Otra joya del cine neoyorquino
No hay a?o que el cine independiente neoyorquino no nos regale un par de pel¨ªculas de esas que hay que echar de comer aparte por inteligentes, libres, divertidas, ¨¢giles, originales, a veces incluso incatalogables, llenas de innovaciones, de capacidad para sugerir l¨ªneas de continuidad para las inagotables tradiciones del cine estadounidense cl¨¢sico y de ganas de llevar la contraria y poner patas arriba las adocenadas rutinas del negocio audiovisual californiano.Con humildes presupuestos y toneladas de sagacidad y talento, en las calles de Nueva York se hacen ¨²ltimamente pel¨ªculas que dan cien vueltas a las ricas producciones de Los ?ngeles y que mantienen el fuego sagrado del cine norteamericano en los concursos y escaparates de todo el mundo, en los que Hollywood no se come m¨¢s rosca que la del puro y simple negocio amasado con falsarias pel¨ªculas que se distribuyen en todo mundo no por su m¨¦ritos, sino por la presi¨®n de la salvaje estrategia de la ley del embudo, pero que nada aportan al lenguaje y el arte cinematogr¨¢ficos de su pa¨ªs.
Smoke
Direcci¨®n: Wayne Wang. Gui¨®n: Paul Auster, basado en su relato Historia navide?a de Auggie Wren. Fotograf¨ªa: Adam Holender. M¨²sica: Rachel Portman. EE UU, 1994. Int¨¦rpretes: Harvey Keitel, William Hurt, Forest Whitaker, Stockard Channing, Harold Perrineau, Giancarlo Esposito, Ashley Judd. Estreno en Madrid: Acte¨®n, Palafox, La Vaguada, La Dehesa y Alphaville (en V. O. S).
Una de estas joyas neoyorquinas es Smoke, que sac¨® al ¨²ltimo festival de Berl¨ªn del tedio en que estaba sumergido y al final se llev¨® tres contundentes premios: el Especial del Jurado (un equivalente sofisticado del Oso de Oro), el de la Cr¨ªtica Internacional y el Premio del P¨²blico. Es decir, que entusiasm¨® lo mismo a especialistas. de colmillo retorcido, que van al cine en busca de alquimias, y a la gente com¨²n, que va al cine a pasarlo bien.
Wayne Wang compone Smoke sobre la solid¨ªsima base -todo un regalo para cualquier director solvente- de un gui¨®n escrito por Paul Auster, en el que este singular narrador y prodigioso observador de los rincones m¨¢s inexplorados del hormiguero humano de Manhattan enlaza varios de sus relatos. El resultado es un libro que despu¨¦s de ver la pel¨ªcula le apasionar¨ªa a uno llevarse a casa. y all¨ª leerlo inmediatamente, rebobinando las im¨¢genes con que Wang y el adorable reparto del filme llenan de vigor, precisi¨®n, sutileza, ternura, iron¨ªa y gracia la pantalla. No es frecuente encontrar una pel¨ªcula tan bien escrita como ¨¦sta, lo que nos hace, una vez m¨¢s, a?orar la cercan¨ªa que hay en Estados Unidos (cosa que no ocurre tanto y tan bien en Europa) entre narrativa literaria y narrativa cinematogr¨¢fica. Auster, literato de gran pureza, es -como Altman demostr¨® en Short cuts que era Raymond Carver- un nido de pel¨ªculas. Le invade al espectador-lector una saludable envidia al ver su escritura galvanizar desde dentro, desde su m¨¦dula, este precioso filme.
El hongkon¨¦s Wang ya ha mostrado que tiene el genuino talento que distingue a los grandes directores humildes, que son los mejores. Y otro tanto nos ocurre con los rostros de Harvey Keitel, Forest Whitaker, William Hurt y compa?¨ªa. Nos los sabemos de memoria, pero no s¨®lo no nos sabe a refrito volver a verles actuar en estado de trance, en total identificaci¨®n con lo que hacen y con una contagiosa comodidad frente a la c¨¢mara, sino que se tiene la sensaci¨®n de que descubrimos ahora, redescubri¨¦ndolo por en¨¦sima vez, este pu?ado de int¨¦rpretes geniales.
Basta, por ejemplo, el genial numerito donde el gran Forest Whitaker -recordemos Bird y Juego de l¨¢grimas- se desborda, y nos hace olvidar al mism¨ªsimo Charles Laughton, para que esta pel¨ªcula sea de visi¨®n obligatoria. Pero hay muchos m¨¢s momentos de esa especie a cargo de otros oficiantes de este delicioso cuento navide?o neoyorquino de Paul Auster y Wayne Wang, que se ha pasado casi un a?o guardando cola para encontrar pantalla, pues todas estaban ocupadas por seudopel¨ªculas de dise?o y cheque en blanco que no le llegan a la altura del zapato.
Babelia
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.