Un sue?o realizado
Ha contado Paul McCartney hace unos d¨ªas que escuch¨® en sue?os la melod¨ªa de Yesterday, y que al despertarse hab¨ªa un piano en la habitaci¨®n y se sent¨® ante ¨¦l y repiti¨® sin dificultad la m¨²sica que todav¨ªa recordaba, pero que pod¨ªa no haber existido nunca si ¨¦l llega a olvidar ese sue?o, como los olvidamos casi todos, o si en el momento en que se sent¨® al piano hubiera llamado alguien a la puerta. El sue?o m¨¢s c¨¦lebre de la literatura fue aquel en el que Samuel Taylor Coleridge compuso entero su poema ¨¦pico Kublay Khan. Nada m¨¢s despertarse, estremecido por la maravilla y el ¨ªmpetu de la inspiraci¨®n, busc¨® papel, tinta y tintero y se puso a transcribir los versos espl¨¦ndidos que hab¨ªan surgido como un regalo de su imaginaci¨®n mientras dorm¨ªa y que ahora regresaban con docilidad a su memoria, convirti¨¦ndolo en un amanuense feliz de s¨ª mismo, pero cuando a¨²n se hallaba en plena tarea llamaron a la puerta y acudi¨® a abrir, y al quedarse solo otra vez ante su mesa de trabajo comprob¨® que hab¨ªa olvidado el sue?o y perdido irreparablemente todos los versos que a¨²n le faltaban por copiar.Ese visitante de Coleridge, de quien no se sabe ni el nombre ni el motivo de su aparici¨®n, es el paradigma an¨®nimo de todos los intrusos, de todos los visitantes inoportunos que por contumacia o por simple inconsciencia pueden desbaratar el trance tan fr¨¢gil de la invenci¨®n, la soledad y la quietud en las que algunas veces se logra escribir como si se estuviera recordando un sue?o. Nos parece que los libros y las canciones que nos gustan pertenecen al orden inmutable de la naturaleza y que llegaron a existir en virtud de una necesidad absoluta, pero lo cierto es que si surgieron fue debido en gran parte a un a casualidad feliz, y que se completaron gracias a una combinaci¨®n intangible de voluntad y de buena fortuna.
A Coleridge todo su talento y su destreza en el manejo de los sue?os de la poes¨ªa y del opio no le valieron para recobrar los versos perdidos de Kublay Khan. Paul McCartney so?¨® Yesterday y se levant¨® para tocarla como un pianista son¨¢mbulo, y 30 a?os justos despu¨¦s la canci¨®n conserva intacta su melancol¨ªa y su delicadeza, su cualidad tr¨¦mula de canci¨®n escuchada en un sueno como un vaticinio del paso del tiempo.
Pero su perfecci¨®n, su dulzura, su aire de facilidad, son muy enga?osos, porque nos la ofrecen como el resultado gratuito de un don, y se nos olvida que el sue?o de Paul McCartney no pudo haberlo so?ado cualquiera, y que los mejores instantes de iluminaci¨®n, lo mismo en la m¨²sica que en la literatura, s¨®lo sobreviven al cabo de un largo adiestramiento, del que, sin embargo, no suelen o no deben quedar demasiadas huellas en el resultado final.
Cuando al mirar un cuadro vemos en ¨¦l todas las horas de empe?o que le ha dedicado el pintor y hasta el esfuerzo muscular que le costaron los trazos sentimos una inmediata antipat¨ªa, como la que inspiran esas personas aficionadas al exhibicionismo de sus enfermedades o de su agotamiento. En Espa?a se celebra mucho lo que se llama "una prosa muy trabajada", pero yo en cuanto percibo en una p¨¢gina todo el trabajo que le dedic¨® su autor, toda la carpinter¨ªa y orfebrer¨ªa de las palabras y hasta la fontaner¨ªa de la sintaxis, lo que siento m¨¢s bien no es admiraci¨®n, sino agobio, y salgo huyendo en busca de un aire m¨¢s limpio, de una prosa menos sofocada de laboriosidad, que no es una prosa m¨¢s trivial o m¨¢s fr¨ªvola, ligera, en el sentido que le daba a esa palabra Italo Calvino, una prosa que parezca estar sucediendo en el instante en que la leo ya esa misma velocidad de mi lectura, como le suced¨ªan a Coleridge los versos de Kublay Khan y a Paul McCartney las notas de Yesterday.
S¨®lo a un int¨¦rprete mediocre se le nota la dificultad o la complicaci¨®n de la partitura que est¨¢ tocando: los buenos m¨²sicos entornan o cierran los ojos igual que si lo fiaran y siempre parece que tocan como pensando un poco en otra cosa, con ese punto de negligencia y hasta de incertidumbre que seg¨²n Nietzsche hay en las obras maestras.Ahora ve uno a m¨²sicos j¨®venes de jazz que se lo saben todo, que han alcanzado un dominio prodigioso de sus instrumentos y poseen una erudici¨®n infalible acerca de todos los hallazgos de los antiguos maestros, a los que sin duda superan en virtuosismo, y resulta que, sabiendo tanto, lo que hacen es una m¨²sica perfecta y helada, con una asepsia brillante de superficies de aluminio y grabaci¨®n digital, un academicismo de lo que en otros tiempos fue atrevimiento, b¨²squeda y pasi¨®n. Empiezan a aburrirnos en el momento en que comprendemos que saben demasiado y que no hay ni una parte de abandono y de sue?o en la m¨²sica que tocan.Uno de los cuentos m¨¢s inolvidables de Juan Carlos Onetti se titula Un sue?o realizado. Una mujer alquila un teatro en quiebra y contrata a los miembros de una compa?¨ªa fracasada para lograr que representen sobre el escenario, una sola vez y para nadie m¨¢s que para ella, un sue?o simple y vulgar en el que, sin embargo, conoci¨® la m¨¢xima felicidad de su vida. Lo guardaba como un tesoro impalpable, sabiendo que si lo recuerda demasiado lo puede gastar igual que si lo olvidara; quiere conservar cada detalle de las cosas que vio, cada matiz misterioso de la emoci¨®n, y el ¨²nico modo que se le ocurre de no perderlo es hacer que aparezca delante de ella, que adquiera gracias a los actores y al decorado la consistencia firme de la realidad.
Tambi¨¦n siente uno muchas veces que el libro que a¨²n no ha escrito, pero ya est¨¢ empezando a imaginar, es un principio o un germen o un fragmento de un sue?o, una promesa que puede no cumplirse, un regalo o una conjetura de algo que necesitar¨¢ para existir no s¨®lo todo nuestro entusiasmo y nuestra paciencia, sino tambi¨¦n una parte de sonambulismo y de buena suerte, la buena suerte o la astucia que dicen que tienen los son¨¢mbulos para deslizarse a salvo de todo peligro.
Escribir un libro es una tentativa insensata de conservar a lo largo de mucho tiempo ese rescoldo de estremecimiento que nos queda en las ma?anas de los mejores despertares, y eso es, lo m¨¢s raro o lo m¨¢s dif¨ªcil de todo: que la literatura, como las canciones, deba ser a la vez un sue?o realizado y un trabajo bien hecho; y adem¨¢s que en ciertos instantes no suene el tel¨¦fono o no llame a la puerta el fantasma incansable, inoportuno y errante de aquel desconocido que visit¨® un d¨ªa a Coleridge.
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