Demasiada frialdad
La gata sobre el tejado de zinc calienteDiscrepo, en primer lugar, del t¨ªtulo, aunque sea el tradicional. "Cat" es un gato, en general, macho o hembra. "A hot tin roof" es un tejado, tambi¨¦n cualquiera, y no "el", determinado (aparte, la escritura mejor de cine es con e, no con z). S¨®lo una frase hecha. Se est¨¢ refiriendo a todos: los personajes est¨¢n en el texto crispados, tensos, esperando noticias de vida o muerte, de ruina o riqueza. Claro que las primeras actrices siempre hicieron lo posible para ser "la gata": ?Elizabeth Taylor! Aitana S¨¢nchez Gij¨®n es gatuna, gatita, minina, pero no tiene el calor ni las garras; ni el calor del d¨ªa que acaba en tormenta y hace sudar a todos -claro, con esos chalecos- ni el calor del sexo. No es una mujer del Sur, seg¨²n la leyenda. Esta es una versi¨®n fr¨ªa. El escenario es bonito, monumental, pero inm¨®vil: se oye silbar el viento, pero ni una persiana de las que forman las paredes se mueve ni un pliegue de ropa oscila algo. Se habla de calor y de pasi¨®n: no se ven.Se ven, eso si, buenos y malos. TW les pone su sello: los asociales, los desesperados, los transidos, son los buenos; los conformistas, amigos del orden y de la familia establecida, los malos. Mario Gas se?ala a estos malos con el estigma de la ridiculez: los c¨®micos lo acent¨²an, como es costumbre, por si acaso el p¨²blico no ha visto bien la trampa que encierran, la ambici¨®n, el odio. L¨®gico resulta que los papeles mejor hechos sean los de estos condenados buenos, los de estos elegidos por el autor del que se desprenden, a veces, sus propias vivencias y su largo sexo de gato ardoroso: cuando se habla de la Barcelona pobre de la posguerra, del norte de Africa, del whisky... Se le conoc¨ªa bien por all¨ª, y se o¨ªa su charla rica, viva y de lengua trabajada. Se est¨¢ hablando en la obra, claro, de la posguerra, de 1945: es incongruente que se diga que el personaje sea un excelente comentarista deportivo de televisi¨®n antes de que existiese, y en flagrante contradicci¨®n con el viejo aparato de radio que adorna la escena y de las m¨²sicas que se escuchan. Pero es una cuesti¨®n menor.
Autor: Tennessee Williams (1955)
Versi¨®n de Manuel Angel Conejero. Int¨¦rpretes: Aitana S¨¢nchez-Gij¨®n, Toni Cant¨®, Rosa Renom, Alicia Hermida, Juan Calot, Carlos Ballesteros, Alberto Muyo, Javier Rom¨¢n. Montaje musical: Jos¨¦ Antonio Guti¨¦rrez. Escenograf¨ªa y vestuario: Carlos Abad. Iluminaci¨®n y direcci¨®n: Mario Gas. Teatro Espa?ol, 3 de marzo.
El hecho es que estos personajes al rojo vivo est¨¢n helados, en una habitaci¨®n donde reina el clima del Sur previo a la tormenta, pero donde no se nota. Las tres horas seguidas est¨¢n, si se puede decir, desclimatizadas: por los actores, por la direcci¨®n, por la forma de decir los mon¨®logos sin que se perciba m¨¢s que la burda trama cl¨¢sica del anciano moribundo y los herederos que esperan y los apuros por robarle; y la historia de fondo del verdadero amor puro pasa un poco por alto.
De los personajes digamos sublimes, el mejor hecho es el desesperado y alcoh¨®lico y desganado y desvirilizado marido, que hace Toni Cant¨®; y el duro, verbal, amenazador, fuerte y moribundo de Carlos Ballesteros, uno de los pocos que saben todav¨ªa c¨®mo se habla en un escenario y c¨®mo se crea una tensi¨®n. Aitana S¨¢nchez Gij¨®n queda un poco peque?a para el papel heroico: con su combinacioncita, sus posturas de gata en la inmensa y fr¨ªa cama: no tienta. Es elogiable su poder, pero ¨¦sa es otra cuesti¨®n. El p¨²blico del estreno, enormemente selecto -estaba el candidato Aznar con Vargas Llosa y parte del cortejo ya casi presidencial, y la buena gente del Ayuntamiento-, apreci¨® el notable esfuerzo de todos. Y lo demostr¨® con aplausos y alg¨²n bravo para Ballesteros.
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