨ªa de hacer caer el castillo de naipes de la mentira oficial: un tercer equipo", explic¨® recientemente Plenel. "Todo reposaba sobre el hecho de que los neozelandeses no hab¨ªan podido localizar a quienes colocaron el explosivo".
El 'tercer equipo'
La tesis del tercer equipo fue confirmada a Le Monde por una garganta profunda cercana a la presidencia de la Rep¨²blica. El semanario L'Express consigui¨® entonces, de otra fuente an¨®nima, las identidades del d¨²o que cometi¨® el atentado: los submarinistas de la Armada Jean-Luc Kyster y Jean Camasse. Incluso tras esta revelaci¨®n, el ministro de Defensa Charles Hernu mantuvo la tesis de la "conspiraci¨®n ajena al Gobierno franc¨¦s". Fran?ois Mitterrand, que hab¨ªa aprobado la operaci¨®n y conoc¨ªa todos los detalles, desempe?¨® su papel favorito, el de esfinge.
Tuvo que ser el primer ministro Laurent Fabius quien se rindiera a la evidencia. Fabius pidi¨® a Mitterrand que destituyera a Hernu antes de que el creciente esc¨¢ndalo les engullera a todos. El presidente, sin comentarios y como si el asunto no fuera con ¨¦l, destituy¨® a Hernu y al director de la Direcci¨®n General de la Seguridad del Estado, el almirante Pierre Lacoste.
Eso fue todo. Nadie fue procesado por el atentado que hundi¨® el Rainbow Warrior y mat¨® al fot¨®grafo portugu¨¦s. Mitterrand guarda hasta hoy una profunda inquina contra el diario Le Monde y se precia de no leerlo. Fabius est¨¢ pendiente de juicio por un asunto, las transfusiones de sangre contaminada con el virus HIV, que ocurri¨® precisamente durante aquel verano de 1985 y no se descubri¨® hasta 1990. Los dos submarinistas que colocaron la bomba siguen en ejercicio activo.
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