Cumbres
Las cumbres de jefes de Gobierno (Bariloche) son como esas reuniones de jefes en general en las que se practica el parip¨¦ del ocultamiento de los errores ajenos como f¨®rmula ideal para escamotear las propias faltas, y se alardea de virtudes que distan mucho de ponerse en pr¨¢ctica. En las cumbres se firman papeles y se hacen pronunciamientos, pero eso no es lo que realmente importa: el quid del asunto radica en distribuir palmadas de comprensi¨®n y adelantar el hombro para recibir las correspondientes viceversas. Digamos que no sirven para nada estos encuentros, pero animan mucho a sus participantes, como algunas fiestas de beneficencia de la jet-set. Son rituales y necesarias, porque, de lo contrario, los jefes de Estado se ver¨ªan condenados a decir lo que dicen ante su pueblo, que se limitar¨ªa a cabecear y a largarse a sus asuntos.As¨ª, Gonz¨¢lez puede adherirse a la condena de las pruebas nucleares francesas, sin que nadie le reproche que, hace solamente unos d¨ªas, se solidariz¨® tiernamente con Chirac (en lo que fue una cumbre a dos: un minu¨¦) mientras se refer¨ªa con cierto desprecio a las emociones (bajas pasiones, supongo) de los contrarios a las pruebas. Castro alardea con raz¨®n del nivel educacional alcanzado en su pa¨ªs, pero nadie le pregunta d¨®nde termina la educaci¨®n y empieza el adiestramiento, ni, sobre todo, para qu¨¦ sirven tantos profesores si est¨¢n obligados a creer que el conocimiento filos¨®fico termina en Marx y Engels. Y Fujimori se permiti¨® defender la contracepci¨®n como medida para que las familias pobres mejoren su calidad de vida, sin que nadie -?qui¨¦n pod¨ªa hacerlo?-. le replicara que mejor ser¨ªa establecer una m¨¢s justa distribuci¨®n de la renta.
Gratificante parip¨¦. Con el aliciente, esta vez, de poder ver de cerca a unos indios mapuches con poncho.
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