Franco Zeffirelli sit¨²a a 'Carmen' en una Sevilla que parece Catania
Gran ¨¦xito de la producci¨®n estrella de la Arena de Verona
La presente temporada de la Arena de Verona alcanz¨® su cenit el pasado s¨¢bado con una Carmen firmada por Franco Zeffirelli que es la ant¨ªtesis de la que Antonio y Carlos Saura presentaron el mes pasado en el Festival de Spoleto. Sencilla, abstracta e ir¨®nica esta ¨²ltima, concebida en primeros planos si se acepta la obligada met¨¢fora cinematogr¨¢fica; espectacular, naturalista y folcl¨®rica la primera, pensada en grandes panor¨¢micas, ambas producciones coinciden en colocar el drama de Bizet en un marco decididamente ajeno a Espa?a.
Es dif¨ªcil afirmar si el c¨¦lebre director italiano de cine y teatro buscaba ese resultado o si esta Carmen le ha salido as¨ª por una combinaci¨®n de cosas. La fila de mendigos, que parecen hacer pic -nic en la boca del escenario durante buena parte de la obra, prueba la vocaci¨®n naturalista de su montaje. Pero el color gris, la textura del enfoscado e incluso la fachada barroca de, una supuesta Giralda que, en los decorados dise?ados por el mismo Zeffirelli, representan a Sevilla, recuerdan m¨¢s bien a una Catania caprichosamente encaramada sobre una pendiente como la del Sacromonte de Granada y dominada por casitas colgadas como en la serran¨ªa de Ronda.Sobre. ese horizonte, circulan cigarreras, bandidos, soldados, gitanos, payos, caballos, burros, mulas, con tal densidad y profusi¨®n que a veces hay que hacer esfuerzos hasta para descubrir de d¨®nde sale la poderosa voz de Denyce Graves, protagonista de. esta Carmen arenera.
Por la calidad de sus recursos, que no excluye alguna dureza perceptible en recintos m¨¢s peque?os que la Arena, y la correcci¨®n de su canto, Graves es la mezzosoprano en alza del momento. Su Carmen, dentro de un nivel alto, resulta, sin embargo algo plana, tanto musicalmerite como bajo,el aspecto esc¨¦nico. La norteamericana matiza poco. O se desmelena o tiende a ser es t¨¢tica. Canta, por ejemplo, tumbada la c¨¦lebre seguiriya. Sus gestos tienen con frecuencia una violencia gratuita y de su interpretaci¨®n sale, sobre todo, una Carmen enfurru?ada.
Tampoco el vestuario ayuda a evocar lo espa?ol en esta producci¨®n de la Arena. Trajes claros, sombreros de paja, casacas amarillas, incluso la viejas vestidas de negro a la siciliana recuerdan el risorgimiento y una cierta pintura italiana de Finales de siglo antes que la de Goya. Con sombrero panam¨¢, traje blanco y clavel rojo en el ojal hace, por ejemplo, su divertida entrada el veterano Justino D¨ªaz, un Escamillo de excelente voz, gran estilo y categor¨ªa. Pero la mejor l¨ªnea de canto, la m¨¢s bella y decidida de todo el reparto, es la de Sergu¨¦i Larin, un tenor que ya est¨¢ entre los grandes y que seguramente har¨¢ ¨¦poca. El Don Jos¨¦ del joven ruso, aun siendo ligero, resulta cautivador hasta cuando los caprichos del Vestuario a?ade dificultades a sus limitadas dotes esc¨¦nicas; como ocurre en el cuarto acto, cuando le hacen espiar embozado en gruesa capa, como un Leporello de gui?ol o un Sparafucille de risa, la entrada de la corrida. Claro que en el cuarto acto de esta Carmen vale todo. Por mor de la espectacularidad, Zeffirelli llega a cruzar una procesi¨®n con la cola de los que entran en La Maestranza, dando a un cura la in¨¦dita oportunidad de bendecir a la vez a los encapuchados y a los que se disponen a cortar orejas, que cristianamente se arrodillan. En este cuarto acto se da, por fin, espacio al baile espa?ol de la troupe de Luc¨ªa Real y El Camborio, que marca el contratiempo al ritmo de la orquesta con una ligera ca?a. Los aplausos fueron enormes para todos, incluida la Micaela de Cecilia Gasdia y la direcci¨®n, puntillosa, de Daniel Oren. Gran triunfo tambi¨¦n para Zeffirelli.
Babelia
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