Tenerife
Los que se han quemado en Tenerife son los montes m¨ªticos de los guanches; te?idos de leyenda, nacen de nuevo como la met¨¢fora de un paisaje en el que conviven la soledad y la belleza. Ahora es estupor lo que domina, como si una mano larga y negra, la lengua voraz del fuego, comprobara sobre aquella superficie tranquila su capacidad devastadora. Los isle?os somos ingenuos e indefensos, porque nos cercan el mar, el cielo y la nada, por partes iguales, y en medio estamos nosotros crey¨¦ndonos -como es natural- el centro del mundo. Cuando ese centro se quema se nos quema todo el mundo. El fuego ha lamido con su fuerza viscosa incluso el Valle de la Orotava, que figura en la historia como la postal de Humboldt, y ese mismo fuego ha andado a sus anchas por los montes de La Esperanza, que en la historia s¨®lo tienen el bald¨®n de haber sido el centro de la ¨²ltima conspiraci¨®n fascista que sufri¨® la libertad de Espa?a. As¨ª que esa casualidad sin frontera que es el fuego ha roto la armon¨ªa paciente que la naturaleza construy¨® en medio de la isla para compensar ese aire de barco desolado que ser¨ªa una isla sin su verde. Un pulm¨®n natural que los isle?os vieron quemarse mientras hidroaviones indecisos y pol¨ªticos perplejos sobrevolaban una realidad m¨¢s poderosa que cualquier crueldad y m¨¢s verdadera que cualquier met¨¢fora. La naturaleza -el fuego, el viento-, aliada contra el agua para a?adir isla a la isla, desolaci¨®n a la desolaci¨®n. Otros incendios y otras cat¨¢strofes han sufrido las islas, y siempre han puesto a prueba ese lado claro del coraz¨®n que distingue a todo el mundo cuando todo parece que se quema. Isla habitada en su interior por el fuego callado del Teide: fuego en el coraz¨®n, dice la copla. A veces las coplas son terribles cuando se hacen verdad en la vida por la culpa indolente de los hombres.
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