Una vocaci¨®n imposible
De haber nacido hombre, no tengo ninguna duda sobre lo que me habr¨ªa gustado ser: misionero, pero misionero aqu¨ª, en Madrid. No entiendo a esos curas que se van a salvar almas a la selva. Lo l¨®gico es rescatar primero las de Madrid, y luego, si todav¨ªa tienes tiempo, las de Barcelona, Valencia, Sevilla y Bilbao, por este orden. La selva puede esperar. Yo creo que los curas que se van al Amazonas, o a ?frica, no tienen verdadera vocaci¨®n: se marchan porque no aguantan a su madre, o porque les gusta la aventura, porque si de verdad quisieran salvar almas se quedar¨ªan en Madrid. El domingo pasado fui al Retiro, empec¨¦ a contar almas y cuando iba por dos mil quinientas treinta y siete lo tuve que dejar porque pas¨¦ junto a una madre que estaba contando en voz alta las cucharadas de leche en polvo para el biber¨®n de su hijo y me confundi¨®. Pero, bueno, no hab¨ªa contado ni la mitad, y eso que yo as¨ª, a ojo, calculo mal. Y todas se estaban ahogando, o sea, que necesitaban un misionero que les transmitiera la palabra de Dios y les hablara de las postrimer¨ªas. Una vez iba en el autob¨²s, en el 40 -lo hab¨ªa cogido en L¨®pez de Hoyos-, cuando not¨¦ un revuelo en la parte de delante. Me acerqu¨¦ y resulta que estaba agonizando un hombre de unos cincuenta a?os. El conductor detuvo el autob¨²s y pregunt¨® si hab¨ªa alg¨²n sacerdote entre el p¨²blico. Yo habr¨ªa dado la vida por ser hombre y cura en ese momento y salvar el alma de aquel agonizante. Como no sal¨ªa nadie, di un paso al frente y dije que era monja. "Una monja seglar", aclar¨¦, pues iba con una falda un poco corta que al agacharme sobre el moribundo se me subi¨® hasta los muslos. El desgraciado intentaba decir algo, as¨ª que acerqu¨¦ mi o¨ªdo a su boca y musit¨®:
-Un m¨¦dico.
Un m¨¦dico. Estaba muri¨¦ndose y lo ¨²nico que se le ocurr¨ªa era llamar a un m¨¦dico. Yo me volv¨ª y dije que aquel hombre era negro y estaba pidiendo que le bautizaran. Como en casos extremos cualquiera puede administrar ese sacramento, ped¨ª que fueran a por una botella de agua mineral a un bar y en un momento lo bautic¨¦. Le puse de nombre Benito, porque soy muy partidaria de ese santo. Muri¨® en mis brazos y espero que me haya perdonado la mentira sobre el color de su piel, pero qui¨¦n se habr¨ªa cre¨ªdo que estaba sin bautizar si hubiera dicho que era blanco.El caso es que desde entonces, hace ya cinco o seis a?os de eso, los s¨¢bados y los domingos me disfrazo de hombre y frecuento lugares multitudinarios con la esperanza de que le d¨¦ a alguien una angina de pecho y pidan por la megafon¨ªa un sacerdote. Pero nada. Siempre piden m¨¦dicos. El otro d¨ªa, en un partido de f¨²tbol, preguntaron si hab¨ªa alg¨²n cardi¨®logo entre los espectadores. Yo me present¨¦ en la enfermer¨ªa y dije que era cura, y que, si necesitaban un cardi¨®logo, tambi¨¦n necesitar¨ªan un cura, pues una cosa va unida a la otra. Un sujeto fornido me sac¨® de all¨ª de muy buenas formas, sin decirme nada, y lo peor es que al cogerme del brazo se dio cuenta, creo yo, de que era una mujer. Qu¨¦ verg¨¹enza.
O sea, que voy a cumplir cuarenta a?os y todav¨ªa no he salvado ni un alma por culpa de mi condici¨®n fe¨ªnenina. ?Hay derecho a eso? Yo dar¨ªa la vida por tener en Madrid una parroquia peque?ita, de pocas almas, por lo menos al principio. Ya ir¨ªamos creciendo. El caso es que por un cantante que vi en la televisi¨®n me enter¨¦ de que te pueden operar para convertirte en un hombre y dije ya est¨¢: me opero y me hago misionero.
Adem¨¢s, soy una mujer un poco hirsuta, o sea, que tengo pelos por todas partes, de manera que las hormonas me las pod¨ªa ahorrar. Pues se lo cuento a mi director espiritual y dice que de ninguna manera, que lo primero que tengo que hacer antes de meterme en el quir¨®fano es dejar de creer en Dios. Pero si lo que yo quiero es salvar almas. ?C¨®mo voy a salvar almas sin creer en Dios? T¨² ver¨¢s, me contesta, pero esa operaci¨®n es pecado mortal, fijo que te condenas. As¨ª que no s¨¦ qu¨¦ hacer, si operarme y perder mi alma para salvar las de los otros, o no operarme, en plan ego¨ªsta, y salvarme yo a costa de que las almas de Madrid, Barcelona, Valencia, Sevilla y Bilbao, por este orden, se vayan al infierno. He escrito al Vaticano, para consultar, pero no me contestan.
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