Danubio Rojo
El sorteo para el Mundial de Francia nos ha devuelto im¨¢genes de una antigua pesadilla juvenil. Como en esas odiseas carcelarias interpretadas por dos presos antag¨®nicos que huyen unidos por una misma cadena, Espa?a y Yugoslavia arrastran de nuevo la bola del condenado y vuelven a estar atrapadas en un dilema: son enemigas irreconciliables, pero compa?eras de viaje. Todo indica que, v¨ªctimas de la vieja maldici¨®n, ya no tienen escapatoria.Durante mucho tiempo, la relaci¨®n entre el f¨²tbol balc¨¢nico y el espa?ol fue una historia pendular de agresiones y venganzas. Perseguidas por el esp¨ªritu burl¨®n que suele manipular los sorteos, las dos selecciones eran destinadas primero al mismo grupo y despu¨¦s a la misma celda. El desenlace estaba escrito: imposibilitadas para huir de su inevitable demonio familiar, ambas deber¨ªan comprometerse en un duelo final cuyo precio era la supervivencia. Nunca hubo un vencedor definitivo; al margen de su buena estrella, el campe¨®n s¨®lo consegu¨ªa ser moderadamente feliz: sab¨ªa que una mano intrigante volver¨ªa a jugar con el bombo y dar¨ªa una nueva oportunidad al vencido. De este modo, Espa?a y Yugoslavia se comportaron durante largos decenios como dos encarnizados clanes de aldea unidos por los lazos de sangre y los c¨®digos del desquite.
En esta atormentada relaci¨®n, nadie parec¨ªa recordar las victorias; la memoria local s¨®lo se alimentaba de los agravios. As¨ª, la generaci¨®n de Ir¨ªbar vivi¨® para recordar aquel venenoso gol de Katalinsky que apart¨® a Espa?a del Mundial-74, y la de Zubizarreta no consigue olvidar el gol de Stoikovich que la separ¨® del Mundial Italia 92.
Por si faltara algo, la situaci¨®n de enemistad se ha complicado ahora con una oscura pasi¨®n de mestizaje. Se dir¨ªa que, imposibilitado para acabar con la selecci¨®n persecutoria, el f¨²tbol espa?ol decidi¨® comprarla. Las cosas sucedieron as¨ª: con Yugoslavia en estado de disoluci¨®n, y para demostrar que el talento llama al talento, la clase de Safet Susic comenz¨® a replicarse en Prosinecki, Boban, Jarni, Suker y otros jugadores unidos por el toque y la orfebrer¨ªa. Luego lleg¨® la guerra, y aquellos artistas, armados de una partitura verde y una espinillera de acero, comenzaron a escapar hacia Occidente. Naturalmente, casi todos ellos recalaron en Espa?a.
Estamos de suerte. Hoy, cuando entre selecciones se avecinan los inquietantes duelos Djukic-Fran y Mijatovic-Zubizarreta, la Liga espa?ola es una cantera latina con espuma yugoslava. Una vez m¨¢s, el Danubio es nuestro r¨ªo.
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