Basconia
El asesinato de Fernando M¨²gica, como acto de propaganda electoral del partido nazi vasco,, est¨¢ provocando todav¨ªa m¨¢s efectos (entre los que esta columna se cuenta) de los que sus autores quiz¨¢ esperaban. Algunos son puramente anecd¨®ticos, como esa especulativa propuesta de ilegalizar las diversas y m¨²ltiples organizaciones en las que los nazis se encuadran, para lo que habr¨ªa que comenzar, parad¨®jicamente, por legalizarlas. ?No se dan cuenta de que las bandas no matan ni coaccionan, pues quienes lo hacen son ¨²nicamente los bandidos que las forman, a los que se debe procesar personalmente por sus cr¨ªmenes materiales (como da?os o asesinatos), pero no por presuntos delitos de opini¨®n? Por lo dem¨¢s, estos debates sobre galgos o podencos s¨®lo sirven para distraer la atenci¨®n del aut¨¦ntico problema, que es la incapacidad de imponer la ley. Y a este respecto, en lugar de descalificar a jueces o polic¨ªas, sirviendo as¨ª los mismos objetivos de los nazis, m¨¢s valdr¨ªa buscar remedio al clima de amedrentamiento moral que reina en Euskadi, haciendo imposible que la justicia pueda actuar.En este sentido, tienen raz¨®n los socialistas cuando alegan que tal clima se debe al rearme emocional que han experimentado los nazis como consecuencia de la reapertura del caso GAL, que ha. deslegitimado al Estado y desmoralizado a las fuerzas del orden. Pero no parecen ellos los m¨¢s indicados para quejarse (por muy explicable que sea su reacci¨®n ante la conmoci¨®n causada por el asesinato de un compa?ero), dadas sus evidentes responsabilidades, aunque s¨®lo fuera por omisi¨®n, sobre los or¨ªgenes del caso. Los primeros que deslegitimaron al Estado de derecho espa?ol ante la opini¨®n p¨²blica vasca fueron los gobernantes que toleraron que con fondos p¨²blicos espa?oles se financiasen cr¨ªmenes de Estado cometidos contra ciudadanos vascos. Eso impidi¨® que la naciente democracia espa?ola adquiriese suficiente credibilidad en Euskadi, haciendo posible que los nazis tuviesen ¨¦xito en sus esfuerzos por descalificarla.
Cuando los socialistas llegaron al poder, tras los desastres de UCD y el fracasado intento de golpe de Estado, parec¨ªa pensable que por fin fuese a resolverse la cuestion vasca, gracias a la optimista oleada de expectativas de cambio que despert¨® en un comienzo su nuevo Gobierno.
Sin embargo, en lugar de lograrse la paulatina pacificaci¨®n de Euskadi, se permit¨® (o no se supo impedir) que actuasen los GAL. Pues bien, aquel desgraciado hecho no s¨®lo hizo fracasar la lucha antiterrorista (y destruy¨® diez a?os despu¨¦s el cr¨¦dito del poder socialista), sino lo que es mucho peor: deslegitim¨® irreversiblemente la naciente democracia ante los vascos. Por eso, a diferencia del resto de Espa?a, la transici¨®n no ha terminado a¨²n en Euskadi, cuyo reloj pol¨ªtico sigue parado en 1981.De ah¨ª que una minor¨ªa respetable de vascos siga votando a matar, lo que parece inconcebible para cualquier ciudadano normal. Y mientras esto contin¨²e as¨ª, ETA seguir¨¢ siendo indestructible por mucho que se la descabece como en Bidart, pues logra renacer de sus cenizas gracias al aliento de su electorado. Se equivoca el PNV cuando cree que se puede negociar la rendici¨®n de ETA, que jam¨¢s se rendir¨¢ mientras la voten y pueda matar, pues ETA s¨®lo tiene soluci¨®n pol¨ªtica: que la dejen de votar, convirti¨¦ndose en otro GRAPO (lo que permitir¨ªa su definitiva resoluci¨®n policial). Pero ?c¨®mo impedir que un s¨¦ptimo del electorado vasco siga votando a una banda de asesinos, haci¨¦ndose c¨®mplice de sus cr¨ªmenes? La soluci¨®n s¨®lo la tiene la sociedad civil vasca, que debe convencer a sus conciudadanos de que no pueden continuar votando a matar: sus amigos, vecinos y parientes deben ir, votante por votante, haci¨¦ndoles volver en s¨ª. Pues una sociedad civil que admite ser coaccionada por una minor¨ªa destructora de la ley no s¨®lo carece de derecho a la autonom¨ªa normativa (no digamos ya a la autodeterminaci¨®n pol¨ªtica), sino que pierde adem¨¢s su car¨¢cter c¨ªvico, convirti¨¦ndose en una sociedad servil.
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