Sangre de lanza
Un relato de Lo que cuesta creer es que fuera usted amigo suyo. Adem¨¢s, ya le dije que a m¨ª s¨®lo me interesaba su ¨²ltima noche, ninguna otra. Ande l¨¢rgese. Me fu¨ª hacia la puerta. Ya con la mano en el picaporte me volv¨ª y pregunt¨¦:-?Qui¨¦n descubri¨® los cad¨¢veres Los encontraron de noche, ?no?, a la noche siguiente. ?Qui¨¦n subi¨® a la casa? ?Por qu¨¦ no subi¨® nadie? -Nosotros -dijo G¨®mez Alday-.
Nos avis¨® voz de hombre, nos dijo que all¨ª ten¨ªamos pudri¨¦ndose dos animales muertos. Eso dijo, dos animales. Probablemente el marido se angusti¨® de pensar que all¨ª estaba su puta tirada y con un agujero sin que se enterara nadie. Le vendr¨ªa el sentimentalismo de nuevo. Colg¨® enseguida tras dar las se?as, no sirve de mucho. -El inspector hizo girar su silla- y me dio la espalda como si hubiera puesto punto final a su trato conmigo mediante su respuesta. Vi su nuca mientras me repet¨ªa: -L¨¢rguese.
Dej¨¦ de darle vueltas al asunto, supuse que la polic¨ªa nunca averiguar¨ªa nada. Dej¨¦ de darle vueltas durante dos a?os, hasta ahora, hasta una noche en que hab¨ªa quedado a cenar con otro, amigo, Ruib¨¦rrIz de Torres, muy distinto de Dorta y no tan antiguo, siempre va con mujeres que le dan buen trato y no es apocado, menos aun resignado. Es un sinverg¨¹enza con el que me llevo bien, aunque s¨¦ que alg¨²n d¨ªa me har¨¢ objeto de la deslealtad que tiene hacia todo el mundo y ah¨ª se acabar¨¢ la camarader¨ªa. Est¨¢ enterado de cuanto pasa en Madrid, se mueve por todas partes, conoce o se las arregla para conocer a quien se proponga, es un hombre de recursos, su ¨²nico problema es que lo lleva pintado en el rostro, la capacidad de estafa y la voluntad de dolo.
Est¨¢bamos cenando en La Ancha, en la terraza de verano, el uno enfrente del otro, su cabeza y su cuerpo me tapaban la mesa siguiente, en la que no tuve por qu¨¦ fijarme hasta que la mujer que ocupaba en ella el -lugar de Ruib¨¦rriz, es decir, el que estaba frente al m¨ªo, se agach¨® lateralmente a recoger su servilleta, volada por un poco de aire que se levant¨® a los postres. Asomo por su izquierda mirando hacia delante, como hacemos cuando recogemos algo que est¨¢ a nuestro alcance y que sabemos exactamente d¨®nde ha ca¨ªdo. Sin ernbargo, se confi¨® y fall¨®, Y por eso hubo de tantear con los dedos durante unos segundos, siempre con la cara mirando hacia nosotros, quiero decir hacia nuestra posici¨®n, porque no creo que posara los ojos en nada.
Fueron unos segundos -uno, dos, tres y cuatro o cinco-, los suficientes para que yo viera la cara y el largo cuello estirado en el peque?o esfuerzo de recuperacion o b¨²squeda -la lengua en una comisura-, un cuello- muy largo o m¨¢s largo quiz¨¢ por efecto del escote veraniego, un ment¨®n corto y redondo y las aletas de la nariz dilatadas, unas pesta?as densas y unas m¨¢s como pinceladas, la boca grande y los p¨®mulos altos, la tez oscura por naturaleza o piscina o playa, eso era dif¨ªcil decirlo al primer golpe de vista, aunque a primer golpe de vista sea a veces como una caricia, otras veces como un golpe. La melena era negra y de peluquer¨ªa y rizada, vi un collar o una cadena, atisb¨¦ el escote rectangular, un vestido con tirantes sobre los hombros, blancos los tirantes y tambi¨¦n el vestido. Los ojos fueron lo que vi menos, o acaso los pas¨¦ por alto por la costumbre de no verlos nunca en la fotograf¨ªa, apretados all¨ª, cerrados all¨ª con el gesto de dolor de quien muno con gran da?o, Oh s¨ª, en verano las se asimilan unas a otras m¨¢s que en invierno y en primavera, y mas, a¨²n para los europeos si son o parecen americanas, a todas podemos verlas, como si fueran la misma, en verano ocurre mucho, algunas noches no distinguimos. Pero ella en verdad se parecia. Eso era mucho que decir, lo se bien, el parecido entre una mujer de carne y hueso con movimiento y una mera fotocopia de comisar¨ªa, entre los colores brillantes y el blanco y negro brumoso entre las carcajadas y la par¨¢lisis, entre unos dientes luminosos y unas muelas picadas que jam¨¢s fueron vistas, entre una vestida sin apuros vida visibles y una desnuda pobre, entre viva y una muerta, entre un escote veraniego y un boquete en el pecho, entre la lengua suelta y el silencio entre modelos cuarteados labios, entre los ojos abiertos y los ojos cerrados, tan risue?os. Y aun asi se parec¨ªa, se parecia tanto que ya no pude apartar la vista, ech¨¦ inmediatamente mi silla a un lado, hacia mi derecha, y como aun as¨ª no alcanzaba m¨¢s que a verla a medias e intermitentemente- tapada por Ruib¨¦rriz y por su acompa?ante, los dos se mov¨ªan- me cambi¨¦ sin m¨¢s de sitio pretextando que me molestaba el aire, y pas¨¦ a sentarme -desplazados el plato del postre y mis cubiertos y vasos- a la izquierda del amigo, para ver sin obst¨¢culos, y mir¨¦ sin pausa. Ruib¨¦rriz se dio cuenta enseguida, con ¨¦l no hay mucho disimulo posible, de manera que le dije, sabi¨¦ndole comprensivo ante semejantes accesos:
-Hay ah¨ª una mujer que me ha dejado sin aliento. Aunque sea mucho pedirte, no te vuelvas hasta que yo te diga. Y es m¨¢s te advierto ya un cosa: si ella y el hombre -con quien est¨¢ cenando se levantan, yo saldr¨¦ tras ellos escopetado, y si no, esperar¨¦ lo que haga falta a que acaben para luego hacer, lo mismo. Si quieres vienes conmigo y si no te quedas y ya haremos cuentas.
Ruib¨¦rriz de Torres se alis¨® el pelo con coqueter¨ªa. Le bastaba saber que hab¨ªa una mujer notable en las inmediacionos para segregar virilidad y ponerse presumido. Aunque ¨¦l no la viera ni ella a ¨¦l; todo un poco animalesco, se le hinch¨® el niki.
-?Es para tanto? -me pregunt¨® inquieto, se le iba el cuello. A partir de ahora no iba a ser posible hablar de nada m¨¢s, y era culpa m¨ªa, yo no le quitaba el ojo a la chica.
- Puede que para ti no -contest¨¦-. Para m¨ª s¨ª puede serlo. Para tanto y m¨¢s. Ahora ve¨ªa tambi¨¦n de medio perfil al acompa?ante, un hombre de unos cincuenta a?os con aspecto adinerado y tirando a tosco, si ella era: una puta el tipo era un inexperto o, ignoraba que pod¨ªa haber ido m¨¢s al grano, sin el tr¨¢mite de la cena en terraza. Si ella no lo era, el tr¨¢mite estaba justificado, lo que lo estar¨ªa menos ser¨ªa que la mujer hubiera aceptado salir con un individuo tan poco atractivo, aunque para mi siempre han sido un misterio las decisiones de las mujeres en lo relativo a sus devaneos como a sus amores. Lo que era seguro es que no estaban casados ni comprometidos ni, nada, quiero decir que estaba claro que a¨²n no hab¨ªan yacido, seg¨²n la expresi¨®n anticuada. El hombre hac¨ªa demasiados esfuerzos por mostrarse ameno y atento: llenaba puntualmente la copa de ella parloteaba an¨¦cdotas u opiniones para no caer en el silencio que disuade de cualquier contacto, le encend¨ªa los cigarrillos -con un mechero antiviento, de brasa como el de los coches, los espa?oles no hacen eso si no buscan algo.
A medida que la fui mirando mi convencimiento inicial disminuy¨®, como pasa con todo: a la seguridad sigue incerteza y a la incertidumbre ratificaci¨®n, en general cuando es demasiado tarde. Supongo que seg¨²n iban pasando minutos la imagen de la mujer viva se me impon¨ªa sobre la de la muerta, desplaz¨¢ndola o desdibuj¨¢ndola, admitiendo por tanto siempre menos comparaci¨®n, menos semejanza. Se comportaba naturalmente como una mujer ligera, lo cual no significaba que hubiera de serlo, para mino pod¨ªa serlo en la medida en que a¨²n se le superpon¨ªa la de solaci¨®n de las luces y la televisi¨®n encendidas durante todo un d¨ªa y del semen inmerecido en la boca y del agujero en el pecho que a¨²n se merec¨ªa menos. Lo mire, mir¨¦ sus pechos, los mir¨¦ por h¨¢bito y tambi¨¦n porque eran lo que m¨¢s conoc¨ªa de la asesinada adem¨¢s del rostro, trat¨¦ de que ah¨ª se produjer¨¢ tambi¨¦n el reconocimiento pero fue imposible, estaban cubiert¨®s por sost¨¦n y vestido, aunque pudiera vislumbrarse su inicio en el escote ni sobrio ni exagerado. Se me cruz¨® como un rayo el pensamiento indecente de que tenia que ver como fuera esos pechos estaba seguro de reconocerlos si los ve¨ªa al descubierto. No ser¨ªa tarea f¨¢cil, menos aun aquella noche, en la que su acompa?ante tendr¨ªa esas mismas intenciones y no me ceder¨ªa el sitio.
De pronto ol¨ª el olor, un olor dulz¨®n y pastoso, un aroma inconf¨²ndible, no supe si me lo tra¨ªa por vez primera el cambio de direcci¨®n del aire o si era el primer cigarrillo con sabor a clavo que se fumaba en la mesa contigua a la nuestra, un buen cigarrillo distinto con el caf¨¦ o la copa, como quien se concede un cigarro. Mir¨¦ r¨¢pidamente las manos del hombre, ve¨ªa la derecha, manoseaba el mechero con ella. La mujer s¨ª ten¨ªa un cigarrillo en la izquierda, y el hombre alz¨® entonces su brazo izquierdo para pedirle al camarero la cuenta con un gesto, la mano vac¨ªa, luego en aquel momento de olor ex¨®tico s¨®lo fumaba ella, fumaba un Gudang Garam indonesio que crepita al quemarse con lentitud, yo hab¨ªa tenido un paquete hac¨ªa dos a?os, lo ¨²ltimo que recib¨ª de Dorta, y lo hab¨ªa hecho durar pero no tanto, al mes de d¨¢rmelo ¨¦l se me hab¨ªa acabado, fum¨¦ el ¨²ltimo pitillo en memoria suya, bueno, cada uno y todos, guard¨¦ el paquete rojo vac¨ªo, Smoking kills, eso dice. C¨®mo era posible que a ella si es que era ella- le hubiera durado tanto el que le habr¨ªa regalado tambi¨¦n mi amigo, la misma noche. Dos a?os, los cigarrillos kretek estar¨ªan secos como el serr¨ªn, aquel olor era penetrante.
-?Hueles lo que yo huelo? le pregunt¨¦ a Ruib¨¦rriz, que se estaba hartando.
-?Puedo mirarla ya? -dijo.
-?Lo hueles? -insist¨ª.
-S¨ª, no s¨¦ qui¨¦n est¨¢ fumando incienso o algo, ?no?
-Es clavo -contest¨¦ yo-. Tabaco con clavo.
El gesto del hombre al camarero me permiti¨® hacerle yo a otro el mismo gesto de la escritura y estar listo cuando se levant¨® la pareja. S¨®lo entonces di permiso a Ruib¨¦rriz para que se volviera; se volvi¨®, decidi¨® acompa?arme. Los seguimos a unos pocos pasos, vi a la mujer de pie por vez primera -la falda corta, los zapatos con los dedos al aire, las u?as pintadas- y durante esos pasos o¨ª tambi¨¦n su nombre, el que no hab¨ªa tenido nunca para m¨ª ni para G¨®mez Alday ni qui¨¦n sab¨ªa si para Dorta. 'Hay que ver qu¨¦ bien te mueves, Estela', le dijo, el tosco, no lo bastante para no estar en lo cierto en su comentario. Nos separamos un momento Ruib¨¦rriz y yo, ¨¦l fue hasta el coche para poder recogerme en cuanto ellos subieran al suyo, no eran gente de taxi. Cuando lo hicieron mont¨¦ yo en el nuestro y rodamos sigui¨¦ndolos a escasa distancia, no hab¨ªa demasiado tr¨¢fico pero s¨ª el suficiente para que no tuvieran por qu¨¦ notamos. El trayecto fue breve, llegaron a una zona de chalets urbanos, Torpedero Tucum¨¢n la calle, un nombre c¨®mico para dirigirle una carta. Aparcaron y entraron en uno de ellos, de tres pisos, hab¨ªa luces encendidas ya en todos, como si hubiera bastante gente en la casa, tal vez acud¨ªan a alguna fiesta, despu¨¦s de la cena la fiesta, en verdad cu¨¢nto tr¨¢mite el de aquel sujeto.
Ruib¨¦rriz y yo aparcamos sin salir del coche por el momento, desde all¨ª ve¨ªamos las luces pero nada m¨¢s, la mayor¨ªa de las persianas bajadas a medias y hab¨ªa visillos que no mov¨ªa el aire, habr¨ªa que haberse acercado hasta alguna ventana de la planta baja y haber espiado por una ranura, puede que acabemos haci¨¦ndolo, pens¨¦ r¨¢pidamente. Enseguida nos pareci¨®, sin embargo, que no pod¨ªa tratarse de ninguna fiesta, porque no sal¨ªa m¨²sica de aquellas ventanas abiertas ni tampoco rumores de conversaci¨®n an¨¢rquica ni risotadas. S¨®lo estaban subidas las persianas en dos habitaciones del tercer piso y all¨ª no se ve¨ªa a nadie, s¨®lo una l¨¢mpara de pie, paredes sin libros ni cuadros.
-?Qu¨¦ te parece? -le pregunt¨¦ a Ruib¨¦rriz.
-Que no tardar¨¢n demasiado en salir. Ah¨ª no hay mucha diversi¨®n, y esos dos no pasar¨¢n juntos la noche, no ah¨ª al menos, sea lo que sea la casa. ?Has visto qui¨¦n abri¨® o si llamaron?
-No he podido, pero creo que no llamaron.
-Puede ser la casa de ¨¦l, y si es as¨ª ella saldr¨¢ dentro de un par de horas. Puede ser la de ella, y entonces ser¨¢ ¨¦l quien salga, al cabo de menos tiempo, digamos una hora. Puede ser una casa de masajes, as¨ª, les gusta llamarlas ahora, y entonces ser¨¢ tambi¨¦n ¨¦l quien se vaya, pero dale s¨®lo media hora o tres cuartos. Por ¨²ltimo podr¨ªa haber ah¨ª dentro unas cuantas timbas selectas, pero no lo creo. S¨®lo en ese caso podr¨ªan pasarse la noche ah¨ª metidos. Tampoco me pega que sea la casa de ella.
Ruib¨¦rriz conoce bien los territorios de la ciudad, tiene costumbre y ojo. No hace muchas preguntas y es capaz de averiguar lo que sea o encontrar a quien sea mediante dos llamadas y quiz¨¢ otras tantas hechas luego por sus interlocutores.
-?Por qu¨¦ no me averiguas qu¨¦ casa es ¨¦sa? Yo me quedo aqu¨ª esperando, por si salen los dos o uno antes de lo previsto. No te llevar¨¢ nada de tiempo saberlo, estoy seguro.
Se qued¨® mir¨¢ndome con los brazos bronceados sobre el volante.-?Qu¨¦ pasa con esa t¨ªa? Qu¨¦ pretendes. No la he visto demasiado bien, pero quiz¨¢ no sea por fin para tanto.
-Para ti no probablemente, ya te lo he dicho. D¨¦jame ver que pasa esta noche y otro d¨ªa te cuento el relato completo. Por lo menos tengo que saber d¨®nde para, d¨®nde vive, o d¨®nde se acuesta esta noche, cuando le d¨¦ por acostarse.
-No es la primera vez que me pides que espere a un relato, no s¨¦ si te das cuenta.
-Pero a lo mejor es la ¨²ltima -le contest¨¦ yo. Si le contaba enseguida que cre¨ªa estar viendo a una muerta, era posible que no me echara una mano, esas cosas le ponen nervioso, como a m¨ª normalmente.
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