La hora del finland¨¦s
En noviembre de 1988, aprovechando un descanso durante el rodaje de El retorno de los tres mosqueteros, el director de cine Richard Lester conversaba con su primer ayudante de direcci¨®n. Era ¨¦ste un tipo muy grande, nacido en Madrid y relajado, con notables entradas en la frente. Ten¨ªa adem¨¢s el pelo rojo, era miope y observaba su entorno con una mirada azul, que se dir¨ªa reci¨¦n llegada del norte. Como de noruego o finland¨¦s.Se encontraban en Rascafr¨ªa, en plena sierra madrile?a, y a su alrededor se impon¨ªa un paisaje agreste y majestuoso. Lester respond¨ªa a una pregunta sobre los Beatles y trataba el asunto con cierto sigilo: pensativo, nost¨¢lgico y sobrevolando cuidadosamente este tibio celaje donde se refugian los buenos recuerdos que un d¨ªa fueron truncados, a causa de un suceso posterior. Oscurec¨ªa aquella tarde en Navacerrada, hac¨ªa fr¨ªo y sonaba la lluvia sobre el techo de la carpa de rodaje. El director brit¨¢nico refer¨ªa a su ayudante an¨¦cdotas sobre Help, sobre A hard day's night y tambi¨¦n sobre las playas de Almer¨ªa, donde 21 a?os antes hab¨ªa rodado el pasado. Se mostraba indeciso. Dudaba. Se resist¨ªa a profundizar en un enredo que siempre acababa por conducirle a la ciudad de Nueva York, a Manhattan, a un trozo de acera donde Lennon hab¨ªa muerto a balazos en 1980. La conversaci¨®n s¨®lo dur¨® 15 minutos y ya no volver¨ªa a repetirse, El rodaje termin¨®, Lester regres¨® a Inglaterra, los componentes del equipo se dispersaron y el primer ayudante de direcci¨®n (a quien por resumir me referir¨¦ en el futuro como El Finland¨¦s) volvi¨® a casa, junto a Las Vistillas, y qued¨® a la espera de una nueva oferta de trabajo.
Porque a diferencia de lo que ocurre en otros medios, los cineastas, incluso para crear, dependen obligatoriamente de un soporte ajeno que formalice su obra. En cine, una idea s¨®lo cobra sentido a trav¨¦s de la imagen, valga la perogrullada, y lo dem¨¢s son zarandajas que se desvanecen en el papel. No pasa as¨ª con un libro, por ejemplo, que existe por si mismo se haya le¨ªdo o no, o con una pintura al ¨®leo, tan cierta en la oscuridad de un s¨®tano como expuesta en una galer¨ªa de post¨ªn. Por el contrario, realizar una pel¨ªcula requiere gran aparato log¨ªstico. Exige el concurso de muchas personas, un gui¨®n, un equipo t¨¦cnico, y un sinfin de detalles accesorios, generalmente, de origen gringo. Circunstancias, en suma, que tienden a sumir este negocio en una simple operaci¨®n mercantil; bastante al uso, en verdad, aunque guiada tal vez por un prurito de instinto cultural.
Tras su pel¨ªcula con Lester, y durante los siete a?os siguientes, El Finland¨¦s particip¨® a pi¨¦ de c¨¢mara en 25 o 30 operaciones distintas, todas ellas relacionadas con el cine (incluyendo anuncios comerciales a los que llaman spots). Pero el paso del tiempo no hac¨ªa mella en ¨¦l. Sus posibilidades de acabar dirigiendo pel¨ªculas permanec¨ªan tan firmes y puras como al principio: esto es, inexistentes. En otras profesiones los escalones laborales guardan una cierta relaci¨®n entre s¨ª. Ocurre que de soldado se pasa a cabo, de auxiliar cl¨ªnico a enfermero, de director general a subsecretario, de pinche a cocinero y de pobre diablo a campe¨®n. Pero en el cine, no. Entre ayudar a un director y dirigir una pel¨ªcula se abre un trecho insondable que s¨®lo puede ser sorteado a trav¨¦s de la urdimbre, las influencias, el soplo del azar subversivo. De poco sirve el talento, saberse desgraciado o ladrarle a la luna, si el grito no llega a los despachos. Y precisamente el azar, o tal vez una intriga planetaria, permitieron que, hace unos meses, El Finland¨¦s tuviera oportunidad de cruzar el oc¨¦ano. La cosa surgi¨® en Portugal mientras rodaba Palace con El Tricicle. Alguien, por sorpresa, le ofreci¨® la posibilidad de dirigir un corto y en apenas 48 horas elabor¨® un gui¨®n, enganch¨® a la gente y realiz¨® cinco minutos de pel¨ªcula que parad¨®jicamente titul¨® Aqu¨ª hacemos los sue?os realidad. Sin demoras, su obra fue nombra da finalista en el Festival Internacional de Mannheim-Heidelberg (?ar!), y poco despu¨¦s seleccionada oficialmente a concurso en el Festival de Alcal¨¢ de Henares, uno de los m¨¢s prestigiosos en este ramo. Y casi coincidiendo en el tiempo, como si de un acto lujurioso se tratara, el Ministerio de Cultura acaba de concederle ahora una subvenci¨®n para realizar un nuevo corto. Aire, por favor.
La traves¨ªa ni ha empezado, cierto, pero estos buenos momentos nunca se los quitar¨¢ ya nadie. Y es que a mi entender, suceda lo que suceda, ¨¦ste, y no otro ser¨¢ el momento culminante de su carrera en el cine. As¨ª las cosas, el pr¨®ximo 4 de noviembre, s¨¢bado noche, presentar¨¢ su corto en el Palacio de la M¨²sica. Un acto, al parecer, del que pueden depender bastantes cosas y al que, por, eventuales razones hist¨®ricas, queda invitado el lector.
Y claro est¨¢ que hablo de un ser real, aunque me duela admitirlo. Tiene un nombre: Alejandro. Y tambi¨¦n un primer apellido cuya pronunciaci¨®n, inevitablemente, ha de causar cierto rubor entre la masa libertaria, a la que pertenezco: Calvo-Sotelo. Dicho est¨¢. Alejandro Calvo-Sotelo. Si bien, yo estoy libre de culpa. Porque El Finland¨¦s es mi amigo. Al abordaje, cara cart¨®n.
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