La terrible y conmovedora reconstrucci¨®n de una ejecuci¨®n en EE UU trae por fin el gran cine
Susan Sarandon, Sean Penn y, Tim Robbins impactan con el filme 'Pena de muerte'
Tras la senc¨ªlla pel¨ªcula tunecina, LLena de candor y de encanto, Un verano en La Goulette; y de la italiana -experta y muy tramposa- Vite strozzate, donde Ricky Tognazzi da una nueva vuelta de tuerca a su denuncia de las lacras que asolan su pa¨ªs, lleg¨® por fin a esta Berl¨ªnale el gran cine. La norteamericana Pena de muerte es una pel¨ªcula mayor, que barre por completo el recuerdo de las proyectadas hasta ahora, y donde Tim Robbins, excelente actor, se hace director adulto, mientras Sus*an Sarandon y Sean Penn revientan con su talento la pantalla.
El t¨ªtulo espa?ol Pena de muerte es inexpresivo e impreciso, puesto que no refleja con exactitud lo que ocurre en la pantalla, donde asistimos no al dictamen de una pena de muerte, sino a la punta extrema de ¨¦sta, por lo que deber¨ªa titularse Ejecuci¨®n, de no tener un t¨ªtulo original infinitamente mejor: Dead man walking, que quiere decir "hombre muerto andando", espeluznante frase ritual que grita en el corredor de la muerte de la c¨¢rcel de Nueva Orleans un guardi¨¢n, cuando el que va a ser ejecutado sale de su celda en direcci¨®n de la c¨¢mara (un peque?o escenario acristalado con patio de butacas incluido) donde le van a matar con un g¨¦lido mecanismo de inyecciones mort¨ªferas. Lo que representa Pena de muerte es una reproducci¨®n ver¨ªdica tanto del escenario como de las personas que, a uno y otro lado del tel¨®n acristalado de ese escenario, vivieron hace unos a?os un sombr¨ªo y conmovedor suceso.Tras el cristal, Sean Penn interpreta al asesino ejecutado Matthew Poncelet, convicto y confeso por la salvaje violaci¨®n y asesinato de una pareja de adolescentes; y pegada por fuera al tel¨®n de cristal, la monja Helen Prejean -autora de un libro autobiogr¨¢fico, que ha venido a Berl¨ªn en persona a dar su apoyo a la traslaci¨®n de su testimonio a la pantalla-, interpretada por Susan Sarandon.
La hermana Helen Prejean lleg¨® a Nueva Orleans en 1981 para trabajar para las prostitutas enfermas, los alcoh¨®licos, los drogadictos y los indigentes que acogen en el asilo de St. Thomas.
A finales de la d¨¦cada, la direcci¨®n del asilo recibi¨® una carta sellada en la penitenciar¨ªa lo cal en la que Matt Poncelet solicitaba ayuda espiritual de una religiosa en sus ¨²ltimos d¨ªas de vida. La hermana Helen se prest¨® a facilitarle esa ayuda y no de la manera habitual, con cartas de consuelo y una visita protocolaria, sino d¨¢ndole compa?¨ªa permanente durante los seis ¨²ltimo d¨ªas de su vida.
Un maestro
La pel¨ªcula narra, con fuerza, nitidez y transparencia, yendo en todo momento al grano, el transcurso de esos seis d¨ªas. Y su director, Tim Robbins, cuya experiencia se limitaba al estupendo balbuceo titulado Bob Roberts, sale de esta prueba de fuerza convertido en un maestro. La pel¨ªcula, adem¨¢s de un minucioso documento sobre la fr¨ªa y met¨®dica mec¨¢nica de la muerte burocr¨¢tica, es el relato de ese largo y no obstante brev¨ªsimo encuentro entre un hombre y una mujer, en el que no se elude nada, ni siquiera un delicado y elegant¨ªsimo soplo de crescendo amoroso: el anidamiento y nacimiento en la mirada maligna y afilada de Sean Penn de una chispa de enamoramiento, al que los enormes ojos de Susan Sarandon -una monja que carece de prejuicios rom¨¢nticos sobre los ase sinos, pero que busca apasiona damente aliviar un sufrimiento humano- responden con una energ¨ªa solidaria que conmociona y que, en la perturbadora be lleza de la. media hora final, inunda los ojos de los espectadores, al menos los de ¨¦ste que transmite la noticia de que una obra magistral ha surgido en esta Berlinale plagada de mediocridades.
El d¨²o sostenido entre Susan Sarandon y Sean Penn es inolvidable. Sus composiciones son de las que ennoblecen a quien las contempla. Situados ambos int¨¦rpretes ante una de esas complejas tareas que requieren entrega, convicci¨®n y refinado oficio para el encaje rec¨ªproco de r¨¦plicas, gestos y miradas, ambos logran (m¨¢s que conjugarlas) bordarlas, por lo que su capacidad para despertar, sugerir y transmitir emociones al espectador sin acudir a la menor exageraci¨®n o ¨¦nfasis dram¨¢tico, con comedimiento y contenci¨®n plena, es todo un regalo a la pasi¨®n por el cine, que estaba saliendo malparada de una semana de ba?os de tedio.
Por fin se ha exhibido un trabajo que puede llevarse el lunes pr¨®ximo el Oso de Oro entre aclamaciones y sin. disidencias. Tras una peste de mentiras cinematogr¨¢ficas en cadena, surge la verdad a secas, fijada en los peque?os ojos confundidos de un actor de raza y en la mirada grande, desorbitada y perpleja de una de las mejores actrices y m¨¢s hermosas mujeres que existen.
La bestia humana
La pel¨ªcula Pena de muerte no se anda con componendas maniqueas. Es un mazazo generoso contra la pena de muerte, porque la mirada invisible de Robbins entiende lo que pasa y es solidaria ante todo padecimiento humano, comenzando por el m¨¢s desamparado, el de los padres de la ni?a y el ni?o asesinados y violados por la bestia. Uno, como ellos, desear¨ªa arrancar de cuajo las tripas de Penn, de verse en su caso y tener posibilidad de echarle el guante, pero ah¨ª es donde nos duele: ese acto imaginario leg¨ªtimo, por inevitable, indica que la bestia somos tambi¨¦n nosotros, porque late potencialmente en nuestra respuesta a sus zarpazos.El resto ¨ªntimo de Sarandon ante Penn es de una brutal energ¨ªa moral: hacerle asumir, para que pueda mirarse al espejo antes de ir a la muerte, la condici¨®n bestial, pero suya, de su acto. El ascenso paso a paso de la mujer a esa conquista ¨ªntima pone en funcionamiento paulatinamente la tragedia a que conduce: la bestia es irremediablemente humana y, en un rev¨¦s a¨²n m¨¢s perturbador, el hombre es bestial, lo que iguala, y somete a un mismo rasero, asesinato y ejecuci¨®n. Uno y otra son la misma cosa, contra la que s¨®lo cabe, en Sarandon, rezar y, tanto en ella como en quienes no somos como ella, sostener el honor de la especie, los restos de dignidad que le quedan al mono erguido con un grito de protesta contra lo que lo humano tiene de abominable.
Encrucijada
La pel¨ªcula es eso: desvelamiento progresivo del fondo (por mucho que nos pese) humano de Penn, paralelo a otro desvelamiento de signo contrario: el del mecanismo bestial de su ajusticiamiento. Se trata de la misma encrucijada que conduce a la (ahora discutida en Espa?a) pel¨ªcula D¨ªas contados, que unos vemos como un monumento de sinceridad y de moral c¨ªvica y otros ven como una apolog¨ªa del horror etarra, es decir: la bestia organizada, lo que conocemos como nazismo.
Las escenas medulares de Pena de muerte afrontan la cuesti¨®n con la ¨²nica arma inequ¨ªvocamente humana que nos queda a quienes estamos varados en este cruce de caminos y de ideas: la humildad. Y ¨¦sta obliga, como hace Sarandon, a resolver la cuesti¨®n aceptando su condici¨®n irresoluble, bruma que convierte en bestial la aplicaci¨®n a la bestia de los m¨¦todos de la bestia. As¨ª de complejo: una ejecuci¨®n es siempre un suicidio de quien la dicta, la sentencia, la cumple, la aplaude e incluso de quien la combate. Creo que fue Tom¨¢s y Valiente, hoy la m¨¢xima autoridad en la materia de este enigma, quien dijo algo as¨ª: "Algo muere en todos cuando alguien mata a alguien". Eso es lo que dice exactamente esta terrible y hermosa pel¨ªcula.
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