El adi¨®s m¨¢s sereno a Anabel Segura
Los restos de Anabel Segura, asesinada el 12 de abril de 1993, fueron enterrados ayer a las 13.40 en el cementerio de Nuestra Se?ora de la Paz, de Alcobendas. Las 200 personas all¨ª presentes, entre vecinos y curiosos, aplaudieron al ver el f¨¦retro, que apareci¨® a hombros de los primos de Anabel. Algunas se?oras, emocionadas, lloraron. La familia no se alter¨® y pase¨® su tristeza por un corredor hecho de vallas que conduc¨ªa al interior del cementerio.De negro y con gafas oscuras, el padre; enlutadas, la madre y la hermana. Juntos los tres, sujetaron su pena durante las dos horas que dur¨® la ceremonia.
Atendieron pacientes a los amigos y familiares que acompa?aron su dolor. Soportaron con entereza las mil fotograf¨ªas que les hicieron. Y se despidieron de Anabel, cuyo f¨¦retro fue depositado en uno de los escasos espacios libres del camposanto, junto a los muros de la ermita del siglo XVII donde se veneraba a la Virgen de la Paz.
La serenidad acompa?¨® toda la ceremonia f¨²nebre, que dur¨® dos horas. S¨®lo el despliegue de c¨¢maras de televisi¨®n y la rebati?a de micr¨®fonos en busca de testimonios agit¨® una ma?ana de luto en La Moraleja, la urbanizaci¨®n de lujo donde reside la familia Segura.
El primer escenario del duelo parec¨ªa dispuesto para un espect¨¢culo: dos parab¨®licas se encaramaron en el campanario; decenas de cables cruzaron de un lado a otro aprovechando todos los ¨¢rboles posibles; las unidades m¨®viles colapsaron el patio de la parroquia; varios andamios pinchados frente a la puerta de la iglesia soportaron c¨¢maras y presentadores.
La familia Segura evita la tragedia en una ceremonia f¨²nebre tranquila y sencilla.
La ceremonia f¨²nebre organizada por la familia Segura fue tranquila y sencilla. Pero no pudo ser discreta. Un centenar de periodistas -al lugar lleg¨® hasta una c¨¢mara de la televisi¨®n mexicana- llenaron de grabadoras y teleobjetivos las calles de La Moraleja, una urbanizaci¨®n tranquila y de lujo donde abundan los vigilantes de seguridad.
Los polic¨ªas nacionales desplazados al lugar, unos 60, vigilaron atentos. Sin muchedumbres que controlar -a la iglesia s¨®lo se acercaron 200 personas sin parentesco con los Segura-, fijaron su atenci¨®n en el batall¨®n de informadores: "Tened cuidado de que no se cuele un periodista", ordenaba un capit¨¢n a su tropa mientras esperaban el comienzo del acto.
El traj¨ªn cedi¨® al silencio a las 11.55. A esa hora aparcaron junto a la parroquia Nuestra Se?ora de la Moraleja -tomada a partes iguales por periodistas y polic¨ªas- el furg¨®n con los restos de Anabel y otros dos coches atestados, de coronas. Sin despegarse del ata¨²d, apareci¨® la familia. Detr¨¢s, la delegaci¨®n pol¨ªtica, encabezada por los alcaldes de Alcobendas -donde resid¨ªa Anabel-, Pantoja y Numancia de la Sagra -donde fue encontrada muerta- Tres sacerdotes recibieron a la comitiva en la puerta de la iglesia. Dieron el p¨¦same y entonaron un padrenuestro.
"Anabel no ha muerto"
A continuaci¨®n, una hora de misa que se escapaba a la calle por dos grandes altavoces. Los oradores intentaron borrar el pasado y huir de la tragedia. No hubo un solo recuerdo para el dr¨¢matico final de Anabel.
La homil¨ªa de Ra¨²l G¨®mez Nogueral, p¨¢rroco de La Moraleja, evit¨® referencias al tr¨¢gico suceso. Busc¨® mensajes positivos: "Anabel no ha muerto. Vive por siempre feliz en la gloria del Padre (...). Era muy conocida. Una hija muy buena. Tengo la seguridad de que nuestra hermana es feliz porque est¨¢ con Dios".
El coro de la parroquia, al que se unieron las mejores voces del colegio Aldobea, de La Moraleja, eligi¨® canciones "esperanzadoras para huir del tono f¨²nebre", seg¨²n explic¨® un sacerdote. El jubiloso aleluya repic¨® con insistencia.
Manuel Segura, primo de Anabel y portavoz de la familia, pidi¨® "respeto a la intimidad". Pero la eucarist¨ªa fue emitida en directo por una cadena de televisi¨®n gracias a que las puertas del templo permanecieron abiertas.
Un centenar de curiosos y un grupo de alumnos del colegio Alem¨¢n -donde estudi¨® Anabel- oyeron desde la calle las palabras de los tres sacerdotes que concelebraron la misa. Pero no todos se conformaron con el sonido: "Mi marido era amigo del padre y no me han dejado pasar pese a que he llegado una hora antes", se quejaba una se?ora tras la valla.
Se acerc¨® a la iglesia un compa?ero de bachillerato del padre de Anabel. "Hace cincuenta a?os que no le veo. Despu¨¦s de lo ocurrido, no pude llamarle. Me acobard¨¦. Hoy he venido a apoyarle", cont¨®.
Presidi¨® la ceremonia Faustino S¨¢ez, arzobispo y nuncio del Papa en el Zaire. Estaba all¨ª por una casualidad: ten¨ªa f¨¢miliares en La Moraleja. Dentro del templo, una estancia peque?a y humilde con 44 bancos y 14 sillas, no entr¨® una sola flor "por expreso deseo de la familia".
Junto,a la puerta se quedaron m¨¢s de veinte coronas: de los vecinos de Alcobendas, de sus vecinos de Intergolf, de sus compa?eros de cuarto de Empresariales... Y un coraz¨®n hecho de claveles rojos, "con cari?o, de sus primos".
Una rosa lleg¨® hasta la madre de Anabel cuando un escolar de Madrid atraves¨® el cord¨®n policial. Las dem¨¢s flores viajaron un kil¨®metro para descansar, durante los 10 minutos que dur¨® el entierro, en las tapias de la ermita de Nuestra Se?ora de la Paz. M¨¢s tarde, los empleados de varias funerarias las dejaron definitivamente junto a la tumba.
En el cementerio, las c¨¢maras no pudieron recoger el momento crucial. Una televisi¨®n intent¨® trepar y tomar la exclusiva. La Polic¨ªa Nacional caz¨® al intr¨¦pido.
El padre de Susana Ruiz, la joven de 16 a?os que apareci¨® muerta en febrero de 1993 en un descampado de Vic¨¢lvaro, se acerc¨® hasta el camposanto. Con los ojos quietos sigui¨® al cortejo f¨²nebre. "Esto es terrible", declar¨® todas las veces que los micr¨®fonos se acercaron hasta ¨¦l. Cuando conocieron su identidad, varias vecinas de la familia Segura se apresuraron a solidarizarse con su dolor y a exigir justicia en voz alta. "La pena de muerte no es suficiente para los asesinos de su hija Susana, porque as¨ª no sufren. Hay que encerrarlos en un celda de dos por dos durante toda su vida", proclamaba una de ellas. El resto asent¨ªa.
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