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Othello
Direcci¨®n: Oliver Parker. Gui¨®n: O. Parker, seg¨²n el drama de William Shakespeare. Fotograf¨ªa: David Johnson. M¨²sica: Charlie Mole. Producci¨®n: Luc Roeg y David Barron. Reino-Unido, 1995. Int¨¦rpretes: Laurence Fishburne, Kenneth Branagh, Ir¨¨ne Jacob, Nathaniel Parker, Michael Maloney, Nick Farrell, Anna Patrick, Indra Ove. Estreno en Madrid: cines Luchana, Palacio de la Prensa, T¨ªvoli y Liceo.
Que en Shakespeare se encuentra la quintaesencia del alma humana, de sus conflictos, expectativas y frustraciones es algo que este humilde cr¨ªtico no va a descubrir. En todo caso, el que encabece la rese?a de la ¨²ltima adaptaci¨®n shakespeariana estrenada entre nosotros, este Othello del que es doblemente responsable el actor y director teatral Oliver Parker, con ese recordatorio no es m¨¢s que la excusa para advertir que la elecci¨®n de la segunda de las obras del inmortal dramaturgo que tienen a Venecia como escenario, no pod¨ªa ser m¨¢s apropiada.
Othello habla del car¨¢cter devastador de los sentimientos, de la inferioridad social y afectiva que alguien de otra raza experimenta al vivir entre extra?os; del papel de la mujer como mera mercanc¨ªa en los. tratos entre los hombres. Esta versi¨®n de Parker sirve, para emplear un lenguaje m¨¢s actual, para recordarnos tambi¨¦n que ese pasivo papel de mercanc¨ªa lo sufre por su situaci¨®n de subordinaci¨®n dentro de la sociedad patriarcal, en la construcci¨®n social que el hombre ha moldeado, entre otras cosas, para hacer m¨¢s llevadero su desconocimiento de los valores femeninos y para entronizar la ambici¨®n y la violencia como valores supremos.
Desd¨¦mona, Otelo y Yago personifican as¨ª otras tantas v¨ªctimas de un sistema de valores basado en el espejismo del poder: Yago corrompe el l¨ªmpido amor de Otelo, un hombre primario que desconoce la sutileza de los sentimientos pero que vive volcanicamente los suyos. Y Desd¨¦mona es el cordero sacrificado en las aras de esa ambici¨®n.
La versi¨®n que propone Parker tiene, pues, ahora m¨¢s que nunca si nos atenemos a los vientos de revisi¨®n hist¨®rica que llega desde el posfeminismo anglosaj¨®n, la virtud de la oportunidad. Conocedor de la obra -¨¦l mismo encarn¨® a un Yago c¨¦lebre, dicen los papeles-, el neocineasta se aplica a lo que mejor conoce: a obtener de sus actores una interpretaci¨®n s¨®lida que justifique el empe?o. Eso, no cabe duda, lo logra con creces: Branagh, sobre cuyo talento no vamos a agregar aqu¨ª nada nuevo, borda un Yago m¨¢s tosco, menos sutil y artero que el que inmortalizara Michael McLiammoir en la definitiva versi¨®n de Orson Welles, pero igualmente consistente.
Tal vez la sorpresa . mayor provenga de Laurence Fishburne, un Otelo en la mejor l¨ªnea de los que inmortalizara, en teatro, otro negro como ¨¦l, el gran Paul Robeson. Dominador cuando es preciso, tierno hasta el desconsuelo en las secuencias claves en que el drama se precipita, Fishburne traza un Moro sobrecogedor y poderoso que encuentra una r¨¦plica impecable en Ir¨¦ne Jacob, una Desd¨¦mona de belleza estremecedora, y una actriz matizada, atenta a los m¨¢s leves detalles de su personaje, en una actuaci¨®n que la confirma como uno de los valores m¨¢s s¨®lidos del actual horizonte interpretativo europeo.
Pero si el apartado actoral est¨¢ bien cubierto, no se puede decir lo mismo de lo que deber¨ªa constituir lo m¨¢s importante del trabajo de Parker, la puesta en escena,. Si hay algo d¨¦bil en Othello ello es la poca capacidad del director de sobreponerse al m¨¢s trillado academicismo: su concepci¨®n del encuadre aparece siempre tributarla del lenguaje televisivo, la osad¨ªa compositiva brilla por su ausencia. Baste un ejemplo, el del final, que no conviene comparar con el impresionante desfile mortuorio pasando ante la jaula en la que Yago morir¨¢ de hambre con que Welles culminaba su particular versi¨®n shakespeariana, con este desangelado plano de la barca y los cad¨¢veres lanzados al mar con que Parker clausura la suya. Parker conoce la letra shakespeariana, y ello le permite firmar una adaptaci¨®n digna. Pero todav¨ªa desconoce la m¨²sica de los c¨®digos de la imagen, lo que impide que su Othello pueda codearse sin sobresaltos con antecesores ciertamente m¨¢s ilustres.
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