Conversaciones con el se?or Sammler
He trabado conocimiento estos ¨²ltimos d¨ªas con el, apacible se flor Artur Sammler, y como es locuaz y andar¨ªn a la manera de ciertos viejos en¨¦rgicos, me paso el tiempo sigui¨¦ndolo a, lo largo de sus diatribas y de sus camina tas, que recuerdan, aquel aforismo de Nietzsche sobre los mejores pensamientos que seg¨²n ¨¦l son siempre los pensamientos muy caminados no los abotargados por la.sedentariedad. El se?or Artur Sammler es un jud¨ªo muy alto, con el pelo blando y la cabeza peque?a, de unos setenta y tantos a?os, que naci¨® en Cracovia todav¨ªa en los tiempos del imperio austroh¨²ngaro y vive ahora en Nueva York. Sus reflexiones tienen esa culta ireverencia y esa profunda libertad per sonal que s¨®lo pueden encontrarse en algunos viejos que dis frutaron en su infancia y en su juventud de una expelente educa ci¨¢n human¨ªstica, la irreverencia fortalecida de sabidur¨ªa y libertad depurada por el desenga?o que mostraba Siempre Julio Caro Baro a, y quele permit¨ªan decir verdades simples y tremendas . en, medio de un desierto de conformidad maquillada de pluralismo ficticio, o la valiente frescura con que declara lo que piensa Francisco Ayala.La rid¨ªcula mitolog¨ªa de lo juvenil lleva siempre a suponer que un joven, es por naturaleza m¨¢s innovador y m¨¢s rebelde que un anciano. Se trata de una mentira, o de una forma de superstici¨®n, pero ya se sabe que las, supersticiones son m¨¢s dif¨ªciles dedesacreditar quelas, evidencias cient¨ªficas. El se?or Sammler, igual que Ayala o que el difunto Caro Baroja, ha visto demasiad¨¢s cosas atroces ?como para fiarse de las apariencias de la normalidad, y conoce los efectos horribles del fanatismo y la ambici¨®n pol¨ªtica mezclados con la tonter¨ªa huma na esa aleaci¨®n que ha resultado, explosiva en todos los desastres del siglo. A los tres los une una com¨²n condici¨®n de testigos: pero el se?or Sammler dem¨¢s, centropeo y jud¨ªo se vio personalmente arrastrado al in fierno en el que tantos millones de personas fueron aniquiladas, y si logr¨® escapar, de la f¨®sa com¨²n. Antes del fusila miento a los condenados a muerte los obligaron a desnudarse. El se?or Sammler escap¨® del verte dero de cad¨¢veres desnudos al que lo hab¨ªan arrojado y huy¨® desnud¨® como un animal o como un hombre de las cavernas por un bosque polaco, y encontr¨® refugio en un cementerio, en una tumba vac¨ªa. Pero tambi¨¦n fue partisano, y mat¨® muy de cerca a un soldado alem¨¢n que lo miraba a los ojos y le imploraba de rodillas, y despu¨¦s del segundo, disparo le quit¨® a toda prisa las armas, la munici¨®n, la ropa d¨¦ abrigo, todav¨ªa caliente , los calcetines de lana, que ol¨ªan a los pies de un muerto, la raci¨®n de comida. El se?o Sammler, que pertenece a la generaci¨®n, m¨¢s culta y pol¨ªglota, al grupo social sin duda m¨¢s brillante que ha dado Europa, se ha visto confrontado con las formas espiritualmente m¨¢s primitivas y a la vez m¨¢s tecnol¨®gicas del horror, con la animalidad mas sanguinaria, no s¨®lo en sus verdugos sino en s¨ª mismo. Pero en su vejez aunque no olvida nada de lo que vivi¨®: y sufri¨®, no. le rinde a la queja ni a la misantrop¨ªa, y manifiesta ante las cosas y ante los seres humanos una curiosidad desenga?ado y tambi¨¦n piadosa, una sol¨ªcita atenci¨®n. Habiendo sobrevivido al triunfo totalitario de la brutalidad, el se?or Sammler es muy sensible al prestigio ren¨®vado de la violencia entre muchos intelectuales; a la confusi¨®n entre los malos modos y la espotaneidad: conociendo a qu¨¦ extremos puede conducir el irracionalismoje espanta la indulgencia contempor¨¢nea hacia la tonter¨ªa, la abdicaci¨®n intelectual y moral de quienes debieran defender el sentido comun y, sin embargo, se afilian a las diversas demagogias del oscurantismo. "La idea, evidentemente", dice el se?or San¨ªrr¨ªler, "consiste en obtener los privilegios y las libertades de la barbarie bajo la protecci¨®n del orden civilizado, de los derechos de propiedad y de una refinada organizaci¨®n tecnol¨®gica".
La literatura es siempre esa m¨¢quina de recobrar el pasado y de tener cerca a quienes murieron hace tiemp¨® que imagin¨® Adolfo Bioy Casares en una novela breve y tocada por la gracia. Yo llevo varios d¨ªas acompa?ando en sus caminatas y en sus soliloquios y rememoraciones al se?or Artur Sammler, pero lo cierto es que pertenecemos a, mundos y a tiempos inencontrables entre s¨ª, porque ¨¦l se mueve en el Nueva York. de finales de los a?os sesenta y yo lo acompa?o en el Madrid del verano de 1995, y la m¨¢quina o el artificio que nos une es una novela, un libro de bolsillo que a veces llevo con m¨ªgo por la calle para continuar conversando con el se?or Sammler mientras viajo en autob¨²s, como ¨¦l, o espero a que me sirvan un caf¨¦ en la barra de un bar, una novela publicada en 1970 por Saul Bellow que se titula El planeta del se?or Sammler.
La compr¨¦ distraidamente hace unos a?os,sin mucho inter¨¦s bien m¨¢s movido por ese principio de Borges seg¨²n el cual, a la larga, cualquier hombre se resigna a comprar cualquier libro. Y de pronto, un d¨ªa de verano, uno alcanza al azar ese volumen en la estanter¨ªa en la que estaba olvidado y resulta que se le convierte en una novedad imperiosa, que parec¨ªa haber el perado el momento m¨¢s adecuado y f¨¦rtil, para ser le¨ªdo. Me puse a leer esa novela porque buscaba una dosis de ficci¨®n y de alivio despu¨¦s de todos los testimonios sobre el total¨ªtarismo que me hab¨ªan enardecido y agobiado en los ¨²ltimos meses, las biograf¨ªas de los. tiranos y las memor¨ªas de las v¨ªctimas, Jean Am¨¦ry, Nadiezhda Mandelstam, Primo Levi: ahora me doy cuenta de que sin esos libros no habr¨ªa podido entender Plenamente las, diatribas y las amarguras del se?or Sammler, y que la novela no era un quiebro en mis lecturas, sino una imprevista culminaci¨®n, y tambi¨¦n el gozoso hall¨¢zgo de un escritor magn¨ªfico, Bellow, al que yo casi no conoc¨ªa.
Hay que1eer todos esos libros para saber lo que ha sido la atrocidad del totalitarismo en el. siglo XX, pero hay que leerlos tambi¨¦n como un aprendizaje vol¨ªtico, sobre nuestro presente y nuestro porvenir. La memoria del se?or Sammler como la de Caro Baroja o la de Ayal a o la de cualquiera de esos formidables octogenarios que se atreven a llevar tranquilamente la contraria, es m¨¢s valiosa y mas temible no por su capacidad de recuerdo, sino de posible profec¨ªa: s¨®lo ellos advierten, s¨®lo ellos sa7 ben que lo que ocurri¨® puede volver a ocurrir, ya est¨¢ ocurriendo, cada vez m¨¢s cerca de nosotros.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.