Europa, otra vez adolescente
Europa est¨¢ invadida por la desmesura desiderativa. Se desea todo. Y se desea ese todo de manera inmediata, exagerada, con pasi¨®n enfurecida, con dominante af¨¢n de poseer en grado absoluto, esto, es, llegando a anular todo aquello que se alcanz¨®. Cuando esta hipertrofia querencial, cuando este irreprimible deseo de apropiarse la realidad y de borrarle sus precisos contornos alcanza difusiones inabarcables, entonces, y como para justificar y legitimar tan desaforadas ansias, se echa mano de la propia historia, esto es, de las ilustres ra¨ªces europeas, de las realizaciones que superaron el tiempo; en suma, de la herencia de la que, ocurra lo que ocurra, todos somos usufructuarios.Sin embargo, esa herencia, ese sagrado dep¨®sito va perdiendo eficacia a fuerza de usarlo sin ton ni son, y a fuerza de manejarlo como una brillante tapadera de los vicios que asuelan a Europa; esa gloriosa manda, digo, est¨¢ a punto de agotarse. Los or¨ªgenes no hay que recordarlos; hay que vivirlos. Por no saber hacerlo, han perdido operatividad. Han perdido. operatividad y acabaron por convertirse en moneda falsa. Los valores europeos tienen hoja. No son moneda de tr¨¢fico legal, sino moneda falsa. De aqu¨ª otra situaci¨®n negativa, otro vac¨ªo; a saber, la decadencia de las viejas prerrogativas humanistas. Nadie cree en nada, y menos en lejanos y al parecer venerables abuelos.
Al parecer, s¨®lo al parecer. En el fondo, y a pesar de todas las brillantes efem¨¦rides que una y otra vez vienen rememor¨¢ndose (eso s¨ª, me apresuro a decirlo, con m¨¢s que justificada intenci¨®n), a pesar de todo eso, Europa se nos est¨¢ convirtiendo en un vial angosto, sin luz, anhelante y aburrido, como las calles de la ciudad en el verso de Wordsworth: "When the dark streets appeared to heave and gape. ?Y qu¨¦ es Europa hoy, en definitiva, sino una avenida intransitable y agobiada de amenazas de toda ¨ªndole? Europa, en consecuencia, vuelve a una etapa inicial del desarrollo que no es propiamente una nueva juventud, ni tampoco, infelizmente, una etapa de madurez creadora. Es una regresi¨®n. As¨ª, sencillamente. Lo cual no quiere decir (aspiro a ser rectamente entendido) que ahora, ahora mismo, no podamos asistir al espect¨¢culo asombroso de descubrimientos inesperados frente a los cuales la ¨²nica actitud posible es la de la agradecida reverencia.
No. A lo que yo aludo es a la inconsciencia y al desparpajo. A ese anhelo de triturarlo todo, pero, al mismo tiempo, instalarse en la c¨®moda conducta de rehuir las consecuencias. El res tua agitur cl¨¢sico, que en esta saz¨®n hist¨®rica podr¨ªamos libremente equiparar al tan difundido y tan nefasto "eso es cosa tuya", "ese es tu problema", est¨¢ llev¨¢ndonos a otra subespecie de nihilismo: el nihilismo de la indiferencia, del encogerse de hombros, de la ausencia de responsabilidad y solidaridad con los otros, con los dem¨¢s. Claro est¨¢ que este estado de ¨¢nimo colectivo, este oscuro temple psicol¨®gico hay que vencerlo. Resulta urgente el no caer nosotros mismos en otra especie de nihilismo todav¨ªa m¨¢s peligroso: el de la desesperanzada aton¨ªa universal; el de limitarse, con pasiva resignaci¨®n, a ver sin mirar, ¨¢ rehuir lo firme y s¨®lido que todav¨ªa nos queda. Dicho de otra forma: a estar sin ser. Porque entonces dejar¨ªamos a Europa como aplastada por ese af¨¢n negador. Europa se nos convertir¨ªa en pura nihilidad, es decir, en nada. He ah¨ª el peligro, he ah¨ª la ruina que asoma su siniestro perfil en la indecisa l¨ªnea del horizonte hist¨®rico.
Mas Europa siempre ha sabido dar, aun en situaciones tan apuradas como la presente, con la soluci¨®n salvadora. Las animosas palabras de H¨®lderlin de que all¨ª donde est¨¢ el peligro, all¨ª nace lo que salva, son hoy m¨¢s necesarias que nunca. Para ello es preciso recobrar la conciencia de la historia. Pero ?cuidado!, no la conciencia ret¨®rica, grandilocuente y vacua que escamotea la realidad (que es lo que, con ilustres excepciones, hasta ahora se cultiva in¨²tilmente). No se trata de jaleamos mutuamente. Se trata de otra cosa. ?Cu¨¢l? La de despertar, la de reavivar la legitimidad de nuestro propio y espec¨ªfico acervo espiritual en el m¨¢s exigente y amplio sentido de estas palabras. Porque es imprescindible aclarar y dibujar con m¨¢xima precisi¨®n que una cosa es la adscripci¨®n colectiva a una manera de concebir y valorar la vida (y en eso estriba en ¨²ltima instancia lo que pomposamente llamamos cultura) y otra de muy distinto rango el poner en funcionamiento original e in¨¦dito la concepci¨®n y la tasaci¨®n axiol¨®gica de la existencia genuina. Esto, esta oteadora y descubridora operaci¨®n, puede ser la obra (yo me atrevo a decir que as¨ª conviene) de unos pocos, circunstancia que jam¨¢s debe ser olvidada. Recordemos aquella respuesta camusiana: "Solitaires, dites-vous? Vous seriez bien seuls sans ses solitaires" O al Nietzsche que habl¨®, en uno de sus innumerables escritos p¨®stumos, del "eclipse de Europa" (Vie Verdunlekung von Europa") como dependiente de la fidelidad a s¨ª mismos de "cinco o seis esp¨ªritus libres" ('f¨¹nf oder sechs fre¨ªere G¨¦ister).
Devolverle, restituirle madurez creadora a Europa m¨¢s all¨¢ de todas las desmesuras actuales debe ser acci¨®n de unos pocos y escogidos seres. De todas formas, la dificultad consiste en conseguir que esa empresa llegue y penetre m¨¢s all¨¢ de las lindes de lo comunitario de tal forma que pueda mostrar aliento suficiente, aliento holgado para llegar a los arrabales de la vida. A esos arrabales en los que la miseria es todav¨ªa m¨¢s atroz y m¨¢s dram¨¢tica, m¨¢s corrosivamente destructora que la miseria puramente f¨ªsica. La capacidad de Europa, su potencial capacidad para hacer que esa labor profil¨¢ctica gane fecunda presencia es enorme. Se trata de hacer que el tiempo salte de nuevo desde el comienzo del continuum vital hasta la madurez de la edad adulta. Y debemos metemos en la cabeza que esa ya es obra de todos, por insignificantes que nos consideremos. Heidegger dej¨® constancia de tal situaci¨®n: "Cada uno sigue su propio camino, pero en el mismo bosque". Europa es ese bosque, ciertamente abandonado, en el que las formas de convivencia se empobtecen hasta el l¨ªmite de lo tribal. Pero de la marea primaria e inmadura habr¨¢n de sacarla, repito, algunas mentes excepcionales. Lo importante, lo decisivo, es que los dem¨¢s sepamos seguir su ejemplo. Sin declamaciones, sin intemperancias y sin desenfrenos que a nada conducen. Y que hasta hace poco sumieron a Europa en una desolada inoperancia. La aceleraci¨®n de la historia es verdadera, pero a fuerza d¨¦ contemplarla pasivamente est¨¢ a punto de transformarse en paisaje por el que s¨®lo se transita, en fondo ornamental y nada m¨¢s. Pero ahora debe comenzar (?acaso ya comenz¨®?) el laboreo,. el arduo laboreo de futuras cosechas: la obra de la criatura europea cabal.
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