Un sue?o cruel
La obra empieza en el segundo acto; las tres mujeres son en realidad cuatro, pero en una realidad m¨¢s profunda son s¨®lo una, y no es precisamente que sean altas, sino que son, o es, altaneras. La charada es, sin embargo, comprensible, inteligible. Edward Albee (nacido en 1928; ?Qui¨¦n teme a Virginia WoIf?) retrata a su madre (adoptante; con Edward F. Albee, uno de los reyes del teatro de variedades en Estados Unidos), que era dominante, cruel, dura y le amarg¨® la vida.Esta mujer viene a ser, en la obra, un prototipo de la americana rica, de la burgues¨ªa alta; que a su vez es uno de los malos frutos del sue?o americano (American dream es el t¨ªtulo de otra obra de Albee; y el de una investigaci¨®n teatral de grandes autores y novelistas sobre el ensue?o fallido. No me importar¨ªa decir que esta dama final es Am¨¦rica, y que su sueno es el gran fracaso de su ilusi¨®n; pero probablemente ser¨ªa imaginaci¨®n m¨ªa). Lo que tiene de autobiograf¨ªa la obra, en todo caso, est¨¢ trascendido suficientemente a lo general y a lo occidental.
Tres mujeres altas
De Edward Albee, versi¨®n de Vicente Molina Foix. Int¨¦rpretes: Mar¨ªa Jes¨²s Vald¨¦s, Mag¨¹i Mira, Silvia Mars¨®,Kim Roura. Escenograf¨ªa de Mar¨ªa Julia Bertotto, figurines de Jos¨¦ Mar¨ªa Garc¨ªa Montes, iluminaci¨®n de Fric Teunis. Direcci¨®n: Jaime Ch¨¢varri, Teatro Lara, Madrid, 5 de octubre.
Es una sola mujer: segmentada en cuatro de sus edades, representada en cada, una de ellas, que debaten entre s¨ª. En la ¨²ltima de las edades, en la de la muerte, en el coma, se sue?a a s¨ª misma fuera de ella, en las tres acepciones que hablan entre s¨ª, se profetizan, se analizan, se aterran de s¨ª mismas: lo que han sido, lo que ser¨¢n, lo que son. Es un di¨¢logo sin duda dif¨ªcil en su americano original, de tiempos de verbo y de vueltas con las ¨¦pocas, que Molina Foix ha traducido muy bien y con suficiente claridad: como toda la obra: adem¨¢s de la calidad literaria del texto teatral, que en Albee es alta.
Juegos con el tiempo
La novedad es escasa: los juegos con el tiempo son antiguos y est¨¢n todos, por ejemplo, en La herida del tiempo (Time and the Conways, Priestley, 1937), incluso en la alteraci¨®n de actos. Pero se sabe que el teatro (ni en otras formas literarias) no es tanto la novedad o el descubrimiento lo que cuenta como la manera de hacer y relatar y escribir. Las de Albee son excelentes.Lo que he relatado como he podido es todo lo que sucede en el segundo acto. El primero es casi un mon¨®logo de la "alta dama" en su edad final; las otras dos actrices aparecen con acepciones diferentes (es decir, no son ella misma duplicada, sino personajes ajenos) y son sus figuras, sus edades, las que sin duda inspiran el teatro del sue?o de su muerte.
La representaci¨®n literaria y, por lo tanto, la de la actriz (Asunci¨®n Vald¨¦s) es la de una decrepitud crudel¨ªsima. Orgullo, desprecio, odio, salen de este ser terminal a chorros, como sus propias deyecciones corporales. Es inevitable que la actriz lleve al extremo su interpretaci¨®n: a la teatralidad total. Yo la encuentro mejor en la segunda parte, donde tiene que hacer menos exhibici¨®n que representaci¨®n interior; pero quiz¨¢ las gentes de teatro y el p¨²blico la vean con m¨¢s entusiasmo en ese primer acto, que es s¨®lo para ella. (Ha sido necesario que cambie la historia de Espa?a para que esta primera actriz joven de la posguerra venga a realizarse y a ser la gran int¨¦rprete que ten¨ªa dentro). Pero las otras dos damas son tambi¨¦n primeras actrices, y excelentes tambi¨¦n: Mag¨¹i Mira, de la que no recuerdo una interpretaci¨®n mala despu¨¦s de su deslumbrante primera aparici¨®n teatral (en el mon¨®logo de Molly Bloom, de Joyice), y la joven Silvia Mars¨®, afirmada tambi¨¦n desde el primer d¨ªa. El trabajo de vestuario y decoraci¨®n, la direcci¨®n de Jaime Ch¨¢varri, sobre todo en el dif¨ªcil di¨¢logo, y la necesaria aclaraci¨®n del relato completan estas calidades. A lo que se a?ade el placer de regresar a un teatro Lara recuperado.
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