Vallecas se sacude la pesadilla del atentado
En el barrio obrero de Vallecas se hablaba ayer sobre todo de una cosa: de pol¨ªtica; parec¨ªa que las tertulias de la radio tuvieran nuevos participantes: los cientos de vecinos que permanecieron toda la ma?ana adheridos al cord¨®n policial, al lado de la calle de Pe?a Prieta. Muy cerca del manch¨®n negro que indicaba el lugar exacto desde el que la furgoneta de la Armada vol¨® el lunes llev¨¢ndose las vidas de seis trabajadores. Despu¨¦s de que alguien de ETA apretara un bot¨®n
Un hombre mayor, vecino de toda la vida del barrio, ech¨® mano a un cigarro y solt¨® como pudo a un amigo: "Siempre pagamos los mismos, los primos; la pena de muerte, joder, que lo haga el Gobierno. Pero el Gobierno no; nosotros, con un referendum ?Qu¨¦ pasa con la democracia". El amigo, casi en voz baja, le respondi¨®, mirando el pegote negro: "Con la democracia pasa que las cosas son legales no se puede volver a la ley del Tali¨®n, ni al ordeno y mando".Dentro del cord¨®n policial, una se?ora de unos sesenta a?os permanec¨ªa paralizada. Sola, indecisa, como drogada, miraba un balc¨®n hecho pur¨¦, en el n¨²mero 18 de la calle de Pe?a Prieta. A¨²n hab¨ªa all¨ª un tenderete con ropa sec¨¢ndose que ha salido en una esquina en todas las primeras p¨¢ginas de los peri¨®dicos. La se?ora, ?ngeles Rodr¨ªguez, de 64 a?os, contaba a quien se lo ped¨ªa la parte que le corresponde en esta tragedia: "Mi casa es ¨¦sa, la del balc¨®n; est¨¢bamos con la mesa puesta cuando empezaron a volar cristales", relata la se?ora. "Sal¨ª con mi nieta en brazos y vi todos ' los muertos, los cuerpos desperdiciados", contin¨²a Angeles.Las personas que contemplaban la esquina actualmente m¨¢s famosa de Espa?a guardaban casi un silencio orquestado. No hubo gritos, ni insultos en voz alta. Tan s¨®lo maldiciones masticadas en sordina por quienes ve¨ªan con algo de asombro que tambi¨¦n su viejo barrio era zona peligrosa. Y se volv¨ªa a la pol¨ªtica: "Es que ya no es a Juan ni Pedro, es a todos nosotros", apuntaba un viejo. El alcalde de Madrid hab¨ªa pedido cinco minutos de silencio a las 11 de la ma?ana. En la calle de Pe?a Prieta nadie se acord¨® de la convocatoria. Pero tampoco hizo falta. Vallecas entera guard¨® una ma?ana entera de silencio entre casas con pintadas comunistas y antimili en las paredes. Dentro de una vivienda, una se?ora mayor con los huecos de las ventanas tapados con pl¨¢sticos abr¨ªa la puerta a obreros y periodistas sin decir una sola palabra. En un peque?o jard¨ªn cercano al lugar de la explosi¨®n, dentro del cord¨®n policial, alguien dej¨® un ramo de claveles rojos. Un ni?o se col¨® por debajo de la cinta y comenz¨® a juguetear con las flores. Su abuelo, sobresaltado, le peg¨® un cap¨®n: "Qu¨¦ co?a de ni?o y qu¨¦ desgracia de todo". A dos pasos, otro ni?o, de unos ocho a?os, contaba a una se?ora c¨®mo ¨¦l lo hab¨ªa visto todo, c¨®mo la onda expansiva le hab¨ªa arrojado al suelo, c¨®mo todo era terrible. Sin encontrar mejor comparaci¨®n a?adi¨®: "Parec¨ªa una pel¨ªcula de Schwarzenegger".
Pero la vida empuja; hubo que sacudirse la pesadilla y volver a ser los de siempre. As¨ª que los comerciantes, que hasta el momento miraban tambi¨¦n un poco alelados el estropicio de calle que ten¨ªan enfrente, se reunieron para ver qu¨¦ pasaba con sus cristales hechos migas. La concejala del distrito, Eva Dur¨¢n, del PP, que visit¨® la zona, se encarg¨® de informarles de los l¨ªos burocr¨¢ticos. "Una denuncia en la comisar¨ªa y una copia en la Delegaci¨®n de Gobierno; eso es lo que hay que hacer", dec¨ªa la concejala. En una zapater¨ªa, ajeno al traqueteo de camiones cargados de cascotes y a las idas y venidas de t¨¦cnicos con tel¨¦fono m¨®vil en la oreja, el due?o comenzaba a ordenar el g¨¦nero en su sitio de siempre.
En esto se acab¨® la ma?ana. Una cincuentena de j¨®venes salidos de un instituto cercano pasaron en bloque, casi en formaci¨®n, por el lugar del suceso. Parec¨ªan un ej¨¦rcito, todos con mochilas a la espalda. Gritaron s¨®lo un par de veces: "ETA asesina".
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