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JUAN CRUZJulio Caro Baroja, que ocupaba el sill¨®n P de la Academia, donde ahora se va a sentar el poeta Angel Gonz¨¢lez, paseaba por el Retiro comiendo pan. Dicen que lo hac¨ªa a tal velocidad -comer, caminar- que detr¨¢s se dej¨® un d¨ªa a una novia que no vio nunca jam¨¢s de nuevo. Probablemente es mentira, como todas las leyendas. Pero dice bastante de Caro, un sabio desp¨ªstado sobre la tierra. Odiaba las f¨®rmulas y los ritos sociales, y asomaba al mundo, cuando dejaba los libros, despreocupado de todo aquello que pudiera,ser pomposo, solemne u obvio. Era un antrop¨®logo, un escritoir y un poeta; dibujaba de maravilla y ten¨ªa una conversaci¨®n ingenua y sutil, como las buenas personas con retranca. Viv¨ªa. como si los libros no fueran a morirse nunca, y los le¨ªa y los rele¨ªa con la pasi¨®n de los ni?os que acaban de descubrir una aventura. Su heredero en la Academia no le va a la zaga; es tambi¨¦n un poeta, como todo el mundo sabe, de modo que esa P que le han adjudicado es como la met¨¢fora de lo que pidi¨® de el la vida. Algo m¨¢s tiene de Caro y de Baroja: la falta de ostentaci¨®n, aparte de la poes¨ªa, claro est¨¢, el odio por la pompa, el af¨¢n de construirse un rostro fuera del espejo p¨²blico. Lo hemos dicho m¨¢s de una vez, pero una an¨¦cdota de anteanoche,cuando le hicieron acad¨¦mico, muestra qui¨¦n es y hasta qu¨¦ punto. Madrid vest¨ªa, como. siempre que hace fr¨ªo, esa mania de lagente por juntarse, y Angel recibi¨®, como reci¨¦n famoso, numerosas requisitorias para celebrar homenajes y cenas largas. Congreg¨® a los periodistas debajo de su casa, en una cervecer¨ªa,. delante precisamente de donde trabaj¨® durante tantos a?os, como funcionario civil del Ministerio de Obras P¨²blicas de los tiempos de Franco, y despu¨¦s se fue a cenar sin m¨¢s compa?¨ªa que la estrictamente necesaria, como si no hubiera pasado nada por su vida ciertamente de poeta y de solitario.Los poetas. Viven debajo de esa P tratando de tocar verdad con cualquier verso, en un pa¨ªs que los mira, los bendice y luego los olvida. Caro hubiera conversado debajo de esa P como debajo de un paraguas de palabras tranquilas, en medio del olor de los libros antiguos, como las chaquetas con las que ambos han' andado poi lavida, vestimenta de poetas que nunca se cambian de color ni de sitio, prendas que se guardan luego en el armario bien aireado de los melanc¨®licos.
Tiempos dif¨ªciles siempre para la poes¨ªa. Ahora ?ngel Gonz¨¢lez entra en la Academi a y Alberti regresa, con la salud arreglada, a su casa. Anteayer sin embargo, mientras esas buenas noticias ca¨ªan sobre la alfombra voraz de los. recuerdos, un poeta que nunca escribi¨® versos, Jos¨¦ Mar¨ªa Amado, el director de la revista po¨¦tica Litoral, se quejaba en M¨¢laga de lo dificil que resulta mantener una aventura como la suya, que ya tiene -en dos etapas- 70 a?os bien cumplidos. Comenz¨® todo con Manuel Altolaguirre, pero luego vinieron la guerra y el exilio. Hace nada Amado cumpli¨® 25 a?os editando la nueva etapa de Litoral, rescatando todos los versos perdidos de la generaci¨®n del 27 y abri¨¦ndole paso a generaciones nuevas de poetas; puso en marcha, incluso, el premio Rey Juan Carlos de Poes¨ªa, por el que pasaron, como premiados tantos poetas j¨®venes. Pero despu¨¦s vino La Cosa -eso, dec¨ªa Maruja Torres- y ese premio que se daba en Marbella qued¨® partido por el rayo atl¨¦tico con el que se rompen tantas cosas en este pa¨ªs de olvido y de desprendimiento.
Son aventuras que no pueden detenerse. Como no se ha detenido nunca, en 50 a?os, la revista ?nsula. Esta semana han conmemorado ese aniversario, y all¨ª estaba, con el director actual, V¨ªctor Garc¨ªa de la Concha, Jos¨¦ Luis Cano, que en los ¨²ltimos tiempos fue director y siempre fue alma de la revista, junto con el fundador, Enrique Cano, ya fallecido. Estaba tambi¨¦n, precisamente, ?ngel Gonz¨¢lez, con la barba melanc¨®lica que un d¨ªa se puso para que ni Barral ni Hortelano le dijeran que parec¨ªa un esp¨ªa de? franquismo situado estrat¨¦gicamente en Barcelona para ver de qu¨¦ hablaban los poetas de entonces. Cano y Canito fueron para nuestra juventud como parte de una alineaci¨®n futbol¨ªstica, como Mauri y Maguregui y como Segarra y Gensana. Ellos llevaban adelante la ¨²nica rev¨ªsta liberal que pudo subsistir, como un ejemplo verdaderamente po¨¦tico, en medio de aquel marasmo gris del franquismo. Rendirles ahora'homenaje es tambi¨¦n rescatar una figura a la que las generaciones recientes que leen literatura extranjera no podr¨¢n olvidar nunca: Domingo P¨¦rez Munik, el cr¨ªtico literario, autodidacta e intuitivo, que desde la, isla de Tenerife sembr¨® de nomb res nuevos -John Updike, Max Frisch, Anthony Burges, tantos otros- que iban a ser adem¨¢s semilla de una narrativa nueva en este pa¨ªs. Era un poeta, elegante, distinguido y ausente, pero cabreado con el mundo: escrib¨ªa con un l¨¢piz y con artrosis, y nunca le fall¨® ni a Cano ni a Canito. Ni a nadie.
A ?ngel Gonz¨¢lez le negaron el pan y la sal cuando ni la hab¨ªa pedido en la Universidad de Oviedo; ense?aba a norteamericanos en Alburquerque, hasta que se jubil¨®, pero en su propia tierra parece que no pod¨ªa explicar poes¨ªa. Ahora la Academia le deja el sill¨®n P. Y all¨ª se. sentar¨¢ como un poeta. Como lo que era Caro.
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