El gasto siempre se paga
El t¨ªtulo de mi columna recuerda los melodramas de Guillermo Sautier Casaseca en la Radio Madrid de nuestra posguerra, cual La sangre es roja o Ama Rosa, sobre los que Pedro Barea ha escrito un libro de nositalgias perfumadas, La estirpe de Sautier. ?Hay nada m¨¢s melodram¨¢tico que el desarreglo del gasto p¨²blico que sufren nuestras democracias modernas? Aqu¨ª tienen ustedes otra vez a un servidor pidiendo a los pol¨ªticos que dejen de ilusionarnos con la reducci¨®n de impuestos y que al menos se comprometan a congelar el gasto, gracias.Los redactores del Tratado de Maastricht establecieron unos criterios de buen hacer econ¨®mico t¨ªpicos de quienes s¨®lo se preocupan de la ortodoxia financiera. El combatir la inflaci¨®n, contener el endeudamiento y estrechar el d¨¦ficit es justo y necesario, pero incompleto: como de lo que se trata a fin de cuentas es de que el Estado democr¨¢tico no ahogue a la sociedad privada, habr¨ªa que a?adir al control de la inflaci¨®n, la deuda y el d¨¦ficit, un tope de presi¨®n fiscal.
En realidad, la inflaci¨®n es un impuesto, corno lo son la deuda y el d¨¦ficit. La inflaci¨®n es un impuesto sobre el dinero y los activos no indiciados, porque, cuando sube el nivel de precios de todos los bienes y servicios, medido. por el ¨ªndice del coste de la vida, cae el valor del dinero en la medida que lo exige el descubierto del Estado. La deuda p¨²blica tiende a convertirse en un impuesto, como sugiri¨® David Ricardo en 1817: los ciudadanos perciben el aumento de la deuda como un impuesto, porque inevitablemente va a exigir un pago de intereses y de amortizaci¨®n del principal: esta percepci¨®n es tanto m¨¢s marcada cuanto m¨¢s corta sea la vida media de la deuda publica, como la espa?ola, que apenas pasa de a?o y medio. El d¨¦ficit, o diferencia entre los ingresos impositivos y los gastos p¨²blicos, se financia o, con inflaci¨®n o con deuda (o con limosnas de la UE, que son en fin de cuenta deudas). Ergo, los tres jinetes del apocalipsis no son m¨¢s que un sustituto del cuarto, el impuesto. Inflaci¨®n, deuda o impuestos votados por las Cortes son en lo fundamental intercambiables, aunque cada modo de recaudaci¨®n tenga sus inconvenientes, de la misma forma que hay impuestos m¨¢s da?inos; que otros. Tomados globalmente, los cuatro modos de atender a un gasto p¨²blico excesivo, hacen da?o a la econom¨ªa y al bienestar general, al reducir el crecimiento de la prosperidad de los individuos y sus empresas.
Es cierto que quienes se contentan, como los fautores de Maastricht, con exigir el control de la inflaci¨®n, la deuda y el d¨¦ficit, sin cerrar el portillo de la tributaci¨®n, centran su esperanza en la puesta en marcha de una resistencia pol¨ªtica. Piensan que al obligar a los Estados a financiar su exceso de gasto con impuestos votados por los Parlamentos se pondr¨¢ en movimiento un mecanismo pol¨ªtico de resistencia a la presi¨®n fiscal, que a la postre supondr¨¢ un freno del dispendio democr¨¢tico. Deje usted de beber cuando vea elefantitos verdes.
La reducci¨®n del gasto p¨²blico deber¨ªa ser la meta de quienes dicen querer reducir la carga de los impuestos o aspiran a cumplir los criterios de Maastricht. La promesa electoral no deber¨ªa ser la convergencia con las econom¨ªas europeas, que todas gastan en exceso, especialmente la alemana. Saltar¨ªa yo de contento si alg¨²n partido explicara durante la pr¨®xima campa?a electoral c¨®mo iba a reducir el gasto p¨²blico como proporci¨®n del PIB en dos puntos anuales, del 46% al 38% durante la legislatura.
El flamante acad¨¦mico de la Espa?ola Mario Vargas Llosa describi¨® en su delirante novela La t¨ªa Julia y el escribidor lo que ocurre cuando la realidad comienza a escapar del control de los creadores de seriales radiof¨®nicos: los, personajes muertos resucitan, los est¨¦riles se transforman en padres de familia numerosa, los protagonistas cambian repentinamente de nombre o de profesi¨®n. Nuestros ministros de Hacienda suelen enloquecer como el escribidor de las radios lime?as. Ser¨ªa terrible que el pr¨®ximo ministro de Hacienda sufriera el delirio que atac¨® en 1992 a Solchaga, quien, sin darse cuenta, gast¨® 4,7 billones de pesetas m¨¢s de lo presupuestado.
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