Venid y vivamos todos
Esta Villa, donde vivimos, a veces aperreados, fue luminoso e imantado objeto del deseo de los paletos perif¨¦ricos; alc¨¢zar, ciudadela apetecible, presidio codiciado, fortaleza, en fin, famosa, que alivi¨® el miedo al rey moro Alimen¨®n. Arrugado ombligo en la est¨¦ril llanura, Madrid siempre es el faro que convoca sue?os; castillo de ir¨¢s, para quedarte; confusi¨®n de la gente venida de lejos, fragua de diferencias, forja de semejanzas. Sucesivamente, infierno y para¨ªso, desde?osa y espl¨¦ndida, ramplona y primorosa, es el rompeolas de todas las Espa?as y playa de todos los desembarcos y naufragios.Cada quien se siente como en su casa, porque es la casa com¨²n, con parada, fonda y lecho nutricio don de arrojar el ancla. ?Claro que tuvo buenos anfitriones! Lope, Quevedo, Tirso, Morat¨ªn, madrile?os de nacencia. Curioso que los pintores, en mayor¨ªa, pro cediesen de otras latitudes, para instalarse. Y no por el brillo de la Corte y la munificencia de los; poderosos, que fueron ruines y cicateros sino, quiz¨¢, por ese aire que viene rodando desde la Sierra y la condici¨®n acogedora de los habitantes.
Aparte de los portentos mencionados, siempre son m¨¢s los forasteros que los originales pobladores. Madrid fue el ansiado vellocino de oro, el premio gordo, la tierra prometida, el trofeo por conquistar, el beneficio y su disfrute. Nacer donde fuere, y tomar carrerilla para el asalto. Creo que al mismo, Francisco Umbral le parieron aqu¨ª, pero eligi¨® un rodeo por Valladolid, para sentir el gusto de la conquista.
Bueno, pues todo lo dicho sigue vigente. Sin apenas darnos cuenta, en esta consumaci¨®n del siglo, la Villa ha vuelto a ser domicilio para los extra?os; Madrid, madre, casa, morada, asentamiento fijo, no s¨®lo asilo para los desterrados por la pobreza o los encandilados por la prosperidad, sino muchedumbre de proscritos de sus tierras, a causa del temor y el desaliento. Desde hace a?os viene produci¨¦ndose un ¨¦xodo discreto y constante, de familias vascongadas, echadas de sus lares por la temible brutalidad de unos b¨¢rbaros desalmados. El profesional intenta convalidar los conocimientos; las mujeres llevan la tenacidad y el esp¨ªritu de supervivencia hasta el mostrador de la boutique, la mesa del recepcionista, el oficio con que recuperar el sosiego y ganar el pan.
Los vizca¨ªnos y guipuzcoanos ricos, lo son bastante menos, en los confines de la di¨¢spora, con el miedo en el equipaje, esa pasi¨®n de ¨¢nimo, a?adida a la a?oranza de los bosques perdidos. Tambi¨¦n, por diferentes causas, Catalu?a env¨ªa gente que, a m¨¢s, a m¨¢s, cada vez m¨¢s, encuentra en Madrid lo que siempre hubo; a falta de otras cosas, nadie puede negarle el centro de la naci¨®n, donde a¨²n est¨¢n las fuentes del poder pol¨ªtico y el financiero, el teatro universal que queda, aunque anden mejor provistos de negocios editoriales y odeones. Nos ganan en riqueza, hermosura ambiente y quiz¨¢ futuro, pero sigue abarrotado el puente a¨¦reo y aumenta, con timidez, el n¨²mero de los que se sienten extra?amente bien, porque aqu¨ª no hay que renunciar a nada, el chotis es opcional y tampoco exigible -para la mayor¨ªa de los varones- dirigir piropos a las madrile?as, en la calle de Alcal¨¢. Quiz¨¢ porque su tramo m¨¢s genuino -Sol-Cibeles- est¨¢ siempre en obras, flanqueadas las aceras por sedes bancarias, algunos ministerios y se hayan esfumado los caf¨¦s, el comercio y las violeteras.
Vuelve Madrid a ser lo que sol¨ªa: bander¨ªn de enganche para cuantos quieran acampar en sus confines y por aqu¨ª procurarse los garbanzos. Es una ciudad de brazos abiertos, aunque, ojo a dos buenos consejos: tentarse la cartera en las aglomeraciones, sujetar el bolso con firmeza y mirar d¨®nde se pone el pie, porque tambi¨¦n es lugar donde m¨¢s posibilidades hay de torcerse un tobillo.
Por lo dem¨¢s, Madrid nunca se quedar¨¢ sin gente.
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