Los enigmas del Che
Fue sin duda una mera casualidad que el retorno multipublicitado, nost¨¢lgico y enternecedor de los Beatles en Estados Unidos y el mundo coincidiera con la reaparici¨®n del Che Guevara en las primeras planas de todos los diarios de la tierra. Claro, las seis horas de programaci¨®n en cadena nacional y en horario central, aunadas a ventas sensacionales de canciones viejas ya de m¨¢s de treinta a?os, afectaron a un p¨²blico mucho m¨¢s extenso y variado que aquel compuesto por quienes pudieran poseer el menor inter¨¦s por conocer el paradero exacto de los restos del Comandante, enterrados bajo una pista de aterrizaje en Vallegrande, Bolivia, hace 28 a?os. Escuchar la voz de John Lennon entonar desde ultratumba un par de estrofas de una nueva canci¨®n, innegablemente cautiv¨® a mil veces m¨¢s j¨®venes que descubrir que el Che hab¨ªa sido enterrado, no incinerado, por sus verdugos bolivianos. Y sin embargo, detr¨¢s de la coincidencia y de la desproporci¨®n, yace la sospecha de una convergencia explicativa y de pertinencia, como un et¨¦reo recordatorio de que aquellos tiempos pasados fueron, en efecto, mejores que los que hoy vivimos.Si los Beatles representan los iconos de los profundos y maravillosos trastornos culturales que los a?os sesenta despertaron en una infinidad de pa¨ªses, el Che se convirti¨® desde el momento mismo de su muerte en el arquetipo de la transformaci¨®n pol¨ªtica y del alzamiento ideol¨®gico que aquel decenio introdujo, aunque fuera de manera ef¨ªmera. El v¨ªnculo obviamente se antoja precario, indirecto y abstracto: Guevara muri¨® en La Higuera varios meses antes de que irrumpieran en el escenario de su ¨¦poca los multitudinarios movimientos estudiantiles que sacudieron a sociedades tan dis¨ªmbolas como la americana y la checa, la francesa y la mexicana, la cordobesa y la china. Pero la foto de Alejandro Korda mil veces vista -la del Che con boina negra, el cabello al viento y la mirada en el horizonte- no s¨®lo se erigi¨® en la principal prenda decorativa de los centenares de manifestaciones, protestas y motines del final de los a?os sesenta; el affiche m¨¢s vendido en la historia tambi¨¦n personific¨® buena parte de los sentimientos y esperanzas que albergaban los manifestantes, cualquiera que haya sido la validez y el significado de su verdadero nexo con la vida y obra del Che.
Si la vida y la muerte de Guevara retienen hoy su misterio y su carisma, se debe en buena medida al hecho de que esa vida y muerte resultaron ser emblem¨¢ticas del ¨²ltimo instante que recordamos cuando el mundo, la sociedad y la pol¨ªtica parec¨ªan susceptibles de ser transformados. El Che carece por completo de actualidad o vigencia hoy para la acci¨®n y el discurso pol¨ªticos, para el cambio social o incluso para la iconograf¨ªa cultural; pero la ¨¦poca que evoca forma parte de los recuerdos que guarda un mundo dist¨®pico en espera de mejores d¨ªas, aun si a final de cuentas nunca llegan. Si la ausencia de ilusiones genera utop¨ªas, y los sesenta constituyeron la ¨²ltima era ut¨®pica del siglo, Guevara entonces es el ¨²ltimo sobreviviente de la utop¨ªa naufragada.
Los titulares de los diarios sobre la tumba del revolucionario en Argentina se explican y se justifican gracias a esta pertinencia hist¨®rica, aunque, parad¨®jicamente, la amenaza que representa la noticia para el mito puede ser significativa. Hasta hace pocas semanas, la fuerza del mito del Che muerto era tal que le imped¨ªa tener una presencia f¨ªsica en la muerte misma: sin tumba, l¨¢pida o monumento donde llevar su duelo o rendirle homenaje. Suced¨ªa lo contrario que con los desaparecidos de Chile o de la Argentina: su fallecimiento dej¨® de ser objeto de duda hace a?os, pero hasta que no aparezcan sus restos y obtengan la sepultura que sus deudos desean, el duelo sigue inconcluso. Con el Che, la incandescencia de su tumba y su cad¨¢ver nutr¨ªan el mito; la noticia de su entierro, si bien debilita el misterio, reenciende el mito.
Mario Vargas Salinas, el general boliviano que ahora reconoce haber enterrado el cad¨¢ver bajo la pista de Vallegrande, le ha hecho en cualquier caso un gran servicio a la historia. La proliferaci¨®n de biograf¨ªas (seis, por lo menos, en Estados Unidos, Europa y Am¨¦rica Latina), de pel¨ªculas de largo metraje (dos) y de documentales (varios) en curso muestra que el Che est¨¢ de nuevo de moda. Todos estos esfuerzos se han fascinado, y a la vez topado en alguna medida, con la persistencia de los enigmas que a¨²n envuelven el destino del Che. Las revelaciones del oficial boliviano que sell¨® la suerte de Guevara al aniquilar a la retaguardia de la columna guerrillera en Vado del Yeso, esto es, al grupo de ocho guerrilleros, incluyendo a Tania, la agente de penetraci¨®n argentino-alemana utilizada por Guevara en Bolivia, que se separ¨® del cuerpo principal de la insurgencia, resolvieron un dilema: el del descanso final del Che.
Pero muchos otros dilemas se mantienen, incluso a prop¨®sito del entierro. Seg¨²n versiones nuevas y viejas, y datos certeros, se ha dicho que tanto las manos como la cabeza del Comandante fueron amputadas por bolivianos y/o norteamericanos para asegurar una identificaci¨®n definitiva. El oficial de la CIA de mayor rango en el teatro de operaciones confirm¨®, en una entrevista con el autor celebrada hace pocas semanas, que el Che s¨ª estaba enterrado en Vallegrande, pero desminti¨® categ¨®ricamente que hubiera sido decapitado. Seg¨²n quien fuera el jefe del notorio agente cubano-norteamericano F¨¦lix Rodr¨ªguez y que hasta la fecha no hab¨ªa declarado al respecto, el Estado Mayor boliviano, y el mismo jefe de la Octava Divisi¨®n, el coronel Zenteno, en efecto contemplaron la posibilidad de seccionar la cabeza de Guevara, pero desistieron cuando el enviado estadounidense amenaz¨® con recurrir a Washington para asegurar que al compa?ero de Fidel Castro se le diera "la sepultura que todos deseamos y nos merecemos". Pero hasta que no se encuentren los restos, no sabremos a ciencia cierta la verdad.
Asimismo, hasta que no se abran del todo los archivos norteamericanos, cubanos, bolivianos e incluso rusos para que los historiadores puedan consultarlos libremente, los misterios y los rumores persistir¨¢n. Muchos documentos ya est¨¢n abiertamente disponibles en Mosc¨² y en Washington, y muchos otros pueden ser revisados subrepticiamente en La Habana o en La Paz. Y muchos compa?eros, correligionarios o adversarios del Che han comenzado ya a hablar; sus testimonios forman parte de las biograf¨ªas en obra. Pero muchos m¨¢s documentos permanecen cerrados, y muchas otras voces siguen calladas. Esperemos que as¨ª como el Comandante Guevara significa a¨²n algo para los hijos y las hijas de los a?os sesenta, y para sus descendientes en los noventa, le inspire igualmente el suficiente respeto, a sus amigos, a sus colegas y a sus enemigos para que permitan contar su historia entera. Si es tiempo de abrir su tumba, tambi¨¦n lo es de abrir su vida.
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