Las chicas no pegan tanto
El n¨²mero uno en las ventas de libros de ensayo es Las semillas de la violencia, de Luis Rojas Marcos, Una multitud de padres se han lanzado a leer el libro queriendo entender qu¨¦ part¨ªculas gen¨¦ticas o educativas se encuentran en alguno de sus hijos implicados en las tribus urbanas que se muelen a palos. Efectivamente, los padres de los pelados o de los punkos sharps se encuentran muy despistados. No han logrado averiguar lo bastante a partir de sus v¨¢stagos y es dudoso incluso que lo logren con un psiquiatra. Los chicos ofrecen una enigm¨¢tica informaci¨®n sobre la raz¨®n de su adicci¨®n al grupo, la causa de sus odios o de sus nuevas preferencias. Contemplados desde la pupila paterna, los chicos se rapan, se visten y se comportan as¨ª como v¨ªctimas de! una patolog¨ªa del tiempo. Es como si al hijo le hubiera dado algo y no existiera m¨¢s soluci¨®n que esperar el alivio del mal como el de una enfermedad pasajera. La mayor¨ªa de estos padres saltan cuando las cosas se complican, sea con la polic¨ªa o la droga, pero es raro que antes no hayan aprendido, a resignarse y callar. Su experiencia les ha ense?ado que en nada les valen sus admoniciones dirigidas a corregir la conducta, cambiar las conductas agresivas y evitar las rencillas callejeras. Con las hijas, sin embargo, no pasa lo mismo.Hay m¨¢s violencia juvenil ahora que una o dos generaciones antes, pero no es la violencia de todos los sexos. A las chicas, por el momento, no se las ve involucradas en la palizas a los mendigos o a los de otra raza. Ha aparecido una banda femenina que otra en Los ?ngeles, pero incluso en Estados Unidos es ins¨®lito verse asaltado por pistoleras. Las chicas sufren los mismos problemas de familias rotas que sus hermanos, viven los mismos ambientes por donde cunde la droga, sufren iguales o superiores problemas de paro, asisten a un mismo entorno de violencia filmada o televisada. ?Si sus situaciones se han igualado, por que no se igualan sus comportamientos violentos? La respuesta puede saldarse de un golpe refiri¨¦ndose a las hormonas. Pero, visto que la violencia adolescente ha crecido sin relaci¨®n con la calidad hormonal, tiene que haber alguna otra raz¨®n.
Una raz¨®n por la cual en Zaragoza son asesinadas cada a?o una docena de personas mientras en Washington; con parecido n¨²mero de habitantes, caen unos seiscientos es que en Norteam¨¦rica se discute, al final, con rev¨®lver. Una raz¨®n para pensar que las mujeres se pegan menos es que hablan m¨¢s antes de llegar a las manos. Chicos y chicas conversan hoy menos, pero es entre los chicos donde la comunicaci¨®n se ha simplificado mucho. Los de una pandilla se autodenominan comunistas, otros anarquistas, otros fascistas. Ninguno de ellos posee un lenguaje en el que articular su convicci¨®n. Son anarquistas o fascistas por adhesi¨®n a un¨ªa imagen y no a, un sistema. Lo que les encoleriza en el otro es menos su ideolog¨ªa que su look, d¨®nde se sintetiza el sentido. O bien: lo que excita la oposici¨®n no es tanto las consecuencias posibles de un pensamiento -que nadie cree realizable- como el simulacro de un pensamiento. Son las ropas las que visten el vac¨ªo de las creencias donde lo m¨¢s consistente son los golpes. Es el hematoma el que presta color a las ideas, son las fracturas las que construyen su ficci¨®n.
Puede ser, en efecto, que entre las chicas tampoco circule un lenguaje pol¨ªtico, pero se conserva un parloteo que frena la pegada. En el silencio, cualquier hombre pierde mucha sustancia. Deja en parte de impresionar en cuanto ser humano y toma el car¨¢cter de los personajes en los videojuegos, donde los heridos, los muertos, los destrozados por las armas autom¨¢ticas se desintegran como artefactos. Las chicas, sin embargo, hablan todav¨ªa mucho de ellas y de sus familias, de sus cosas f¨ªsicas y sus romances, de modo que golpearse con cadenas o matarse entre s¨ª se les hace m¨¢s dif¨ªcil. No quiere decir que esta desigualdad sea para siempre, pero puede servir para ver c¨®mo es f¨¢cil ser joven y entretenerse sin el fantasma de matar a otros.
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