Palabra de, karaoketa
Hace ya veinte a?os, en una de sus singulares aportaciones al optimismo, el escritor Augusto Monterroso declaraba: "Por fortuna, actualmente no existe nada que no est¨¦ desprestigiado". Y hace cosa de veinte minutos, mientras las chicas j¨®venes se nos fueron a China, me llegaba esta frase de labios de una anciana, valenciana y florista, que do?a Amparo Gal¨¢n se llama: "Me dan miedo quienes prefieren verte ciego aunque ellos se queden tuertos". Indeciso me hab¨ªa quedado yo (eso que ya no existe) entre glosar lo literario del primer ejemplo o lo sociol¨®gico del segundo caso, pero las nubes relampagueantes de J¨¢vea me aconsejaron que me fuera esa noche a Altea y me determinara de amanecida. L¨®gico o no el consejo, la realidad es que me fui a Altea. Fue all¨ª, despu¨¦s de serenarme con un guiso de pulpo en. El Cranc, donde di con la s¨ªntesis. Estaba en un rinc¨®n de un bar con pretensiones de elegant¨¢n. Pon¨ªa en ello (la s¨ªntesis) un chaleco milray¨¢s; se aferraba al micr¨®fono con fiel delicuescencia y, al mirar de reojo a la pantalla del monitor-gram¨¢tico, segu¨ªa y entonaba la letra de Se?ora, posesiva canci¨®n de la Jurado: "?l me dijo que era libre... ".Reconoc¨ª en el acto al sujeto actuante. Era Roberto, un conocido galerista de arte. Dale que te pego, afirmaba: "?Y yo lo crefi". Iba a abandonar yo el local, no sea que luego al otro pudiera darle corte, cuando he aqu¨ª que vino hacia m¨ª, rematando sus ¨²ltimos godeos sin quitarme su mano izquierda, ?era libre!, de mi hombro derecho, como el viento: "?Ahora ya no puedo apartarlo de m¨ª!". Boquiabierto a¨²n -yo, que es como habr¨¦ pasado este verano, sugiri¨® Roberto que nos sent¨¢semos en un sof¨¢, al amor de una mesa de cristal ahumado. Hecho esto, entre trago y trago de azulados c¨®cteles, me espet¨® con desenvoltura de medievalista en. trance: "Pues s¨ª, hijo, me he hecho karaoketa". A continuaci¨®n, y sin que nadie se lo pidiera -lo cual redobla mi ¨¢gradecimiento-, Roberto me cont¨® c¨®mo hab¨ªa llegado a ese abismo. de perfecci¨®n que es dar todo por falto de prestigio y, sin embargo, combatir como sea el consecuente miedo a que las evidencias puedan dejarte sordo, mudo, cojo, manco, alelado y, desde luego, ciego, sin lazarillo ni uvas pasas, por mor de las jodidas tormentas. fueron, erratas incluidas, las palabras del karaoketa: -Estuve en Holanda, con mi mujer, hasta casi finales de agosto. Despu¨¦s pasamos por Madrid, donde pens¨¢bamos que no quedaba nadie, pero enseguida empezaron las cenas y luego una copita en una terraza. En tres o cuatro d¨ªas vi como andaba el personal: ¨ªmprovisador y cacof¨®nico. Un catedr¨¢tico de Literatura me cont¨®, obsesionado, que no acababa de saber si donde Lezama escrib¨ªa "confianza griega" hab¨ªa que entender "confianza ciega". Un poeta, que volv¨ªa de Cuba, se quej¨® de que aqu¨ª nadie situase a la joven poes¨ªa espa?ola en pleno Siglo de Platino; otro le replic¨® que de eso nada, que toda ella formaba un agujero de tufo pestilente. Dos pintores, uno de ni? galer¨ªa y el otro, no, coincid¨ªan en que los nuevos metafisicos se van a comer el bacalao esta temporada. En una mesa de al lado, mientras tanto, alguien propon¨ªa que fuese Nuria Espert a Sarajevo para reponer Yerma. Hubo un arquitecto que se pas¨® dos horas alabando el color a de la blusa de mi mujer. En fin, que vi que las fuerzas .vivas de la cultura volv¨ªan dispuestas a salpicar el oto?o yendo de la-tortuga al loto, como Periquita de la boutique al supermercado, para alivio de Giorgio Armani y de Isidoro ?lvarez. Total, que me hart¨¦, me vine a Altea y me dije que no iba a hacer nada en septiembre, ni proyectos ni reformas, ni cacharros art¨ªsticos para Navidades ni planes para Arco 96. Y, lejos de cualquier tacticismo noble, me propuse bajar, noche tras noche, a este bar y convertirme en el rey del karaoke. Me da igual el men¨²:. Pecos, Camilo Sesto, V¨ªctor Manuel, Miguel Bos¨¦ o Las Grecas... Bueno, lo mejor es Perales. Tal vez porque me desmhibo pensando en los pintores de Cuenca o porque me consuelo al recordar que tambi¨¦n a Picasso le gustaba tararear una canci¨®n de Juan Pardo. Y, s¨ª, te lo confieso, gozo un mont¨®n con el karaoke. Me ruborizo y me envanezco a un tiempo, me revuelco en el placer de no improvisar, de ce?irme a las letras hechas. T¨² me comprendes, ?verdad?
Babelia
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