Los ¨¢rbitros taponan al Bar?a
El conjunto azulgrana, tras un apasionante partido ante el Panathinaikos, impugna el acta arbitral
Par¨ªs vivi¨® la final m¨¢s apasionante que se recuerda. Magn¨ªfica. A¨ªto y Maljkovic se golpearon de tal manera sobre el parqu¨¦ que dieron lugar a un encuentro de una tremenda intensidad. El Panathinaikos vivi¨® la victoria durante 35 minutos, pero el impresionante final del Barcelona obr¨® un escenario imprevisto: la victoria era propiedad de Montero bajo la canasta. Y el rebote lleg¨® a Galilea. Quedaban tres segundos y no se percat¨® de ello. El bal¨®n qued¨® desamparado entre un manojo de manos. La suerte (y el favor arbitral porque la bandeja de Montero toc¨® el tablero y debi¨® ser canasta) fue generosa con los griegos, que alcanzan el t¨ªtulo que persegu¨ªan desde hace una d¨¦cada. En el an¨¢lisis de los especialistas, es posible que A¨ªto haya sido m¨¢s brillante que Maljkovic. El Barcelona no olvidar¨¢ f¨¢cilmente este partido.La ¨²ltima escena quedar¨¢ grabada para los restos. El v¨ªdeo funcionar¨¢ en varios despachos. El Barcelona se resisti¨® a aceptar el resultado e impugn¨® el acta. Tiene motivos para sentirse agraviado. Le deben una Liga Europea. Esta final no merec¨ªa quedar en duda. Cada cual tuvo sus opciones y las manej¨® con perversidad, como corresponde a la categor¨ªa de los dos t¨¦cnicos en conflicto. Y era obligado que el desenlace fuera limpio, que el derrotado tuviese argumentos para sentirse desgraciado, pero no para indignarse por una decisi¨®n equivocada.
Ning¨²n equipo tuvo la necesidad de negarse a s¨ª mismo. El Barcelona porque A¨ªto es incorruptible: se ha instalado en su ortodoxia y de ah¨ª no le iba a mover nadie. Y el Panathinaikos porque a fuerza de millones fiscalmente opacos contaba con un plantel s¨®lido y, lo que es m¨¢s importante, con un personaje malvado en el banquillo. Si alg¨²n defecto han tenido generalmente los griegos en sus anteriores asaltos a los t¨ªtulos europeos era olvidarse del entrenador. Han derrochado entusiasmo, han transportado regimientos de aficionados por todos los rincones de Europa, han gastado sin miramientos en jugadores con nombre y apellido, pero... se les hab¨ªa olvidado gestionar tanta riqueza. Los griegos asustaban, pero no ganaban. Con Maljkovic en el cuartel general, estaba claro que no disparar¨ªan con balas de fogueo.
C¨®mo iba a moverse el Barcelona estaba claro. Qu¨¦ iba a hacer el Panathinaikos, tambi¨¦n. Control del juego y defensa sin necesidad de llegar al l¨ªmite, porque el equipo dispon¨ªa de mayor envergadura fisica que el Barcelona. A partir de ah¨ª, se trataba de comprobar qui¨¦n impon¨ªa sus tesis. Tras unos minutos de tanteo (y marcador raqu¨ªtico) empez¨® a verse claro que el Barcelona ten¨ªa problemas. Las dificultades se agudizaron con el paso de los minutos hasta llegar al descanso con muchos asuntos que resolver (35-25).
El Panathinaikos hab¨ªa conseguido intimidar al Barcelona. Todo empez¨® por Vrankovic, a quien no le hizo falta anotar una sola canasta para ser demoledor. Puso dos tapones, desvi¨® la trayectoria de varios lanzamientos y, por un momento, se hizo due?o de la zona. Eso es intimidar en el sentido literal de la palabra. Y significaba, de paso, que el Panathinaikos se encontraba c¨®modo en defensa A partir de ah¨ª, entr¨® en el partido. El Panathinaikos estaba en sus constantes. Y el Barcelona enfermaba.
A¨ªto se levantaba del banquillo. Su m¨¢quina no funcionaba, no era capaz de procesar la informaci¨®n. No ten¨ªa rebote, el tiro era desconfiado e iba a menos, la defensa no pod¨ªa sobrevivir en condiciones m¨¢s all¨¢ de 20 segundos y, para remate, el recurso al coraje de Salva D¨ªez hab¨ªa fallado. Flotaba en el ambiente una sensaci¨®n poco habitual en este tipo de choques: hombre por hombre, cada jugador del Panathinaikos era superior fisicamente. M¨¢s kilos, m¨¢s envergadura. O sea, m¨¢s fuerza.
Diez minutos despu¨¦s, el Barcelona segu¨ªa sin arreglar el problema (47-37). La final se hab¨ªa estabilizado, lo que no era un consuelo. Sobre todo, porque en el rebote el dominio de los griegos era incuestionable. El Barcelona parec¨ªa endeble. Se tambaleaba.
As¨ª que A¨ªto hubo de variar el programa. Con demasiada antelaci¨®n hubo de recurrir a cirug¨ªa de urgencia. Dos bases y un s¨®lo p¨ªvot. Puestos a jugar con la balanza, a un equipo pesado se le suele indigestar uno tremendamente ligero. Por un momento, Jim¨¦nez lleg¨® a ser el hombre m¨¢s grande del Barcelona. Cada jugador griego le sacaba una cabeza a su marcador.
El juego cobr¨® una extraordinaria calidad estrat¨¦gica. A¨ªto y Maljkovic se estaban golpeando sobre el parqu¨¦. El Panathinaikos acus¨® el golpe y vio, por momentos, en peligro su ventaja (57-51). El Bar?a hab¨ªa extendido la batalla a los cuatro rincones de la cancha. La recuperaci¨®n fue extraordinaria. Y puntual. A un minuto el partido estaba en el aire (67-66).
Y ese minuto fue tan largo que el marcador no se movi¨®. El Panathinaikos lanz¨®, recuper¨® el rebote, luego perdi¨® el bal¨®n y propici¨® un contraataque ag¨®nico del Barga, con el bal¨®n rodando por el suelo. Montero lo tom¨® y entr¨® a canasta: el bal¨®n toc¨® el tablero y encontr¨® luego la mano de Vrankovic. Era canasta, pero los ¨¢rbitros dejaron seguir. El rebote lleg¨® a Galilea, casi sin tiempo. Reaccion¨® un segundo tarde, cuando cada suspiro val¨ªa un t¨ªtulo. Ah¨ª el Barcelona se encontr¨® ante una situaci¨®n que no hab¨ªa previsto A¨ªto: la desgracia, la injusticia. Contra ello, no hay m¨¢s ant¨ªdoto que trabajar para volver a intentarlo.
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