Salud y pol¨ªtica
MITTERRAND MINTI? a los franceses durante, casi todo el tiempo que pas¨® en el El¨ªseo. Esto parece ya claro. E imposible de ocultar. Le grand secret, el libro en el que el m¨¦dico de Mitterrand cuenta que el reci¨¦n fallecido presidente franc¨¦s. ocult¨® durante una d¨¦cada su c¨¢ncer, se puede leer desde ayer a trav¨¦s de Internet. Lo ha incorporado a la red inform¨¢tica el propietario de un caf¨¦ de Besancon, que protesta as¨ª por la decisi¨®n de un tribunal de justicia franc¨¦s de prohibir la difusi¨®n del libro. Este gesto a?ade un nuevo elemento -la imposibilidad de ejercer una censura completa en una sociedad abierta y dotada de alta tecnolog¨ªa- a los ya complejos aspectos pol¨ªticos, deontol¨®gicos y jur¨ªdicos del caso.La informaci¨®n esencial de Le gran secret es que Mitterrand minti¨® sistem¨¢ticamente a los franceses respecto a su salud y mostr¨® un grado de cinismo al respecto que s¨®lo sus peores enemigos le achacaban. En 1992 inform¨® de que tenia un c¨¢ncer de pr¨®stata. Era cierto. Pero lo ten¨ªa desde 11 a?os antes, meses tan s¨®lo despu¨¦s de su primera victoria en las elecciones presidenciales. Conservo su gran secreto pese a haber prometido al electorado en su primera campa?a presidencial una absoluta transparencia sobre su condici¨®n f¨ªsica. Puede discutirse si la salud de los dirigentes pol¨ªticos es un asunto p¨²blico o privado. La tragedia personal de la enfermedad y la muerte es, de hecho, un asunto ¨ªntimo m¨¢s que privado si por voluntad del individuo afecta de modo permanente y grave a asuntos de Estado y a la seguridad de los ciudadanos, es tambi¨¦n un asunto p¨²blico. Para evitar una repetici¨®n del caso Pompidou, que falleci¨® de c¨¢ncer en el El¨ªseo sin que nunca se dijera oficialmente que lo padec¨ªa, Mitterrand estableci¨® la costumbre de publicar mensualmente sus boletines de salud. Aun suponiendo que el desarrollo de su c¨¢ncer no afectara a su trabajo en su primer septenio presidencial, cabe, preguntarse si hubiera sido reelegido en 1988 de saberse su enfermedad.
El que Claude Gubler, el m¨¦dico personal de Mitterrand y autor de Le grand secret, falsificara durante una d¨¦cada esos boletines revela una imagen deplorable de este personaje. De entrada, su descargo de conciencia contando toda la verdad hubiera sido quiz¨¢s encomiable si lo hubiera hecho cuando importaba a los franceses y no cuando es una mera operaci¨®n editorial. La vulneraci¨®n por parte del m¨¦dico de su juramento hipocr¨¢tico es algo de lo que, deber¨¢ responder ante una comisi¨®n deontol¨®gica. No tiene por qu¨¦ haber relaci¨®n entre la catadura de un autor y la posibilidad de venta de su libro. El secuestro del libro, imposible en otros pa¨ªses del entorno, entre, ellos Espa?a, defiende una privacidad sumamente discutible.
Pero tambi¨¦n es cierto que al traicionar la confidencialidad de la relaci¨®n m¨¦dico-enfermo, el libro vulnera un derecho individual que debe ser defendido a toda costa. La discusi¨®n al respecto existe. El dilema es real. Sopesar los derechos del individuo frente a los de aquellos que dependen de ¨¦l es una tarea terriblemente dif¨ªcil. Como lo es el evitar que una conducta canalla quiera presentarse a s¨ª misma como un gran favor a la sociedad.
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