Un fr¨ªo enorme en Nueva York
Babel verdadera. Territorio donde cabe todo el mundo, si ha sido capaz de entrar: el pa¨ªs m¨¢s informatizado de la tierra sigue formando colas para que entren, ya contritos, los emigrantes. ?Y por qu¨¦ ha ido usted a Marruecos? ?Y por qu¨¦ no me pregunta qu¨¦ hice en Francia? Es que en Marruecos hay apolog¨ªa del terrorismo. Y tambi¨¦n en mi pa¨ªs... Son los polic¨ªas antiguos, los que hicieron la guerra fr¨ªa y ahora hielan con sus preguntas de antes a los que llegan por vez primera a la urbe de la esperanza. Tienen los formularios en castellano, pero aquel hombre de Luarca ha de rellenar en ingl¨¦s su pa¨ªs y su sexo, el suyo y el de su mujer. Pa¨ªs maravilloso Nueva York, que se abre enseguida con la indiferencia que marcan en sus rostros los mitos urbanos. Lugar donde se disfrutan y se sufren al tiempo las miserias del para¨ªso. Las viejas buscan calor en los desahogos del metro. Materia nevada de los sue?os, Roma del nuevo imperio, territorio que suena a todas horas como si el fin del mundo fuera de espejos y acabara de ser pospuesto ante la presencia poderosa, y on¨ªrica, de una ciudad que parece hecha de pronto. Suena el fin de a?o y no es el suyo el sonido melanc¨®lico de las ciudades europeas, sino que parece que Dios va haciendo footing por las ¨²ltimas horas de una temporada que, quiz¨¢, ¨¦l mismo hizo horrible. La nieve es cenicienta y ya resulta tan habitual en las esquinas que ni los ni?os juegan con ella. Todo est¨¢ empaquetado, desde las cunas alquiladas a los cinturones de las parturientas, y todo se alquila y se vende. Saben venderlo todo, de modo que los espect¨¢culos, incluido ¨¦ste de vivir, es aqu¨ª el mayor, el ¨²nico espect¨¢culo del mundo, el m¨¢s premiado, el m¨¢s elogiado por la cr¨ªtica, el m¨¢s visto, de forma que si uno quiere estar al d¨ªa y tener esa memoria in¨²til de los ¨¦xitos deber¨ªa estar viendo pel¨ªculas, musicales, obras de teatro desde que nace hasta que muere sin dormir en medio. Unos polic¨ªas tratan de reanimar a un borracho que ha perdido hasta su nombre y el Times de Nueva York rellena los espacios vac¨ªos de sus p¨¢ginas con un aviso de los de antes: "?Recuerde a los m¨¢s necesitados!". Los que no necesitan otra cosa que seguir se re¨²nen esta tarde a apurar los ¨²ltimos vasos de vino de su juventud en la Goulue, un bistr¨® verdaderamente franc¨¦s, cuyo due?o trajo las maderas, las sillas, los ceniceros, y hasta el aire, de un bar que hubo igual una vez en Par¨ªs. Y luego se van a cenar solos, tiritando del fr¨ªo antiguo que guardan las ciudades grandes, a uno de los miles de restaurantes m¨¢s viejos de Nueva York. Los peri¨®dicos recuerdan la tormenta de piedras que ha ca¨ªdo sobre la pel¨ªcula de Oliver Stone sobre la vida y la obra de Richard Nixon: ?es ficci¨®n, es verdad? A los escritores, dicen los que hicieron el gui¨®n, se les paga para variar la realidad y hacerla m¨¢s apetitosa, como quer¨ªa Shakesveare, pero nadie entiende, en este pa¨ªs del r¨¦cord, que Stone haya inventado conversaciones improbables entre el presidente del Watergate y su silente esposa, Pat. Se tiran los trastos, se incomunican y se emborrachan, y llenan as¨ª de tierra la imagen perfecta, nevada, que el propio Nixon se dedic¨® a fabricar despu¨¦s de la desgracia. Timidamente, Los del R¨ªo -"unos catetos del Betis que hemos triunfado en Am¨¦rica"- se colocan en las p¨¢ginas de los diarios con la locura Macarena", que ya figura como la probable danza de fin de a?o en todas las esquinas latinas de este territorio de nadie en el que vive todo el mundo. De manera incre¨ªble -por lo que veremos-, Apolo XIII, la ¨²ltima odisea del espacio, se coloca entre las m¨¢s vistas del imperio. Debe ser porque permite un descubrimiento largamente esperado: el est¨®lido Toni Hanks no hizo una creaci¨®n de Forrest Gump: es que ¨¦l es Forrest Gump. L¨¢ ¨²nica escena con calor de la pel¨ªcula que ahora bate r¨¦cords y que describe un imposible alunizaje y su posterior amerizaje triunfal en alg¨²n lugar de la tierra es cuando Gump, como debe, llamarse desde ahora a Tom Hanks, frota rabiosamente el cuerpo de uno de sus compa?eros astronautas para que no se hiele de fr¨ªo. Hay, incluso, una frustraci¨®n sentimental cuando la protagonista -tambi¨¦n est¨®lida, como si anunciara un cuadro quieto- pierde en la ducha el anillo de boda mientras su marido, Gump, naturalmente, lucha por quitarse la bolsa de orines que usa en el espacio. Ser¨¢ un ¨¦xito porque ya lo es en Nueva York. Han descubierto, en medio del fr¨ªo, la tragedia de Bosnia: s¨®lo les importa su propia historia, y ahora est¨¢n ah¨ª, con sus soldados equivoc¨¢ndose, para rechifla secreta de sus propios paisanos, sobre la estatura de, los r¨ªos. David Rieff, un periodista y escritor neoyorquino que es desde la primera hora testigo de esa guerra civil, dice que los americanos siempre necesitan un drama al que asistir por televisi¨®n y, acabado el juicio contra el futbolista O.J. Simpson, es natural que se sienten a mirar, el drama, tan aparente, de sus soldados en Bosnia. Y los soldados contribuyen: en los Buenos d¨ªas, Am¨¦rica aparecen j¨®venes uniformados que saludan desde Sarajevo con la cara dent¨ªfrica de tantos concursos ma?aneros de la Am¨¦rica cursi. Hay un m¨¦dico en Madrid, el doctor Uriarte, que recorre el mundo descubriendo los lugares m¨¢s maravillosos: hace un agujero en la tierra y guarda en ¨¦l unas monedas para que sus nietos las descubran a?os despu¨¦s siguiendo los mapas que ¨¦l mismo dibuja. No se sabe d¨®nde habr¨¢ guardado su secreto en Nueva York, pero probablemente lo habr¨¢ puesto en el aire. O en la nieve que se va desgastando poco a poco como si fuera la met¨¢fora de un pa¨ªs que con su vaho le dice adi¨®s ahora a la etapa m¨¢s fr¨ªa de la vida. Nueva York para decir adi¨®s, y tambi¨¦n para quedarse siempre.
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