Una odisea con final feliz

"Nonchu, te hemos guardado todos los peri¨®dicos. ?Ya ver¨¢s cuando los leas!" Los familiares del comandante Zen¨®n Luis Quintana Trejo lo rodeaban en la pista del aeropuerto y no paraban de hacerle preguntas, gastarle bromas, colmarle de abrazos y besos.Por arte de magia, lo que hasta, ayer era una tragedia, hoy se ha convertido en un cuento. Bien est¨¢ lo que bien acaba. Pocas personas pueden escuchar por la radio la noticia de su propia muerte y vivir para re¨ªrse de ella.

Los tres observadores espa?oles secuestrados por los serbios de Bosnia lo han hecho. En una habitaci¨®n del cuartel de Visegrado, donde se encontraban retenidos, hallaron una radio que alguien dej¨® olvidada. Consiguieron sintonizar Radio Nacional y, en el bolet¨ªn horario, escucharon la "sorprendente noticia", como la calific¨® el embajador Fernando S¨¢nchez Rau.

Las decenas de familiares y amigos reunidos en el Pabell¨®n de Ayudas del aeropuerto de Barajas prorrumpieron en aplausos cuando se abri¨® la puerta del Falcon 20 de la Fuerza A¨¦rea espa?ola que tra¨ªa de regreso de Belgrado a sus seres queridos. La tensi¨®n acumulada durante los ¨²ltimos d¨ªas estall¨® en una salva de v¨ªtores y aplausos.

Eran las 21.17 horas de ayer. A¨²n tendr¨ªan que esperar algunos minutos para abrazarlos, porque las autoridades que hab¨ªan acudido a recibirles, encabezadas por el secretario general de Pol¨ªtica Exterior, Francisco Villar, y por el general Gregorio L¨®pez Irahola, jefe del Estado Mayor Operativo del Ej¨¦rcito, se demoraban en el recibimiento.

Luc¨ªa, de ocho a?os, hija menor del general Jos¨¦ Luis Garc¨ªa Esponera, no pudo seguir conteni¨¦ndose y saliendo a la carrera se abalanz¨® sobre su padre, con quien se fundi¨® en un abrazo. Ya no se separar¨ªa de ¨¦l ni un instante, hasta que subi¨® al coche que le llevar¨ªa de vuelta a casa.

La carrera de Luc¨ªa fue la se?al para que parientes y amigos, que hab¨ªan aguardado disciplinadamente a que concluyeran los saludos oficiales, tomaran posesi¨®n, con la autoridad que da el cari?o, de las personas cuyas palabras eran m¨¢s deseadas por los medios de comunicaci¨®n de toda Espa?a.

Incluso el anciano Zen¨®n Quintana, coronel en la reserva y padre del comandante del mismo nombre, parec¨ªa correr por la pista con ayuda de su bast¨®n.

La familia de Rau, ausente

S¨®lo el diplom¨¢tico Fernando S¨¢nchez Rau, que pidi¨® a su familia que no acudiese a recibirlo al aeropuerto, quiz¨¢ por pudor a exponer sus sentimientos ante decenas de c¨¢maras de televisi¨®n, se qued¨® solo. Iba vestido con un traje de chaqueta y no, como sus otros compa?eros, con el uniforme blanco de los monitores de la Uni¨®n Europea. Tambi¨¦n se en contraba solo el observador irland¨¦s James Fitzgibbon, que viaj¨® a Madrid en el mismo avi¨®n y que a¨²n tendr¨ªa que esperar a que otro vuelo le llevase de regreso a su pa¨ªs para reunirse con los suyos.No fue f¨¢cil arrancar a los observadores de los abrazos de sus padres, hijos o hermanos para que posaran sonrientes ante los fot¨®grafos. "Estamos encantados de estar de nuevo aqu¨ª", dijo S¨¢nchez Rau, en nombre de los tres. "Queremos agradecer a todos los que han estado ayud¨¢ndonos para poder salir de la zona serbia de Bosnia. S¨¦ que ha estado much¨ªsima gente preocupada por nosotros. Sab¨ªamos que desde fuera se nos estaba ayudando".

Apenas se les pudo arrancar una palabra m¨¢s. Ayer era el d¨ªa de quienes han sufrido por su suerte. Hoy se reunir¨¢n en el Palacio de Viana con el ministro de Asuntos Exteriores, Javier Solana, y el de Defensa, Gustavo Su¨¢rez Pertierra, para analizar lo ocurrido. Luego, tras sopesar lo que debe contarse y lo que no, comparecer¨¢n en conferencia de prensa. A continuaci¨®n, se dirigir¨¢n a La Moncloa, donde les recibir¨¢ en audiencia el presidente del Gobierno, Felipe Gonz¨¢lez.

?Han pasado miedo? "Miedo no, s¨®lo un poco de precauci¨®n", contestaba socarr¨®n el general Garc¨ªa Esponera. "No me ha dicho que haya pasado miedo y, si lo hubiera pasado, tampoco me lo dir¨ªa", replicaba el anciano coronel Quintana.

Su hijo, mientras tanto, mostraba como un trofeo la documentaci¨®n que le robaron los serbobosnios para demostrar que los observadores hab¨ªa muerto carbonizados en el ataque a¨¦reo de la OTAN. A ojos de quienes le rodeaban, su elevada estatura era la de un h¨¦roe.

La avalancha de familiares, amigos y periodistas provoc¨® un embotellamiento de veh¨ªculos a la salida del aeropuerto. Pero era un atasco gozoso, como si el sobrio Pabell¨®n de Ayudas de Barajas hubiera sido escenario de una fiesta y los ojos vidriosos de los asistentes reflejaran una borrachera de felicidad.