H¨¦roes de la transici¨®n
La historia que nos ense?aron de ni?os se parece mucho a los c¨®mics actuales. En ella se enfrentaban superhombres extraordinarios y, por supuesto, ganaba el m¨¢s fuerte, astuto y h¨¢bil, prueba indiscutible de que la raz¨®n estaba de su parte. Nietzsche certificaba as¨ª que en aquella historiograf¨ªa el ganador era siempre deificado, y el presente heredero de una progenie de h¨¦roes. Una amena historia, muy del gusto de escolares aficionados a los tebeos, en la que Roberto Alc¨¢zar era un trasunto de Napole¨®n, y Roy Rogers, de los comuneros. O quiz¨¢ al contrario. En todo caso, los grandes acontecimientos eran siempre el resultado previsto de masivas conspiraciones de personalidades relevantes.Hace ya muchos a?os que, por fortuna, la historiograf¨ªa abandon¨® esos derroteros y, gracias al influjo no s¨®lo del marxismo, sino de las ciencias sociales en general, descubri¨® otros h¨¦roes, esta vez an¨®nimos: las clases sociales, el capital, la poblaci¨®n, los precios. Ya se sabe: estructura es lo que dura, lo dem¨¢s es coyuntura, y la historia se hace en la longue dur¨¦e. De modo que de la visi¨®n conspirativa pasamos a la miseria del historicismo. Los personajes eran ahora s¨®lo portadores (quiz¨¢ incluso porteadores serviles) de din¨¢micas colectivas. La historia sin sujeto. No hace falta ser popperiano para darse cuenta de que si la visi¨®n conspirativa magnificaba los nombres propios, el historicismo los despreciaba. En todo caso, unos y otros ten¨ªan algo en com¨²n: una visi¨®n lineal en la que el futuro es el desarrollo progresivo del pasado.
Pues bien, no s¨¦ qu¨¦ extra?a pasi¨®n nos ha llevado a tratar de ponerle nombre propio a la transici¨®n pol¨ªtica espa?ola identificando su Roberto Alc¨¢zar, despu¨¦s de haber certificado que era obra colectiva del pueblo espa?ol, deseoso de poner en paz su historia. Pronto conmemoraremos el centenario del 98, lo que coincide (magia de los n¨²meros) con los 20 a?os de la Contituci¨®n democr¨¢tica.
?C¨®mo negar que ¨¦sta realiza una vieja aspiraci¨®n que se remonta no s¨®lo a los regeneracionistas, sino incluso a los reformistas del XIX y m¨¢s all¨¢, hasta los ilustrados del XVIII? Confieso que prefiero esa visi¨®n, por muy historicista que pueda parecer, a los relatos de cerebros preclaros que dise?aron el destino colectivo en la omnisciente pizarra de su conciencia, como si de una obra de ingenier¨ªa pol¨ªtica se tratara.
Por lo dem¨¢s, sabemos al menos desde Tocqueville que no pocos eventos son justamente consecuencia no querida o imprevista de decisiones que ten¨ªan otros objetivos. Y la transici¨®n est¨¢ repleta de esas consecuencias no queridas. Pues Franco confiaba en el Rey para que atara y bien atara el r¨¦gimen, y las Cortes aprobaron la Ley de Reforma para contener la democracia, y ETA asesin¨® a Carrero para forzar una din¨¢mica violenta, y el falangista Su¨¢rez deb¨ªa garantizar la continuidad del Movimiento. De modo que todo hace sospechar que esos hombres fueron llevados por los acontecimientos m¨¢s all¨¢ de ellos mismos y mucho m¨¢s all¨¢ de lo que sospechaban quienes les prohijaron. Pero eso no es todo. ?Cabe pensar en una transici¨®n pac¨ªfica sin el liderazgo de la clase media que crece en los a?os sesenta a consecuencia de la pol¨ªtica liberalizadora de un Gobierno Opus, cuyos hijos deslegitiman el r¨¦gimen desde la Universidad? Y m¨¢s aun, ?no ser¨¢ la expectativa de un conflicto general a la muerte de Franco -recuerdos, ansiedades y temores de la guerra civil- lo que aliment¨® el temor, que a su vez aliment¨® la prudencia, que a su vez evit¨® el conflicto, en una gran profec¨ªa que se autoniega? Pues la derecha tem¨ªa la revoluci¨®n (v¨¦ase Portugal), y la izquierda tem¨ªa el golpe militar (v¨¦ase Chile), y unos y otros sab¨ªan que deb¨ªan ceder para evitar lo peor. De modo que la expectativa de conflicto gener¨® conductas que alimentaron el pacto, justamente aqu¨¦llo que nadie esperaba, pero que todos deseaban, ignorando, sin embargo, que todos lo deseaban. Sin, negar -qu¨¦ duda cabe- la eficacia de intervenciones singulares, no veo sentido a ese empe?o en privatizar lo que es claramente patrimonio colectivo.
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