Las mujeres, sus familias, los Estados y la ONU
Una conocida feminista y amiga sostiene la malvada hip¨®tesis de que, una vez convertidos los varones al m¨¢s c¨ªnico escepticismo posmosderno, ya s¨®lo las mujeres conservan intacta su fe voluntarista en el ineluctable progreso de la modernidad ilustrada. En efecto, ya sea con etiquetas feministas o sin ellas, lo cierto es que la mayor¨ªa de las mujeres occidentales abrigan la creencia de que por fin los tiempos est¨¢n cambiando para ellas, y que el futuro progreso de las mujeres es cada vez m¨¢s una prometedora esperanza cierta. Naturalmente, este optimismo hist¨®rico var¨ªa de una coyuntura a otra, pues, por ejemplo, la reciente crisis econ¨®mica ha hecho flaquear conquistas laborales que parec¨ªan seguras. Pero tambi¨¦n se producen otros acontecimientos que hacen redoblar la fe en el progreso cuando m¨¢s dudosa parec¨ªa: y aqu¨ª me refiero, claro est¨¢, al inesperado resultado feliz que parece haber obtenido la IV Conferencia Mundial de la Mujer, celebrada en Pek¨ªn bajo los auspicios de la ONU. Para general sorpresa, se han vencido temidas resistencias vaticanas o isl¨¢micas y se han logrado fruct¨ªferos consensos en torno a diversos derechos femeninos. ?Quiere esto decir que el progreso de la igualdad de las mujeres ya est¨¢ cada vez m¨¢s pr¨®ximo?Ojal¨¢ sea as¨ª. Pero, por si acaso no lo es, puede resultar conveniente hacer de abogado del diablo, alertando sobre los formidables obst¨¢culos que podr¨ªan imposibilitarlo. Y quiz¨¢ uno de los riesgos m¨¢s serios de fracaso proceda precisamente de un exceso de optimismo hist¨®rico que, como en el caso de la revoluci¨®n proletaria prometida por el marxismo, act¨²e de profec¨ªa que se anula a s¨ª misma, denegando el cumplimiento de esta revoluci¨®n femenina tan precozmente anunciada. No se puede vender la piel del oso machista antes de haberlo cazado. Las feministas m¨¢s ingenuas o modernas creen en el progreso autom¨¢tico, como si el viento de la historia tuviese que soplar a su favor. Pero se trata de un error de c¨¢lculo que pudiera resultar tr¨¢gico: ?no se dan cuenta que s¨®lo podr¨¢n emanciparse superando vientos contrarios, entre los que destaca el adverso vendaval que supone su propio y contraproducente optimismo hist¨®rico? Es preciso ser realistas y reconocer que la historia probablemente jugar¨¢ en contra, por lo que ser¨¢ preciso luchar contra ella si es que se quiere llegar a vencerla.
Se ha dicho que, al paso actual, bastar¨ªa con esperar 400 a?os (una mil¨¦sima parte de la historia humana) para que la igualdad femenina se completase por todo el planeta (Tercer Mundo incluido): y se conf¨ªa en que, forzando el paso con intervenciones pol¨ªticas como las dise?adas en Pek¨ªn, ese lapso se acorte mucho.
Pues bien, hay que recordar que la historia no est¨¢ escrita y que no juega a favor de nadie (mujeres ni proletarios), por lo que no es seguro que semejante horizonte de igualdad se alcance ni siquiera en 500 a?os. Pero adem¨¢s, y esto parece mucho m¨¢s importante, ese c¨¢lculo se ha hecho suponiendo que ese horizonte de igualdad prometido por el progreso hist¨®rico ya. estar¨ªa anunciado por el presente igualitario de las mujeres occidentales, como si todas las dem¨¢s estuviesen tambi¨¦n predestinadas a recorrer la misma senda trazada por las ya emancipadas. Ahora bien, esto no parece probable: la senda recorrida por las mujeres escandinavas o anglosajonas es contingente, singular e irrepetible, por lo que no podr¨¢ ser exportada m¨¢s que forzadamente y a costa de generar efectos colaterales, muchos de ellos contraproducentes o perversos. As¨ª, este ingenuo etnocentrismo de las mujeres occidentales s¨®lo crea, v¨ªa efecto demostraci¨®n, falsas expectativas de cambio femenino en el Tercer Mundo que, al frustrarse, provocan resentimiento, conciencia de injusticia y agravios comparativos.
En fin, lo peor de este optimismo progresista reforzado por la Conferencia de Pek¨ªn es que tiende a olvidar que existe la estructura social, con su inerte capacidad de veto sobre cualquier bienintencionado voluntarismo. Como sostiene un famoso liberal, no se cambia la sociedad por decreto. No basta con proclamar los derechos de las mujeres y exigir su reconocimiento universal, pues para que se cumplan efectivamente hace falta, adem¨¢s, la profunda transformaci¨®n de las estructuras sociales: pol¨ªticas, econ¨®micas, familiares y culturales. No se puede poner la carreta delante de los bueyes esperando que tire sola de ellos. Lo cual no significa relegar la voluntad pol¨ªtica de cambio femenino a un mero papel secundario, hecho s¨®lo posible por el motor del desarrollo socioecon¨®mico. Creo que la voluntad pol¨ªtica cuenta mucho: y no s¨®lo por su impacto en la opini¨®n p¨²blica, como anuncio de la meta que se lucha por conquistar, sino adem¨¢s por ser ingrediente necesario para la gestaci¨®n del cambio social. Per o reconocer la importancia estrat¨¦gica del voluntarismo pol¨ªtico no debe hacernos olvidar la ciega, sorda y muda capacidad de resistencia que le opone la geolog¨ªa infraestructural: los derechos promulgados poco pueden contra la dura testarudez de los hechos sociales. De ah¨ª mi escepticismo.
Consideremos el modelo etnoc¨¦ntrico de emancipaci¨®n femenina occidental, que pretendemos exportar a todo el mundo, y prescindamos por un momento de sus connotaciones religiosas o culturales. ?Fue producto premeditado del voluntarismo o advino como consecuencia no querida del cambio social? Es preciso reconocer que el actual progreso femenino europeo exigi¨® como condici¨®n necesaria y quiz¨¢ suficiente un previo cambio familiar que se produjo al comp¨¢s de la construcci¨®n del Estado del bienestar. S¨®lo cuando las familias pudieron transferir al Estado sus responsabilidades sobre los menores y los ancianos (ense?anza, sanidad, pensiones, etc¨¦tera) result¨® posible que las mujeres abandonaran los hogares y se dedicasen a su propia autorrealizaci¨®n personal (acad¨¦mica, laboral o profesional). Por eso, como se desprende de Esping-Andersen, existen tres modelos de Estado del bienestar (anglosaj¨®n, ca-
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Viene de la p¨¢gina anteriort¨®lico y luterano) en funci¨®n del grado de independencia personal que se otorga a las mujeres respecto a sus familias y respecto al Estado. Y por eso es en la familista Europa cat¨®lica donde el cambio femenino ha sido m¨¢s pobre y tard¨ªo, con baja tasa de actividad econ¨®mica y fuerte dependencia personal, tanto de la familia como del Estado benefactor.
?Puede esperarse, entonces, que este modelo occidental de cambio femenino sea exportable al resto del mundo? Para ello ser¨ªa necesario que se exportase antes el modelo europeo del Estado del bienestar. Pero eso parece hoy cada vez m¨¢s dif¨ªcilmente realizable: y no s¨®lo por las dificultades que experimentan los pa¨ªses en desarrollo para competir en unos mercados internacionales mundializados que les obligan a practicar el dumping social (bajos salarios y baja protecci¨®n social), sino porque el propio modelo a exportar de Estado benefactor europeo se halla en crisis (a causa de su d¨¦ficit presupuestario que impide financiarlo sin estrangular el crecimiento), y su futuro desarrollo parece cada vez m¨¢s incierto y dif¨ªcilmente sostenible.
Es m¨¢s, como ha probado Esping-Andersen, la crisis del Estado benefactor est¨¢ haciendo que se transforme. en una suerte de gueto laboral reservado a las mujeres (lo que yo llamo el Estado-marido), forzadas a aceptar menor salario a cambio de seguridad laboral. Por lo tanto, incluso en su sede de origen parece que la senda europea de emancipaci¨®n femenina est¨¢ entrando en un callej¨®n sin salida. ?Puede esperarse que sea exportada en semejantes condiciones al Tercer Mundo? Pero entonces, ?tenemos derecho a ser tan optimistas respecto al futuro progreso de las mujeres?
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