El Otro
Una vez le preguntaron: "?Usted es Borges?" Y ¨¦l respondi¨®, ciego con los ojos claros: "A veces". Un mill¨®n de an¨¦cdotas describen su retrato. ?l fue mucho m¨¢s escueto: quiso pasar a la historia por un p¨¢rrafo o, m¨¢s a¨²n, por una l¨ªnea, incluso por una palabra. Y no era tantos Borges como la gente cre¨ªa, era otro Borges, alguien oculto debajo de las sandalias de su iron¨ªa: "Yo soy el otro".Cuando le elogiaban no le conmov¨ªan, exactamente, sino que le jod¨ªan, literalmente, porque ¨¦l era monologuista, y el halago ajeno le interrump¨ªa el discurso. Hablaba como si tuviera ante s¨ª una pizarra tambi¨¦n ciega que le escuchara todos los recuerdos.
En su pa¨ªs le amaban y le odiaban; un d¨ªa le preguntaron sobre alg¨²n rescate de cad¨¢veres arqueol¨®gicos, y ¨¦l respondi¨®, sin inmutarse demasiado, cuando a¨²n Per¨®n viv¨ªa en Madrid bajo el paraguas de hierro de Franco: "?Y por qu¨¦ no rescatan y traen a Argentina el cad¨¢ver de Per¨®n?"
La gente lo ha ido idealizando, como es natural, porque su figura ha sido agigantada por su propia literatura, y as¨ª le hemos imaginado rodeado de libros en una casa asimismo atestada de vol¨²menes viejos que le fueron dejando ciego y feliz a lo largo de los a?os que ¨¦l no sab¨ªa contar. Y no era as¨ª: le¨ªa en la biblioteca, no hab¨ªa libros en su casa; no hab¨ªa nada que no fuera estrictamente imprescindible porque lo que era cierto -y tambi¨¦n puede ser leyenda- es que Borges era un ser desprendido e inmaterial, ajeno a la man¨ªa de coleccionar para detener la edad o para fijarla.
Una sola vez expres¨® un deseo de tener un libro grande, y fue cuando le dieron el Cervantes, con Gerardo Diego. En realidad lo que iba a hacer con aquel dinero de entonces era comprarse la Enciclopedia Espasa. Nunca se sab¨ªa si esos exabruptos los dec¨ªa de broma o de veras, pero en ¨¦l ambos, formularios ante la realidad parec¨ªan uno solo. De modo que Espasa Calpe en Madrid, a trav¨¦s de su. mano p¨²blica, Silvia Mart¨ªn, le llam¨® en porte?o a Buenos Aires, confirm¨® el deseo y luego le envi¨® todos esos vol¨²menes que debieron competir con la propia sabidur¨ªa del paseante de Maip¨².
Ahora han salido dos libros sobre este personaje extraordinario, uno de Marcos Ricardo Bamat¨¢n, publicado por Temas de Hoy, y otro de Mar¨ªa Esther V¨¢zquez, publicado por Tusquets; uno nace de la admiraci¨®n y del conocimiento literario, pues Bamat¨¢n es uno de los personajes m¨¢s cultos y cuidadosos que ha tenido en las dos ¨²ltimas d¨¦cadas la cultura espa?ola, y en ese sentido su libro tiene hondura y fidelidad; y el otro viene de la vivencia personal, y por tanto de la capacidad que tiene el recuerdo para subyugar al lector y hacerle creer que, ¨¦l -el lector- tambi¨¦n estuvo all¨ª viviendo con Borges.
Como es natural, ambos libros est¨¢n llenos de an¨¦cdotas viv¨ªsimas de la vida cotidiana de uno de los m¨¢s fecundos creadores de an¨¦cdotas de la literatura del siglo. ?Hay alguna an¨¦cdota que no se sepa de Borges? Es tan fecundo, decimos, en ese sentido, que es tambi¨¦n susceptible de protagonizar sucedidos que ¨¦l nunca vivi¨®; por descontado que no hay que poner en duda el rigor de las que vienen en estos libros; pero si estuvieran inventadas tambi¨¦n ser¨ªan de Borges. O por lo menos de ese otro, Borges que hemos ido construyendo como una entra?able figura de leyenda.
El otro d¨ªa le preguntamos en Madrid a Mario Vargas Llosa, que le conoci¨® bien, si hab¨ªa alguna an¨¦cdota de Borges que no se hubiera contado a¨²n. S¨ª, al menos hay una que yo viv¨ª, nos dijo. Borges le visitaba en su casa de Lima, ya ciego y hablador, monologuista genial sobre cualquier tema. Y tuvo ganas de ir al ba?o. Mario le ten¨ªa que acompa?ar, naturalmente, y no s¨®lo esto, le dijo ya en el pasillo: "Tiene que ser usted mi navegante". Efectivamente, ante la taza era Mario quien le ten¨ªa que situar en la posici¨®n adecuada, de modo que al orinar el gran escritor no errara el tiro. En la situaci¨®n perfecta, pues, Borges comenz¨® a evacuar, mientras el silencio de espaldas de Mario Vargas Llosa era compensado, durante el tiempo que dur¨® la operaci¨®n, por esta alt¨ªsima reflexi¨®n del autor de El Aleph: "Mario, ?a usted le parece que los cat¨®licos creen? Yo pienso que los cat¨®licos son muy fr¨ªvolos; presumen que creen y no creen nada en absoluto. Son unos grandes simuladores los cat¨®licos. ?No piensa usted lo mismo, Vargas Llosa?"
Un d¨ªa de 1982, en Madrid, este cronista le acompa?¨® tambi¨¦n al ba?o, pero entonces su preocupaci¨®n no eran los cat¨®licos mentirosos, sino su maleta, que segu¨ªa sin hacer en la habitaci¨®n del Palace. Le gustaba ese hotel -dec¨ªa-porque en una esquina de su espl¨¦ndido lucernario pod¨ªa ver la luz mejor que en ning¨²n otra lugar del mundo. Esos d¨ªas tomaba vichysoise, que es un alimento tortuoso para un ciego, y nosotros le d¨¢bamos las cucharadas mientras ¨¦l recitaba versos vikingos. Quien mejor ha relatado, de viva voz, las an¨¦cdotas de Borges es Guillermo Cabrera Infante. Como es novelista, no se sabe muy bien en esas an¨¦cdotas -que ahora se acrecientan con las que aparecen en estos dos libros de Barnat¨¢n y de V¨¢zquez- cu¨¢l es el l¨ªmite de la ficci¨®n. Pero es a Cabrera al que se le debe la teor¨ªa de que Borges no estaba ciego. Para comprobarlo le dej¨® cruzar solo un sem¨¢foro en Londres. Lleg¨® al otro lado con la pericia de un vidente, asegura Guillermo.
Lo que no dice el escritor cubano es que ¨¦se que cruz¨® la calle no era Borges. Era El Otro.
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