Secretos
El llamado poder judicial no est¨¢ maduro para la democracia. Contin¨²a anclado en los arcanos de la cultura del ocultismo al servicio del Estado, y s¨®lo esa alienaci¨®n explica que haya trabajado en contra del sentido de la democracia paricipativa. Est¨¢ clar¨ªsimo que la batalla contra el secreto de Estado, coartada de todas las potenciales perversiones de una raz¨®n de Estado yuxtapuesta a la raz¨®n democr¨¢tica, ha de pasar a manos de la ciudadan¨ªa. El llamado poder judicial no sirve para otra cosa que para sancionar lo evidente, y aun as¨ª tarda en conseguirlo, parapetado en una l¨®gica interna y en una jerga que a la postre, s¨®lo sirve para los ritos endog¨¢micos.Me parece que es la explicaci¨®n m¨¢s inocente. Hay otras. Pero se situar¨ªan en el terreno del juicio de intenciones, y por ah¨ª me pondr¨ªa a mi mismo en la frontera del desacato.
Ya es suficiente apreciar que las chapuzas tal vez no sean fruto ni de la incompetencia ni de ocultas complicidades, sino de la impotencia del especialista para la distanciaci¨®n cr¨ªtica de su propia religi¨®n. Supongo que juristas bienintencionados tratar¨¢n de buscarles todos los otros s¨ªes posibles a las pragm¨¢ticas sanciones inv¨¢lidas. Bien hecho. Que bru?an las espadas de la dial¨¦ctica y de la jerga hasta caer exhaustos. Pero ha de ser la sociedad de los paisanos la que reaccione y ponga el secreto de Estado en su sitio, porque es la sociedad de los paisanos la que padece todos los efectos del Estado prepotente y su ordenanza, el Gobierno impune.
Desde hace una d¨¦cada, el movimiento universal contra el secreto de Estado se ha convertido en la aut¨¦ntica vanguardia democr¨¢tica, porque es vanguardista luchar para que el Estado no sea un delincuente escudado en toda clase de filibusterismos leguleyos o parlamentarios. Que de eso se trata.
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