La costumbre de hablar solos
Una vez hab¨ªa un tipo enrevesado y locuaz, de nombre Silvestre, que ten¨ªa serias discrepancias con la especie humana en general. De afilada lengua y verbo temerario, sent¨ªa incontrolada propensi¨®n a hablar por los codos. Pero todos hu¨ªan de ¨¦l como de un atracador.Natural de una aldea aragonesa, sus familiares y convecinos lograron quit¨¢rselo de encima y remitirlo a Madrid con esta argucia: "T¨² eres un genio, Silvestre. Debes vivir donde haya mucha gente tan extra?a como t¨², y que los pod¨¢is entender entre vosotros. Ning¨²n sitio mejor que Madrid, cobijo de monstruos e incomprendidos". Y aqu¨ª est¨¢ desde hace m¨¢s de veinte a?os.
Durante dos d¨¦cadas, hizo lo imposible por dar la charla a todo bicho viviente. Consegu¨ªa acometer fugaces di¨¢logos con ciudadanos incautos. Pero enseguida le vieron el rabo. Nadie le soportaba. A pesar de todo, logr¨® abrumar con su oratoria a una desdichada peluquera de Lavapi¨¦s con la que contrajo nupcias. Si entraba en un bar, los parroquianos hu¨ªan en desbandada. Si se lo encontraban por la calle, hac¨ªan como que ten¨ªan mucha prisa. A nadie se le ocurr¨ªa preguntarle qu¨¦ tal estaba, porque lo contaba de cabo a rabo. Cuando llegaba a casa por la noche, su mujer y los ni?os, tras saludarle lac¨®nicamente, escapaban como forajidos a refugiarse en sus habitaciones. Y as¨ª todo.
Dolido con la raza humana y con las pl¨¢ticas insustanciales del vulgo, Silvestre comenz¨® a dialogar privadamente con su perro y con las macetas. Pero el chucho bostezaba y los geranios languidec¨ªan.
Entonces cay¨® en el vicio de, hablar en alto consigo mismo y con las sombras. Lo que le pasaba por la cabeza se lo contaba a alguien invisible.
Lo cierto es que no llamaba mucho la atenci¨®n, porque Madrid est¨¢ abarrotado de gente que habla sola. Son multitud los que discuten con sus fantasmas a voz en grito. Como hay tantos, pasan inadvertidos, pero en ocasiones llegan a provocar alteraciones de orden p¨²blico, como es el caso. Una tarde iba nuestro h¨¦roe en el metro. Junto a ¨¦l se sent¨® una fornida dama pintarrajeada como arco iris cubista. Y Silvestre, mirando al infinito, dijo con voz potente: "Esta foca va disfrazada de cacat¨²a. ?No le dar¨¢ verg¨¹enza, a sus anos, y con lo gorda que est¨¢?". La respuesta no se hizo esperar. Un soberbio bofet¨®n, coreado por todo el convoy, se estrell¨® c¨®mo un misil en la mejilla del osado.
Silvestre era obstinado, pero no imb¨¦cil, y sab¨ªa velar por su integridad f¨ªsica. Adem¨¢s, el rubor le corro¨ªa al verse convertido en el hazmerre¨ªr de los viandantes. Para evitar suspicacias, abandon¨® los soliloquios p¨²blicos una temporada y se puso a buscar alternativas a sufacundia. No tard¨® en dar con un truco providencial para hablar torrencialmente sin levantar sospechas de vesania: el tel¨¦fono m¨®vil.
En la actualidad, amarrado al port¨¢til perennemente, Silvestre es feliz. Marca n¨²meros inexistentes de Espa?a y del extranjero, mantiene agotadoras conferencias en las cafeter¨ªas, en el autob¨²s, en misa, en las salas de espera, en los entierros, en los campos de f¨²tbol, en los lavabos. Y no s¨®lo habla, tambi¨¦n gesticula de forma barroca, se encabrita, se maravilla, ordena, aconseja, amenaza, increpa.
Silvestre anda suelto por Madrid con su m¨®vil y sus interlocutores inexistentes. Las autoridades comienzan a inquietarse, porque el ejemplo est¨¢ derivando en epidemia y la locura ret¨®rica se extiende por nuestra ciudad. La Organizaci¨®n Mundial de la Salud aconseja a los ciudadanos que huyan inmediatamente cuando vean a alguien hablando por el m¨®vil en la calle o en locales p¨²blicos. Al parecer, los adictos al aparato sin hilos emiten unas ondas hostiles y mim¨¦ticas que se cuelan como virus en el cerebro de los ciudadanos.
No debe cundir el p¨¢nico, sin embargo, porque el ant¨ªdoto contra esa enfermedad est¨¢ al alcance de cualquiera. El profesor Van kobertson, de la Universidad de Oklahoma, ha sentenciado: "Nada m¨¢s f¨¢cil que -evadirse de la movilitis. S¨®lo es preciso negarse a hablar con alguien. si no es en presencia de un pica pleitos. Adem¨¢s, se crean infinitos puestos de trabajo para los abogados, que son multitud".
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