Naturaleza muerta
Resulta asfixiante la pila de informes inquisitoriales, comunicados candentes y r¨¦plicas inflamadas que se redactan todos los a?os al calor de los incendios forestales: el Icona culpa a los agricultores y ganaderos; los agricultores y ganaderos, al Gobierno; los silvicultores y papeleros cantan aquello de "p¨ªo, p¨ªo, que yo no he sido", y Greenpeace, como es natural, pone verdes a tirios y troyanos. En lo ¨²nico en lo que est¨¢n de acuerdo las partes es en usar toneladas de papel reciclado para publicar sus conclusiones, de modo que no ser¨ªa descabellado sospechar de los fabricantes de este subproducto como presuntos atizadores del fuego... Es broma.El pasado mes de julio, las llamas aniquilaron m¨¢s de 1.200 hect¨¢reas de tierra viva en los montes de Somosierra. Acusar a un particular o a un colectivo del bosquicidio no ha lugar, pues parece probado que fue un rayo el que prendi¨® la mecha. Reparar a estas alturas en que la repoblaci¨®n de vastas superficies con pinos, si no se alterna con la de otras especies (y no digamos ya si no se desbroza el terreno), garantiza un vistoso espect¨¢culo en caso de incendio es como acordarse de santa B¨¢rbara cuando truena. Rendir doliente visita a la Somosierra es acaso la ¨²nica opcion cabal que les queda a los amantes de la naturaleza, aunque sea muerta.
Adem¨¢s de en altura, gana este lugar a muchos otros en historia, que fue fundado por ¨¢rabes, y tambi¨¦n en privilegios, como los que les fueron concedidos en 1343 a cuantos vinieron a "poblar e morar" en este puerto estrat¨¦gico entre las dos Castillas, libr¨¢ndolos de todos los pechos que deb¨ªan apoquinar.
Lo que no supieron ganar los somoserranos fue la clemencia de sus jueces, capaces ¨¦stos de condenar en 1585 a Mar¨ªa Garc¨ªa "por ad¨²ltera y quebrantadora de la lealtad matrimonia1% sentenciando que fuera sacada de la prisi¨®n "caballera en un asno de albarda con voz de pregonero que manifieste su delito", y luego conducida "con una cadena a la garganta y prisiones en los pies y en tablado alto en la plaza p¨²blica de la villa' sea pues ta y entregada a el dicho marido a quien ofendi¨® para que la de g¨¹elle y mate p¨²blicamente, ...". Como tampoco pudieron ganar la batalla contra Napole¨®n, librada en este paso el d¨ªa de niebla y de san Andr¨¦s de 1808.
La iglesia de Nuestra Se?ora de las Nieves, barroca aunque asaz restaurada, es cuanto queda aqu¨ª de tan luengo pasado. (En ella reside el apostolado de la Carretera y a fe que no se hallar¨¢ sitio m¨¢s a prop¨®sito que ¨¦ste para apostolar a los camioneros, detenidos por la cellisca en los d¨ªas m¨¢s ingratos de la sierra). Aunque queda s¨®lo el templo, afuera quedan tambi¨¦n los viejos caminos: como aquel que sigui¨® el Arcipreste de Hita, Cebollera arriba, cuando vino a probar las aguas, las tierras y las mozas de Lozoya.
Quienes quieran reiterar la andadura de Juan Ruiz habr¨¢n de tomar el ancho camino de tierra que surge hacia levante en el mismo puerto, a unos pasos de la gasolinera. En media hora escasa ganar¨¢n la linde del pinar -macilento aqu¨ª, cadav¨¦rico all¨¢, como si el oto?o hubiese doblegado por fin a las perennes con¨ªferas-, y al cumplirse los tres cuartos desembocar¨¢n tras empinado zigzag en la pista horizontal que recorre todo el macizo a media ladera. Sigui¨¦ndola hacia la izquierda, dar¨¢n en otra hora con una fuente de piedra, y remontando el arroyo que la nutre se plantar¨¢n en la divisoria. Doscientos metros m¨¢s arriba, a 2.129, se halla la cima de la Cebollera Vieja o pico de las Tres Provincias, donde una tosca cruz de madera corona estos montes que un rayo visti¨® de negro.
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