Un amigo de Alemania
En el coraz¨®n de los gestos de pol¨ªtica exterior m¨¢s importantes de Mitterrand est¨¢ la amistad franco-alemana
El a?o en que naci¨® Fran?ois Mitterrand, Alsacia y Lorena eran todav¨ªa alemanas. En las trincheras mor¨ªan a pu?ados los poilus (los peludos soldados de las viejas quintas) y los boches (tal como denominaban despreciativamente los franceses a los alemanes). Apenas 24 a?os m¨¢s tarde, una nueva generaci¨®n de franceses march¨® de nuevo hacia el Este para combatir a los alemanes y con ellos fue aquel joven cat¨®lico, con preocupaciones sociales y transido por el amor patri¨®tico. Cay¨® herido, en Verd¨²n precisamente, y fue hecho prisionero. Se evadi¨® en tres ocasiones y pudo al fin regresar a la Francia ocupada, donde represent¨® a los prisioneros de guerra hasta ocupar un cargo en la administraci¨®n colaboracionista de Vichy. Sin apenas darse cuenta, se encontr¨® metido de lleno en la Resistencia. Son los a?os sombr¨ªos de Mitterrand, que algunos han utilizado para estigmatizarle por derechista y petainista.Es, en cualquier caso, la ¨¦poca de la formaci¨®n de su personalidad y de su ambici¨®n pol¨ªtica. Y en ambas tienen un lugar destacado, las dos guerras mundiales y su origen: la enemistad hist¨®rica entre alemanes y franceses, surgida de la guerra franco -prusiana, que llev¨® a la humillante proclamaci¨®n del Reich en la Galer¨ªa de los Espejos de Versalles en 1871 y a la amputaci¨®n de Alsacia y Lorena. El peligro de una Alemania m¨¢s poderosa que Francia en su econom¨ªa, en su demograf¨ªa y finalmente, en su capacidad militar y de dominio pol¨ªtico, es el fantasma que preside los sue?os juveniles de Mitterrand. De ah¨ª que ocupe, tambi¨¦n, un lugar central en sus ideas de pol¨ªtica exterior y en el est¨ªmulo a la soluci¨®n del trauma: Europa.
Al igual que el canciller alem¨¢n Helmut Kohl, Mitterrand es un nacionalista en su juventud que luego se convierte al europe¨ªsmo, como ¨²nica salida al conflicto franco-alem¨¢n. S¨®lo en estos t¨¦rminos puede comprenderse su exclamaci¨®n hace justo un a?o, en su despedida ante el Parlamento de Estrasburgo: "El nacionalismo es la guerra". En el coraz¨®n de sus gestos de pol¨ªtica exterior de mayor trascendencia se halla la amistad franco-alemana, iniciada por Charles de Gaulle y Konrad Adenauer con el tratado de cooperaci¨®n firmado en el El¨ªseo en 1962, continuada luego por Val¨¦ry Giscard D'Estaing y Helmut Schmidt y culminada por los catorce a?os de mandatos coincidentes entre Kohl y Mitterrand.
La cooperaci¨®n se ha desplegado en dos vertientes como m¨ªnimo. De una parte, ha actuado como coraz¨®n de la construcci¨®n europea. De la otra, tambi¨¦n como modelo avanzado de cooperaci¨®n bilateral entre pa¨ªses europeos, de forma que Francia y Alemania han creado una aut¨¦ntica red de sistemas de cooperaci¨®n del mismo tipo con los otros socios de la Uni¨®n. De ah¨ª que pr¨¢cticamente no haya iniciativa europea importante en estos a?os de a pareja Kohl-Mitterrand que no haya contado, como m¨ªnimo, con su acuerdo y, en muchos casos, con su impulso personal. Durante parte de este periodo, nueve a?os, hay que a?adir a este d¨²o a un tercer tenor de gran nivel y casi de la misma generaci¨®n, como ha sido Jacques Delors, al frente de la Comisi¨®n Europea. Nada puede comprenderse de los ¨¦xitos conseguidos por la UE en la d¨¦cada de los 80 y principios de los 90, sin estos tres hombres cuya infancia y juventud estuvo perturbada por las pesadillas de la guerra civil europea y de sus millones de V¨ªctimas. Kohl expres¨® en varias ocasiones a Mitterrand sus temores respecto a las nuevas generaciones que no saben lo que fue la guerra entre franceses y alemanes.
La cooperaci¨®n franco-alemana necesita tambi¨¦n de una constante alimentaci¨®n mediante gestos amistosos, probablemente en los momentos m¨¢s dif¨ªciles, en los que Mitterrand consigui¨® una singular maestr¨ªa. El m¨¢s sonado y de mayor trascendencia pol¨ªtica e ideol¨®gica fue la defensa del despliegue de los euromisiles en 1983, cuando un potente movimiento en favor del desarme ejerc¨ªa presi¨®n sobre los gobiernos occidentales. "Los pacifistas est¨¢n en el Oeste y los misiles en el Este", apostrof¨® en uno de sus caracter¨ªsticos sarcasmos. Mitterrand defendi¨® as¨ª a la Alianza Atl¨¢ntica y dio un respiro pol¨ªtico a Helmut Kohl, quien ha atribuido a la firmeza occidental de entonces la causa de los acontecimientos que llevaron en 1989 a la unificaci¨®n alemana y a la democratizaci¨®n en todo el resto del continente.
No fue un gesto incoherente y oportunista. A pesar de los descalificativos por su supuesto izquierdismo, son escasas las veleidades en pol¨ªtica exterior de su larga biograf¨ªa. Mitterrand fue atlantista, amigo de los norteamericanos, y defensor de Estado de Israel. Pero siempre desde una ambici¨®n europe¨ªsta y no de la rendici¨®n incondicional ante una pol¨ªtica exterior dictada por otros.
Su apuesta europea m¨¢s decidida, la de una Europa unida en la pol¨ªtica exterior y en la defensa, adem¨¢s de la econom¨ªa, coincide con su impulso al ingreso de Espa?a en la entonces Comunidad Europea (CE), la aprobaci¨®n del Acta Unica que marcaba 1992 para el Mercado ¨²nico y la preparaci¨®n de una ambiciosa iniciativa franco-alemana, la creaci¨®n en 1988 de una brigada mixta, n¨²cleo del actual Eurocorps, en el que participan cinco pa¨ªses, y que constituye el esbozo de un futuro ej¨¦rcito europeo. rancia y Alemania no son, en la concepci¨®n de Kohl y Mitterrand, dos potencias que deban jugar a la espalda de las otras, y principalmente del Reino Unido, sino la causa de los problemas y a la vez su remedio, por lo que del buen funcionamiento de sus relaciones depende la armon¨ªa entre todos los pa¨ªses socios.
Mitterrand ha prodigado en sus 14 a?os de presidencia los gestos de solidaridad hacia sus amigos de las cumbres europeas, en las que ha jugado un papel de prima donna junto a Kohl y a Delors. Estos gestos no han merecido siempre la comprensi¨®n de todos, incluidos los socialistas. Al empezar la guerra de las Malvinas, la primera llamada que tuvo una Margaret Thatcher apenada por la falta de solidaridad europea fue la de su amigo Mitterrand, que no tuvo en cambio piedad en definirla por sus piernas de Marilyn Monroe y sus labios de Cal¨ªgula.
Pero estos momentos brillantes de las grandes cumbres europeas, con espectaculares resultados que anunciaban un ma?ana m¨¢s brillante para todos los europeos, se pueden percibir como el fin de una ¨¦poca, que probablemente es la de un siglo XX hist¨®ricamente clau urado. Metidos de lleno desde 1989 en el siglo XXI, Mitterrand ha demostrado en repetidas ocasiones la lentitud de sus reflejos para la velocidad de la nueva ¨¦poca. Su obra inacabada, que compart¨ªa con muchos otros, es Maastricht, que fue la respuesta precaria e insuficiente a los desaf¨ªos de la Europa nueva. Pero Helmut Kohl en un art¨ªculo de enorme fuerza y emotividad que quiso publicar justo cuando Mitterrand abandon¨® la presidencia, en mayo pasado, ha subrayado la verdad sencilla y profunda del pensamiento europeo de Mitterrand, surgida probablemente de aquellas pesadillas de juventud. "Dimos la ¨²nica respuesta posible: lo que el momento dictaba no era una renacionalizaci¨®n de la CE -como algunos siguen pensando hoy- sino m¨¢s bien su desarrollo para convertirla en una Uni¨®n Europea". Y a?ade en unas frases conclusivas sin equ¨ªvoco: "Fran?ois Mitterrand contribuy¨® de manera decisiva a sentar las bases de la uni¨®n pol¨ªtica europea crea da por Maastricht. ?l nos ha legado esta obra de paz: ahora nos toca a nosotros concluirla".
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