Cuba dual
El viejo conductor despert¨® al escuchar que alguien mencionaba el nombre de Cuba. En m¨¢s de doscientos kil¨®metros no hab¨ªa intervenido en la conversaci¨®n, pero ahora no pudo resistirse a relatar sus afortunadas experiencias amatorias en la isla, que supusieron para ¨¦l la redenci¨®n de una d¨¦cada de inactividad. La prieta encontrada a la salida de Tropicana era "una mujer absorbente". Nunca conoci¨® nada parecido en la Pen¨ªnsula, y menos con la "guipuzcoana fr¨ªa" que le tocara en suerte. Hab¨ªa sido una experiencia inolvidable que so?aba con repetir.Sin duda, muchos espa?oles de la m¨¢s amplia gama de edades, cincuentones en vanguardia, han vivido situaciones similares en los ¨²ltimos tiempos a costa de las m¨²ltiples jineteras ("trabajadoras sociales", en palabras de un amigo aficionado al humor negro), llevadas a la prostituci¨®n desde la primera adolescencia por el hambre y la miseria que imperan en Cuba desde 1990. El copioso turismo sexual, en cuya pr¨¢ctica los abusadores hispanos compiten duramente con los procedentes de Italia, es hoy no s¨®lo una fuente de "recuperaci¨®n de d¨®lares", sino tambi¨¦n una C . te las patas del curioso tr¨ªpode que sustenta en nuestro pa¨ªs una opini¨®n p¨²blica ben¨¦vola hacia el r¨¦gimen de Castro. Dif¨ªcilmente va a ahondar en las ra¨ªces de la miseria quien de ese modo se aprovecha de ella.
El segundo soporte es de naturaleza ideol¨®gica: hu¨¦rfanos de un referente concreto desde el desplome del socialismo real, muchos simpatizantes de la izquierda, sobre todo comunista, ven en la Cuba de Castro el ¨²ltimo asidero, heroico por m¨¢s se?as, con su prolongada supervivencia frente al bloqueo -en realidad, embargo- de Estados Unidos. Socialismo sitiado frente a capitalismo agresor. Consuela mucho hacer la revoluci¨®n a distancia e ignorar que Cuba en 1959 no era Hait¨ª ni Guatemala, seg¨²n dan fe las propias ruinas de La Habana, sino un pa¨ªs cuya renta per c¨¢pita era similar a la de Jap¨®n y casi doblaba a la espa?ola del momento. Como adem¨¢s los cubanos son hoy, l¨®gicamente, cautos en el intercambio de unas opiniones pol¨ªticas que al visitante nada le cuestan, pero que para ellos entra?an alto riesgo, el observador deduce sin m¨¢s que la mayor¨ªa del pueblo cubano mantiene la confianza en su "comandante" (algo parecido a lo que ocurr¨ªa en Espa?a para los visitantes conservadores hace treinta a?os).
Y, tercer pie, el apartamiento de Norteam¨¦rica abre las puertas a un mercado reservado donde capitalistas espa?oles, si logran superar los obst¨¢culos burocr¨¢ticos, encuentran condiciones excepcionalmente favorables para invertir, sobre todo en el sector tur¨ªstico, con salarios neoesclavistas en la mano de obra cubana. Los expertos econ¨®micos que asesoran el proceso sirven, en fin, de puente con nuestro Gobierno. Consecuencia final: desde diferentes puntos de vista y sistemas de intereses, incluso quienes sufrieron aqu¨ª una dictadura y denunciaron todos sus males enfrentados a la incomprensi¨®n del llamado "mundo libre", apoyan ahora la dictadura de Cuba y se autoconfieren adem¨¢s un marchamo progresista. Menos mal que las dos pel¨ªculas recientes de Guti¨¦rrez Alea, Fresa y chocolate y Guantanamera, han puesto muchas cosas en su sitio en cuanto a la represi¨®n y a la ineficacia que caracterizan al r¨¦gimen.
Por encima de todo, Cuba est¨¢ tan en ruinas como su capital, esa ciudad de La Habana detenida en el tiempo con el triunfo de la revoluci¨®n y afectada desde entonces por una decrepitud imparable. Fachadas, balcones, puertas, autom¨®viles, aparatos sanitarios, de gran modernidad en ocasiones para. los a?os cincuenta, sucumben en cascada sin reparaci¨®n posible en la mayor¨ªa de los casos. Las condiciones de vida populares se encuentran en el l¨ªmite estricto de la supervivencia. La hermosa revoluci¨®n de 1959 ha sufrido un fracaso t¨¦cnico completo y tras el periodo enga?oso de la econom¨ªa subsidiada por la URSS ha ido a parar a la situaci¨®n que Lenin describiera para el campesinado ruso durante el comunismo de guerra: los capitalistas, por lo menos, sab¨ªan alimentarnos; vosotros no sab¨¦is. No hay jab¨®n, ni carne de res, ni papel higi¨¦nico, ni medicinas. Con extremas dificultades se sostienen los emblemas de la revoluci¨®n: la escuela primaria, la asistencia m¨¦dica y el deporte de ¨¦lite. Castro explica el hundimiento del denominado periodo especial por el mazazo que para la econom¨ªa cubana supuso la p¨¦rdida de los mercados socialistas, pero olvida informar a la poblaci¨®n de que tras sufrir un impacto an¨¢logo los pa¨ªses del Este se encuentran en franca recuperaci¨®n. No entra a analizar las razones por las cuales el restablecimiento de relaciones de producci¨®n capitalistas ha hecho posible ese crecimiento, en tanto que su socialismo sigue sumido en la penuria. Todo se carga sobre el bloqueo, efectivamente factor coadyuvante de la crisis y que debiera ser suprimido, al menos en lo concerniente a los abastecimientos, pues no se construye la libertad sobre el hambre de un pueblo. Pero el embargo de Norteam¨¦rica no elimina la existencia de otros mercados a escala mundial: la crisis cubana es end¨®gena.
La salida del propio c¨ªrculo vicioso se ha buscado mediante el llamamiento a la inversi¨®n extranjera y la constituci¨®n de un ¨¢rea econ¨®mica regida por el d¨®lar, tanto para las transacciones con los turistas como para el abastecimiento de art¨ªculos situados por encima del draconiano racionamiento. Antes ya existi¨® algo parecido para turistas, diplom¨¢ticos y nomenklatura con las llamadas diplotiendas, de acceso vedado al ciudadano com¨²n, a quien se prohib¨ªa asimismo la tenencia de d¨®lares. Aquella situaci¨®n provocaba malestar, pero, por lo menos, el recinto privilegiado reun¨ªa a unas categor¨ªas ya separadas de hecho de la gran mayor¨ªa de la poblaci¨®n. Los privilegios corporativos son reemplazados ahora por una sociedad dual. Los grupos sociales que por un camino y otro acceden al d¨®lar -propietarios de comedores privados o paladares, prostitutas y, sobre todo, quienes est¨¢n al servicio directo o reciben remesas del extranjero- no son los mismos vecinos que antes, pero se elevan espectacularmente por encima de la miseria ambiente. S¨®lo con 200 o 300 d¨®lares de ganancia mensual alcanzan otra galaxia frente al trabajador que recibe 150 pesos mensuales (que puede convertir legalmente en cinco d¨®lares y comprar con ellos
al mes seis barras de pan o dos botellas de aceite de girasol). La defensa a ultranza del socialismo en esta coyuntura genera una dram¨¢tica desigualdad.
Y, como advirti¨® Marx, el ser social determina la conciencia. Esa aparici¨®n de una sociedad dual, con perfiles claramente visibles, ha dado lugar a una toma de conciencia muy amplia en grupos sociales diversos, fundiendo a trabaja dores y profesionales tradicionalmente descontentos con seguidores hasta ayer del r¨¦gimen, en el diagn¨®stico de que ¨¦ste se encuentra en un callej¨®n sin salida, de consecuencias insoportables e injustas para la mayor¨ªa de la poblaci¨®n. La estimaci¨®n desemboca tanto en el reconocimiento de la necesidad de una apertura econ¨®mica, del fin de la dictadura, como de la imposibilidad de alcanzar esta meta mientras Castro mantenga su numantinismo y su voluntad represiva de todo cambio (lo cual, en definitiva, puede equivaler para los m¨¢s pesimistas al aplazamiento de toda soluci¨®n en vida del "comandante"). Desde una desesperaci¨®n l¨²cida, carente a¨²n de medios de acci¨®n, apunta a pesar de todo una perspectiva de reconciliaci¨®n nacional y de concordia.
Antonio Elorza es catedr¨¢tico de Pensamiento Pol¨ªtico de la Universidad Complutense de Madrid.
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