El cartel al rev¨¦s
A algunos les pareci¨® que el cartel estaba al rev¨¦s.. Que el verdadero inter¨¦s radicaba en el telonero. Tal vez fuera as¨ª, al fin y al cabo. El californiano Ben Harper regalo una corta, aunque intensa muestra de su personal y ritual manera de concebir el blues.
Manejando el Weisserbom: un bottleneck tocado con la guitarra tendida sobre las rodillas, y, con una voz a medio camino entre el susurro y el lamento, Ben extrajo las v¨ªsceras a apenas cinco canci¨®n es, entre las que merece la pena destacar la versi¨®n de Voodoo Child y el agradecido estribillo de Like a King. Supo a poco, pese a que el t¨¦cnico de sonido se empe?aba en generar un volumen francamente excesivo para lo que la c¨¢lida e ¨ªntima propuesta de Ben exig¨ªa. Tal vez en otra ocasi¨®n y en otro recinto m¨¢s apropiado.
P
J. Harvey y Ben HarperSala La Riviera. 2.500 pesetas. Viernes, 24 de noviembre.
Por contra, a la segunda canci¨®n de P. J. Harvey, alguien exclamaba: "?Esta t¨ªa le gusta tanto a los cr¨ªticos, porque no se tienen que comprar los discos!". Apabullante razonamiento, porque al ver a Polly Jean en directo, aparecen en espectro junto a ella -super¨¢ndola- Patti Smith, Siouxie, Nick Cave y la sombra ominosa de Jim Morrison.
Resulta, por tanto, bastante dif¨ªcil encontrar en esta chica algo realmente nuevo. Su f¨®rmula en directo consiste en interpretar de un modo contenidamente salvaje mon¨®tonas melod¨ªas, concebidas para. tiempos binarios y metidas con calzador en tresillos afilados por la guitarra de su alter ego musical, John Parish.
Lo malo es la longitud de las canciones, que termina delat¨¢ndolas como aburridas, si el que las escucha mantiene reticencias a entrar en el trance. Si no, estupendo, pero es delgada la l¨ªnea que separa la ceremonia del muermo.
A medida que el concierto ib¨¢ discurriendo, la int¨¦rprete fue venciendo al fr¨ªo ambiente nocturno e hizo gala de mayor nervio en sus ¨²ltimas canciones, Down by the, water, Queenie o Legs. Pero, a quien ha tenido oportunidad de escuchar o ver a los anteriormente citados monstruos sagrados, P. J. siempre le dio la impresi¨®n de no ser m¨¢s que un fen¨®meno individual, inflado por la moda y sujeto de forma terminante al gusto ef¨ªmero de una intelligentsia musical -no exclusivamente compuesta por cr¨ªticos, sino m¨¢s bien por enteradillos- que la ha elevado precipitadamente y de un modo francamente exagerado, a los altares dedicados a figuras de verdadero culto.
Sin embargo, ?se acordar¨¢ alguien de ella dentro de, digamos, unos dos a?os? A juzgar por lo contemplado en esta visita suya, desde luego no.
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