De la faldita al 'top less'
Hace tres d¨¦cadas muchas piscinas estaban separadas por sexos y no admit¨ªan el biquini
A?os antes de que invadieran Levante, la piscina era para los madrile?os el ¨²nico espejismo de la playa. A mediados de los sesenta, Madrid contaba con casi un centenar de instalaciones, entre p¨²blicas y privadas, que ofrec¨ªan durante la can¨ªcula un buen refugio corporal, de no ser por el poco cuerpo que la estrecha moralidad de la ¨¦poca permit¨ªa ense?ar. Aunque el olfato legislador no estuvo muy fino al calibrar los descoques que se pod¨ªan producir en estos recintos, la decencia era un concepto socialmente muy ex tendido en esa ¨¦poca. Todav¨ªa eran frecuentes las instalaciones rigurosamente separadas por sexos -obligatorio en la zona de solarios-, y el uso de ba?adores lo m¨¢s kilom¨¦tricos posible."M¨¢s que normas legales, lo que hab¨ªa eran normas sociales", afirma Juan Gonz¨¢lez, responsable de medios de comunicaci¨®n de las Hermandades del Trabajo, una organizaci¨®n que hasta principios de los setenta no permiti¨® a hombres y mujeres compartir las piletas del estadio de San Miguel. Las familias de ba?istas que acud¨ªan a esta piscina s¨®lo permanec¨ªan juntas en la cola de la taquilla y en el merendero, una zona neutral adonde se iba a comer perfectamente vestidos, descartados, por supuesto, los bermudas, pareos o albornoces. Traspasada la puerta de Belmonte de Tajo, mujeres, ni?as y ni?os de hasta siete a?os enfilaban el camino hacia el recinto femenino mientras que los padres se daban un chapuz¨®n solitario en la zona masculina.
El ¨²nico escarceo visual permitido era el de los celadores, siempre vigilando que las f¨¦minas usaran el gorro de ba?o y no se quitaran la recatada faldita que obligatoriamente deb¨ªan llevar sobre el ba?ador para tapar la sinuosidad de las caderas. "Adem¨¢s de eso, tambi¨¦n hac¨ªan ambiente, y explicaban a los ba?istas las actividades de Hermandades", cuenta Carmen S¨¢nchez Lauth¨¦, compa?era de Juan en las tareas de prensa de Hermandades. Sin embargo, ambos recuerdan divertidos, las artima?as que se usaban para aliviar tanta presi¨®n moral. "Yo ten¨ªa amigas que cuando ve¨ªan a las cuidadoras se pon¨ªan una toalla sobre las piernas para ocultar que no llevaban la dichosa faldita". "La gente", a?ade Juan, "lo aceptaba como todo en esa ¨¦poca. No protestaban, pero l¨®gicamente tiraban de picaresca. ?C¨®mo vas a nadar a gusto con una falda que se enrosca y se pega a las piernas?".
Treinta a?os despu¨¦s, el monobiquini y el tanga no llaman la atenci¨®n en San Miguel. Las instalaciones son mixtas, excepto la piscina femenina, un vestigio muy querido del pasado. "Siempre que se habla, de quitar esa piscina, las mujeres se sublevan. A ellas les gusta cogerse los rulos o tirar de la pinza de depilar mientras toman el sol. Y claro, eso no lo pueden hacer si hay hombres a la vista. Tampoco los chicos al principio quer¨ªan que desapareciera porque no les hac¨ªa gracia que otros hombres vieran a sus novias en ba?ador".
En este cambio de aires tuvo mucho que ver, seg¨²n Juan, el Concilio Vaticano Il y el apego de Hermandades a la realidad social. "Somos trabajadores, cristianos, s¨ª, pero trabajadores, y sabemos lo que se cuece en la calle". Por eso aceptaron, sin que mediara acuerdo alguno de la direcci¨®n, que las mujeres se liberaran de aquellos bot¨¢nicos de pl¨¢stico que eran los gorros de ba?o. "Las modas cambiaron. Las chicas se cortaban el pelo y los chicos se dejaban melenas. ?A qui¨¦n ibas a pedirle que se pusiera el famoso gorro?".
Luego lleg¨® el biquini y m¨¢s tarde el monobiquini. "Llegaban mujeres con certificados m¨¦dicos para justificar que ten¨ªan que tomar el sol en el pecho y nos planteamos lo de siempre: ?qu¨¦ importa m¨¢s, el fondo o la forma?". Al final triunf¨® lo primero y en la piscina no y s¨®lo se pide a los 35.000 socios que mantengan buen comportamiento. "Es un t¨¦rmino ambiguo que s¨®lo encierra respeto a los dem¨¢s y sentido com¨²n. Unos achuchones en las parejas claro que est¨¢n permitidos. Otra cosa es otra cosa", aclara Juan.
Donde el tiempo se ha detenido es en el Club Ap¨®stol Santiago, todo un ejemplo de las posibilidades que ofrece la divisi¨®n. Adem¨¢s de la piscina para mujeres solas, est¨¢ la de hombres; la de madres con hijos, la de padres con hijos, la de ni?os solos. As¨ª hasta nueve. Jos¨¦ Luis Lazcano, su director, niega cualquier connotaci¨®n moral en tanto distingo. "Esto no es una piscina como otra cualquiera. Aqu¨ª se trata de ense?ar nataci¨®n y fomentar su pr¨¢ctica, no de que la gente venga con la tortilla". La aceptaci¨®n popular de su f¨®rmula sirve para acallar, seg¨²n Lazcano, cualquier comentario extradeportivo. "Tenemos muchos m¨¢s interesados que plazas podemos ofrecer. Aqu¨ª vienen alumnos desde los 2 hasta los 60 a?os". Si alguien se extra?a por tanta vocaci¨®n tard¨ªa, ¨¦l asegura que "cualquier edad es buena para aprender" y justifica la existencia de piscinas de madres y padres ?porque ellos pueden perfectamente ense?ar a nadar a sus hijos". Est¨¢ claro que quien viene aqu¨ª a remojarse ha de ser, forzosamente, profesor o alumno. La ¨²nica acotaci¨®n moral que reconoce el director es que "todo se hace dentro de un esp¨ªritu cristiano. Hay una capilla, pero nada m¨¢s. ?El monobiquini? Ni est¨¢ permitido ni prohibido, simplemente a nadie se le ocurre usarlo".
Vista gorda
La misma filosof¨ªa mantuvo el Ayuntamiento a finales de los setenta, cuando empezaron a proliferar ba?istas que, casualmente, hab¨ªan olvidado la parte superior del biquini. "Creo que se mantuvo un cierto cinismo, porque ni se permiti¨® ni se rechaz¨®, simplemente se hizo la vista gorda", recuerda un trabajador del Instituto Municipal de Deportes que vivi¨® de cerca el cambio de aires. Reci¨¦n estrenada la democracia, los m¨¢s recatados eran legi¨®n y se suced¨ªan las protestas. "El monobiquini", recuerda, "Ievant¨® mucha m¨¢s polvareda que cuando, en 1987, se abri¨® el centro nudista de La Elipa. Claro que entre ambos hechos hab¨ªa pasado una d¨¦cada y cambiado muchas cosas". Aun as¨ª, en los primeros d¨ªas de La Elipa hab¨ªa mucha expectaci¨®n. "Los padres tem¨ªan que sus hijos pudieran ver algo a trav¨¦s de la pantalla vegetal. Pero luego se acostumbraron y si ha habido alguna reclamaci¨®n ha sido siempre muy aislada". Cuando, en 1988, se inaugur¨® la del barrio del Pilar, la expectaci¨®n hab¨ªa decrecido. Hoy, los dos solarios nudistas municipales -las piscinas son comunes y para utilizarlas hay que enfundarse el ba?ador- registran una afluencia de 300 ba?istas los fines de semana y ausencia de incidentes. "El morbo est¨¢ m¨¢s fuera que dentro. Las ¨²nicas reclamac¨ªones son las de los aut¨¦ntico nudistas, que no paran de pedir una pileta propia". Nadie, hace 30 a?os, pod¨ªa haber imaginado tanta ligereza.
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