Leo Nuctri, los cortesanos y el clavo
En la ¨®pera, como en la fiesta de los toros, hay instantes de belleza que justifican con creces tardes enteras. Quiz¨¢ no coinciden con las suertes de la lidia preferidas, o con los fragmentos de ¨®pera m¨¢s ricos musicalmente, pero sea cual sea el momento en que se producen, provocan un entusiasmo cercano a la exaltaci¨®n.En el Rigoletto sevillano de anteayer, uno de esos periodos de magia surgi¨® a partir del Cortesanos, raza vil y maldita y se mantuvo hasta el final del segundo acto. Leo Nucci, probablemente el cantante que ha encarnado la figura del m¨ªtico buf¨®n con mayor penetraci¨®n en las ¨²ltimas d¨¦cadas, imprimi¨® tal fuerza, tal profundidad, a su aria, que la sala se vino abajo El estado de gracia continu¨® con el d¨²o entre Rigoletto y Gilda (una joven cantante napolitana, Valeria Esposito, que sin ser una gran voz dot¨® a su actuaci¨®n de gran gusto y afinidad estil¨ªstica).
Rigoletto
De Verdi. Con Nucci, Esposito, Todorovich, Firestoni y De Grandis. Director musical: Romano Gandolfi. Director de escena: Luis Iturri. Director del coro: Vicente la Ferla. Teatro de La Maestranza, 8 de febrero.
El d¨²o se vio reforzado por un magn¨ªfico acompa?amiento lleno de acentos y colores verdianos en funci¨®n de las voces a cargo de Romano Gandolfi, y con una soluci¨®n esc¨¦nica de Luis Iturri que situ¨® a la m¨²sica como centro de la dramaturgia, sin caer en los distanciamientos con tules del primer acto, en las gratuidades m¨ªmicas de principios del segundo, o en la pobreza conceptual del tercero. Lasimbiosis voces -orquesta-escena funcion¨® as¨ª con garra humana en la transmisi¨®n del dolor de los personajes a trav¨¦s del canto. Fueron 20 minutos inolvidables.
Correcci¨®n
?Quiere esto decir que el resto de la funci¨®n resultase fallida? En absoluto, aunque bien es verdad que tampoco pas¨® de la correcci¨®n, a pesar del extraordinario Nucci, de un debutante coro masculino aficionado de Sevilla que gradu¨® con sensible expresividad su Zitti, zitti, o de un Gandolfi impecable en su trabajo concertador con las voces. Pero ni Todorovich es un tenor suficientemente maduro para el Duque de Mantua, ni el trabajo esc¨¦nico ayud¨® (salvo esa mitad del segundo acto) a la ambientaci¨®n narrativa.
Verdi contin¨²a siendo una pesadilla para los teatros en el momento actual de las voces. Una ¨®pera como Rigoletto, tan estructuralmente perfecta y a la vez tan popular, entra?a dificultades nada f¨¢ciles de resolver. Por ello, los resultados del teatro de La Maestranza, sin llegar a ser ¨®ptimos, tuvieron inter¨¦s y decoro.
No es ninguna tonter¨ªa atreverse a programar una ¨®pera como ¨¦sta dentro de un cierto car¨¢cter de normalidad. Por ello no es de extra?ar que la directora de producci¨®n del teatro sujetase a lo largo de la representaci¨®n dentro de su mano un clavo de acero como defensa para los posibles conjuros de los fantasmas verdianos. Cont¨®, claro, la producci¨®n sevillana con la baza segura de Leo Nucci. Cuentan que en cierta ocasi¨®n le pidieron en un recital como solista al c¨¦lebre bar¨ªtono italiano que interpretarse un fragmento de Rigoletto. Varias veces lo intent¨® sin que la emisi¨®n vocal le respondiese, hasta que se dio cuenta de que ten¨ªa que encorvarse como el buf¨®n para que la m¨²sica fluyese con naturalidad. Ello prueba la identificaci¨®n que mantiene con el personaje.
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